Life (2017), de Daniel Espinosa – Crítica

«Life remite a otros clásicos, está realizada con las mismas claves que Alien, no es pretenciosa, ni exhibe otra cosa que lo que promete desde el principio»

En 1979 se estrenó la película Alien: el octavo pasajero, dirigida por Ridley Scott, desde entonces hay un antes y un después en las películas de ciencia ficción con extraterrestres. De eso hace ya cuarenta años. Life no marcará una época y se recordará como una película realizada en la misma onda de Alien y colocada en el mismo saco que Pitch Black (2000), la alemana Pandorum (2009), Sunshine (2007), Prometheus (2012). No hace falta que una película marque un hito en la historia de su género para que pueda verse e incluso experimentar cierta sensación de satisfacción. Y esto es lo que le ocurre a Life: remite a otros clásicos, está realizado con las mismas claves que Alien, pero, al menos no es pretenciosa, ni exhibe otra cosa que lo que promete desde el principio.

Lo esencial de Alien está también presente en Life: en primer lugar y, sobre todo, la concepción de la cinta como película de terror espacial. Un monstruo en una isla desierta, a bordo de un barco o rondado por los corredores de una mansión gótica, podrían ser perfectamente los escenarios claustrofóbicos de una cinta de este tipo si no fuera porque se trata de ciencia ficción. De ahí que todo ocurra en la Estación Espacial Internacional, de la misma forma que la acción de Alien: el octavo pasajero se desarrollaba a bordo de la nave Nostromo, en ruta fuera del sistema solar.

El segundo principio del subgénero de terror espacial debe tomar en consideración la ausencia de luz solar. La trama se desarrollará en un ambiente oscuro, casi sórdido. No será el de la mansión gótica de los cuentos de terror a lo Frankenstein, ni, por supuesto un castillo de Drácula iluminado con velas o a la luz de los quinqués. Tampoco una isla en la que la espesura de la selva no deje llegar a la superficie los rayos del sol: las escenas deberás estar iluminadas (mal iluminadas, en realidad) por los leds y los neones fríos. Muchos ángulos de la nave quedarán en la penumbra.

Luego está el monstruo. Se trata de encontrar un diseño original para el monstruo. De eso dependerá buena parte el resultado de la película. En este género siempre hay un monstruo. En Alien, por ejemplo, el éxito de la película se debía al diseño de H.G. Gigger, probablemente, junto al tiburón que aparecía en la película del mismo nombre (1975), se trató de uno de los monstruos más inquietantes de su generación. El de Life tampoco es manco: híbrido entre un pulpito de tapa veraniega y una estrella de mar, va eliminando a los tripulantes de la Estación Espacial Internacional a poco que los coloniza metiéndose en su interior.

Hay una diferencia entre las dos películas y puede entenderse el porqué. En Alien, la “teniente Ripley”, finalmente, logra deshacerse del monstruo proyectándolo al espacio. Era el año 1979, cuando la civilización creía que todavía había esperanza. Al final “el bien” (lo humano), triunfa sobre “el mal” (lo monstruoso). Pero casi cuarenta años después, el optimismo se ha disipado. La humanidad vive horas bajas y no solamente por la crisis económica iniciada en 2007 y que todavía planea sobre nosotros, sino porque tiene la sensación de que no hay solución a los grandes problemas que tiene planteados. No queda lugar para el optimismo. Obviamente, no podemos revelar más sobre el final de Life y deberemos plantarnos aquí, añadiendo solamente que la película refleja esta situación pesimista que experimenta la humanidad en su conjunto.

Cuando se encargó esta película a Daniel Espinosa, éste puso mucho empeño en mostrar una trama de ciencia ficción, pero situada en un mundo próximo. Nada de referencias al siglo XXIII o XXV, las cosas suceden justo cuando se ha llegado a planeta Marte. Esto es, de aquí a quince o veinte años. Es importante resaltar esa sensación de proximidad en el tiempo. La trama de Life tampoco sucede en los confines del sistema solar, sino en la Estación Espacial que orbita en torno a la Tierra. A la sensación de pesimismo se añade la de proximidad.

El artífice de esta película es Jorge Daniel Espinosa, nacido en Estocolmo, de origen chileno, y considerado como una de los más prometedores directores del cine sueco. Sus cuatro primeras películas fueron cortos que no han salido de los países nórdicos. Luego realizó una pequeña serie de televisión de cuatro entregas, Sebastián Bergman (2010) entra dentro de lo que se llama “nordic noir”. Pero su consagración llegó con El Invitado (2012), protagonizada por Denzell Washington que transformó los 85 millones de dólares invertidos en 208. Y lo que es mejor: recibió muy buenas críticas. Luego llegó El Niño 44 (2015), con Tom Hardy, Gary Oldman, Vincent Cassel que también obtuvo el favor de la crítica y del público, ambientada en la URSS durante la guerra fría. Ha habido que esperar otros dos años para que Espinosa diera el salto a la ciencia ficción con esta película de alto presupuesto y efectos especiales.

Los protagonistas cumplen con su papel, a pesar de que el guión no permite empatizar con ellos. Es otro de los sinos de este género: no dejar que los protagonistas hablen mucho; si se trata de construir un thriller de terror, lo que debe ver el espectador, sobre todo, es acción, mucha acción y estar en vilo los 103 minutos que dura la proyección. Espinosa se ha traído de Suecia a Rebecca Ferguson, muy conocida por sus reiteradas intervenciones en teleseries nórdicas y por haber realizado incursiones en películas inglesas y norteamericanas (entre ellas la serie Misión Imposible de la que se nos amenaza con una nueva entrega en 2018). Por su parte, Jake Gyllenhaal, prosigue su errática carrera toqueteando papeles de todo tipo. Le tocaba ciencia ficción, después de haber participado en producciones de cine épico (Prince of Persia: Las arenas del tiempo, 2010), encarnar a una víctima sin piernas del atentado al maratón de Boston (Stronger, 2017), no hacer feos a un thriller psicológico depurado (Animales nocturnos, 2016), escalar el Himalaya como si tal cosa (Everest, 2015), viajar en el tiempo (Código Fuente, 2011) y así sucesivamente. Una filmografía excesivamente dispersa, para un actor que adolece de falta de expresividad y que casi reproduce el de su compañero de reparto, Ryan Reynolds, absolutamente inclasificable en lo que se refiere a géneros.

Pero en esta película, lo esencial, no lo olvidemos, no es el trabajo de los actores: sino el de los creadores de efectos especiales. Estos son los verdaderos protagonistas de la película. Ellos, por supuesto, y los artífices del software utilizado.

La película, en su conjunto, puede verse, a condición de que quien se siente en la butaca del cine vaya convencido de lo que va a ver: ciencia ficción, película de terror espacial o bien esté particularmente interesado en seguir la carrera profesional del director o de alguno de los actores protagonistas. Mejor si va preparado para ver un final pesimista. Lo que la película le va a contar es que cualquier adelanto científico corre el riesgo de situarnos a un paso del Apocalipsis. Si es usted alguien que suele ver el vaso medio lleno y que al levantar la vista prefiere ver el azul del cielo a las sombras que se ciernen sobre la Estación Espacial Internacional, créame, esta no es su película.

Sinopsis Seis miembros de la tripulación de la Estación Espacial Internacional que están a punto de lograr uno de los descubrimientos más importantes en la historia humana: la primera evidencia de vida extraterrestre en Marte. A medida que el equipo comienza a investigar y sus métodos tienen consecuencias inesperadas, la forma viviente demostrará ser más inteligente de lo que cualquiera esperaba.
País Estados Unidos
Director Daniel Espinosa
Guion Rhett Reese, Paul Wernick
Música Jon Ekstrand
Fotografía Seamus McGarvey
Reparto Jake Gyllenhaal, Rebecca Ferguson, Ryan Reynolds, Hiroyuki Sanada, Ariyon Bakare, Olga Dihovichnaya, Alexandre Nguyen
Género Ciencia ficción
Duración 103 min.
Título original Life
Estreno 07/04/2017

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Calificación6
6

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Amor DiBó

Trabaja en el mundo editorial, y le gusta la arquitectura, viajar, el cine, la robótica-nanotecnología, hacer tortilla de patata, el té y la buena educación.

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