Locarno 2020: Las fronteras liquidas

Ante la imposibilidad de realizar una edición física, Locarno decidió abrazar las nuevas tecnologías. Sin necesidad de ir a Suiza, las obras internacionales de Pardi di Domani se han podido ver desde su reproductor web mientras que los coloquios eran grabaciones de videollamadas. Teniendo en cuenta que las bases de esta sección es no haber filmado un largometraje todavía, la exposición prevalece ante los intereses comerciales. Una dicotomía que permite reflexionar sobre la naturaleza de los festivales de cine durante la pandemia y el estreno de obras originales, ya que hay mucha vida más allá de los grandes autores y productoras. En esta edición, la globalización abrazada por Locarno es el origen de una de las líneas temáticas que se han podido apreciar: la descomposición de las fronteras físicas. En las cinco obras seleccionadas se parte de un lugar muy específico, ya sea el espacio Schengen o el delta del río Mekong entre otros, para comprender sus particularidades y nuestro vínculo con ellos. Nuestra manera de habitar o visitar partes del mundo se ha alterado en las últimas décadas, ahora relacionándonos con nuestro alrededor desde un filtro digital. Nuestra mirada del espacio a través de una cámara de un móvil distorsiona su corporeidad, lo que permite a los cineastas explorar no sólo los parajes naturales si no también los artificiales. Este es el caso de la obra ganadora del Pardino d’oro de la competición internacional, I ran from it and was still in it de Darol Olu Kae, un emocionante cortometraje sobre el duelo y la paternidad que viaja desde Los Ángeles en la actualidad a tiempos pasados mediante la técnica de found footage. Es significativo que el cineasta conecte el movimiento Black Lives Matter y un vídeo de Malcolm X dando un discurso sobre la brutalidad policial en la misma Los Ángeles en mayo de 1962. Al final, estos jóvenes cineastas se preguntan si es posible reconectarnos con nuestro entorno en plena revolución digital. En consecuencia, ¿cuánto de Locarno ha habido en la pantalla de un ordenador?


PLAY SCHENGEN (2020), de Gunhild Enger – Pardi Di Domani: Concorso Internazionale

La pandemia de covid-19 obligó a que los países del espacio Schengen pusieran controles fronterizos para detener la propagación del virus. Se paró temporalmente la libre circulación a la que los europeos estaban acostumbrados. Un tratado en vigor desde 1995 y que nuevos movimientos y procesos políticos, como el Brexit, están poniendo en jaque. Con la intención de mostrar el absurdo mundo gubernamental y la ingenuidad de quienes dan este espacio como dado, la cineasta noruega Gunhild Enger ha realizado una sátira sobre la hipocresía y la verdadera cohesión de los países integrantes en la actualidad. La premisa del cortometraje es el diseño de un videojuego para la Unión Europea que enseñe a los niños de forma divertida las implicaciones de la supresión de fronteras. Para ello, la directora sitúa su obra en unas oficinas con dos jóvenes desarrolladores y la compositora de la banda sonora como protagonistas. Mediante la utilización de planos fijos, se suceden varias escenas sobre cómo enfocar este entretenimiento, tocando temas políticos, sociales y culturales. Todas estas reflexiones se llevan a cabo mediante la palabra hablada, dejando la puesta en escena como un cuidado y gélido decorado. Por esta razón, los pensamientos expuestos sobre el Brexit, las fronteras digitales y la corrupción se quedan en tierra de nadie, siendo una burda simplificación de conceptos y sin llegar a divertir en ningún momento. Play Schengen es una obra plomiza y fallida en su intención. El enfoque de la directora sobre cómo abordar el espacio Schengen es interesante, pero pronto se resalta su pobreza. Querer hablar sobre política en unas oficinas grises donde sus trabajadores expresan ideas infantiles sobre cuestiones territoriales es una invitación al tedio. Ni forma ni contenido sostienen el interés, al pecar de didactismo y un mensaje moralizante. No cabe duda de que Gunhild Enger ha identificado varios temas, desde el Brexit, hasta las fronteras en el mundo digital, véase el caso reciente de TikTok, sobre los que se filmarán cantidad de obras. Ya se ha comprobado que la desconexión no funciona.


NOUR (2020), de Rim Nakhli – Pardi Di Domani: Concorso Internazionale

Nour y Adem tienen una cita. Tras un largo periodo de tiempo, su padre les ha prometido volver a verse. Una nueva esperanza para esta pareja de jóvenes hermanos. Un viaje hacia el punto de encuentro en el que se irán alimentando expectativas y emociones. Una travesía titulada como la hermana mayor con un resultado desigual debido a una clara dispersión narrativa. Cuenta la directa tunecina Rim Nakhli que su propósito desde el primer momento fue mezclar el estilo documental con la ficción. El cortometraje se limita a seguir el viaje, por lo que su intención tenía buenos cimientos. No obstante, no logra en ningún momento conseguir un mundo fílmico coherente. Por un lado tenemos la parte documental. Todas las grandes cualidades de Nour provienen de la capacidad observacional y adaptativa a los diferentes lugares de Túnez. Mientras que los hermanos se dirigen al sitio acordado, Nakhli integra con destreza todos los elementos de azar que el contexto le proporciona. El viento, la lluvia o un caracol que aparece debido a estas condiciones meteorológicas. Una panorámica de Túnez completada por los contrastes urbanísticos y paisajísticos, así por cómo se comportan sus habitantes. Porque cuando se pasa del entorno y el documental a lo personal y la ficción, el cortometraje se hunde. La ávida capacidad de contemplación es directamente proporcional a la incapacidad para crear personajes y emociones creíbles. Los planos generales se sustituyen por primeros planos de situaciones forzadas. En la cercanía, a la cineasta únicamente le interesa el gesto dramático. Un desarrollo de personajes, pese a eludir sus antecedentes, que no facilita la involucración del espectador. En definitiva, Nour es un cúmulo de luces y sombras en las que observar la historia y cotidianeidad de una ciudad tunecina. Un viaje fraternal por tierra y cemento tunecino, perdidos entre tantas otras vidas.


A TRIP TO HEAVEN (2020), de Linh Duong – Pardi Di Domani: Concorso Internazionale

Desde hace décadas, los tours turísticos por el delta del río Mekong no han variado un ápice. Con un paseo en bote y el espectáculo con pitones como principales reclamos, no hace falta más que teclear esta región para ver cuáles son las primeras imágenes que nos muestra el buscador. Aunque amenazada por el cambio climático, la naturaleza es la reconocible seña de identidad que nunca varía; no se puede decir lo mismo de los visitantes. Actualmente, los móviles y los selfis copan cada espacio, desvinculando la experiencia del presente. Una transformación percibida por la cineasta vietnamita Linh Duong, conectando en su entrañable corto A trip to heaven una excursión turística grupal con los súbitos caminos de la memoria personal. Madame Tam, una mujer en torno a los cincuenta años, se embarca en este tour junto a una amiga. Antes de que llegue el bus que las recoge, hablan del amor que les profesan sus nietos. Su inagotable fuente de afecto. Un alimento anclado en el ahora fracturado por los recuerdos del pasado al subir en el vehículo. La protagonista cree haber reconocido al final del pasillo a uno de sus amores de juventud. Con esta introducción, el grupo llegará al delta para realizar la tournée guiada. Combinando documental y comedia romántica, Duong filma una cálida historia de amor mientras que enseña las peculiaridades de un lugar familiar para ella. El principal interés del corto es si la memoria estará engañando a la protagonista, o una posible reconciliación está al alcance de su mano. Una trama con carácter casi anecdótico que se apoya en cómo se comporta cada integrante del grupo. Los más jóvenes no paran de inmortalizar el momento, mientras que la protagonista evoca otro tiempo mediante la palabra. De esta manera, se generan situaciones cómicas, un acierto para alcanzar el pretendido, y conseguido, tono humanista del cortometraje. Aunque tanto el romance de juventud como el tour en el delta del Mekong parecen conservarse en formol, al final habrá un elemento que rompa la ilusión de lo ya vivido. Para reclamar la atención del turismo en masa, se ha colocado una futurista escalera hacia el paraíso en medio de la vegetación. El final de un recorrido al que se encuentra esta región de Vietnam y Madame Tam. La duda es si esas escaleras representan una nueva oportunidad o, como predica el guía, un seguro para alcanzar los mil likes. El Mekong y la memoria desembocando en el mar de la mano.


I RAN FROM IT AND WAS STILL IN IT (2020), de Darol Olu Kae – Pardi Di Domani: Concorso Internazionale

A Darol Olu Kae le quedaba un mes junto a sus hijos antes de que se mudasen con su madre. En poco tiempo pasaría de poder disfrutar de su día a día a pensar en la distancia que separa Los Ángeles de Filadelfia. Por ello, entre los tres empezaron a filmar sus momentos cotidianos. Archivos que tras su marcha albergaban tanta alegría como tristeza por el distanciamiento. El cineasta tenía un fuerte sentimiento de pérdida. Una intimidad que, como comentaba en el coloquio locarniense con Annemarie Jacir, necesita expresarla mediante una forma artística, ya que no tenía palabras para ello. Para ordenar sus ideas, el cineasta estadounidense se guío por sus valores sociales y culturales para dar forma a I ran from it and was still in it. Primero, en esta obra aparecen intertítulos de películas de Jonas Mekas, abrazando sus propios filmes caseros. No obstante, lo que hace emocionante al cortometraje es cómo desde un duelo personal y específico llega a un sentimiento universal. En vez de centrarse o dar información sobre su situación, Darol Olu Kae va añadiendo capas a sus memorias filmadas mediante found footage, música y poesía. Como referencia, lo primero que vemos es un fragmento de Take This Hammer (1964) de Richard O. Moore, en el que observamos a varios afroamericanos bailando mientras James Baldwin reflexiona sobre el baile como una acción total. Un punto de partida desde una expresividad pura y sincera, justo lo que quiere transmitir el director. De esta manera, se irán intercalando desde pensamientos de The Watts Prophets hasta ideas del panafricanismo. Discursos potentes que se elevan, y conforman la fuerza del cortometraje, al mezclarse con fragmentos del mundo actual. El tema central de la paternidad de Darol Olu Kae entre los ecos del pasado y el presente, siempre lidiando con lo que significa ser negro en Estados Unidos. Imágenes empapadas tanto por jazz como del hip hop de J.Cole en She’s Mine. Un conjunto que da voz a una comunidad y proporciona calidez al duelo del cineasta. No obstante, tras viajar al pasado y entender el presente, queda el futuro. Es en ese momento cuando emerge el Black Lives Matter y vídeo de Malcolm X dando un discurso sobre la brutalidad policial en Los Ángeles en mayo de 1962. Allí llamaba a dirigirse a la raíz para afrontar la injusticia social. Unas palabras que resuenan para encarar los nuevos tiempos. El duelo personal de Darol Olu Kae es también un gesto político y social. Y alarga la mano para que todas las formas artísticas puedan expresar el movimiento Black Lives Matter. Desde la danza, como exponía James Baldwin, a la música, la poesía y, por último, el cine.


PACÍFICO OSCURO (2020), de Camila Beltrán – Pardi Di Domani: Concorso Internazionale

Hace mucho tiempo, en la costa pacífica de Colombia, las mujeres hacían pactos con fuerzas místicas para dominar el arte del canto. Una tradición que se ha perdido. El primer cortometraje de Camila Beltrán en su país de origen comienza con la voz de una anciana explicando esa creencia. En él, lo ancestral se apela desde la palabra. No obstante, estas convicciones van permeando las imágenes. En una estructura desprovista de una narración clásica, la cineasta filma la naturaleza y los barrios marginales de Cali. Allí interaccionan unos cangrejos que parecen entender el discurso de la anciana y un grupo de niños afrocolombianos pertenecientes a un grupo de música. Con estos elementos, se logra un enfrentamiento continuo entre realidad y mito, naturaleza y ciudad, y futuro y pasado. Es muy sugestivo cómo la directora explora diferentes recursos cinematográficos para lograr un recorrido sensorial por Cali. En Pacífico Oscuro hay dos escenas representativas de la visión de Beltrán. Por un lado, la cámara de la cineasta deja paso a una reproducción en un televisor de los incendios forestales, provocados por manos criminales, que tuvieron lugar en septiembre de 2019. Este es una disrupción clave al romper el punto de vista, pero también por el contenido de esas imágenes. Nuestra impresión inicial se genera por la irrupción del rojo destructor en un cortometraje dominado por el azul del océano. Asimismo, al fondo podemos observar el Cristo Rey. Esta estatua tiene implicaciones sociales y religiosas, cimentando la relación entre las palabras de la narradora con las jóvenes protagonistas. A día de hoy, a los negros se les sigue vinculando con el diablo. Una situación que nos lleva a la segunda escena destacable. Durante el metraje hay varios ensayos del grupo de música, pero en uno de ellos se cambia el formato a super-8. Una decisión muy interesante, ya que el mito, finalmente, transforma las imágenes. La música y la naturaleza no son cuentos del pasado, si no las fuentes más vibrantes de resistencia.

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Carlos Chaparro

Estudió Comunicación Audiovisual, permitiéndole trabajar en su pasión: el cine. Un amor incondicional que nació al descubrir a Patricia y Michel paseando por los Campos Elíseos.

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