Loving Vincent (2017) de Dorota Kobiela y Hugh Welchman – Crítica

Loving Vincent

«Ese monumental equipo encargado de pintar y animar cada fotograma es el primero que merece todas las alabanzas que la película pueda recibir. Es gracias a ellos que Loving Vincent adquiere toda esa belleza que llega incluso, en ocasiones, a romper al espectador por dentro»

Mi primera experiencia notable con Vincent Van Gogh fue a través del cuadro El dormitorio en Arlés en un curso de Historia del Arte. Nunca he tenido una preferencia especial por las artes pictóricas más allá de su apreciación estética, pero el análisis de aquella pintura de Van Gogh despertó una reacción diferente: El dormitorio en Arlés, aunque pintado en un período de calma del artista, resulta increíblemente inquietante cuanto más se adentra uno en los detalles de su perspectiva distorsionada y la desconcertante distribución y dimensión de los elementos individuales. Supongo que ese efecto se agudiza cuando uno piensa en la vida y el final del loco del pelo rojo.

Para aquel que admira a Van Gogh resulta imposible desligar su obra del terrible dolor que impulsaba frenéticamente su pincel a través de los lienzos con los que, desgraciadamente, nunca consiguió el merecido reconocimiento. Dorota Kobiela, directora de la ambiciosísima Loving Vincent, conectó profundamente con el sentimiento de Van Gogh al verse ella misma luchando contra la depresión en su carrera artística: la película es el homenaje al artista que la inspiró, en lo profesional y en lo personal, a salir adelante, tal como la propia Kobiela reconoce en cada entrevista.

Por este motivo, Loving Vincent es algo más que un experimento con las técnicas de animación, que son indudablemente el mérito principal del metraje. La película se concibe como una suerte de documental con el que se trata de arrojar luz sobre el suicidio de Van Gogh, llegando a una conclusión tan cierta como desgarradora: no importa cómo o por qué murió el artista, sino qué ocurrió antes de eso; no importa cómo fue el doloroso final, sino cuándo empezó. Sólo así se consigue, en cierto modo, honrar la memoria de un hombre que tuvo que enfrentarse al rechazo sencillamente por estar enfermo, y aparcar unos segundos la romantización de su muerte para hablar de él como ser humano y no como mito artístico. Loving Vincent es triste porque la vida de Van Gogh lo fue. Pero, al mismo tiempo, es sobrecogedoramente bella, porque sus cuadros, motivo último que inspira toda la estética del film, lo son.

Nunca habrá suficiente reconocimiento para los aproximadamente 125 artistas de todo el mundo que pintaron a mano cada fotograma de este proyecto titánico; apenas puede encontrarse el nombre de unos cuantos. Siempre deja qué pensar todo el trabajo que en el cine, y especialmente en la animación, queda solapado por otros elementos de mayor espectacularidad, pero en el caso de Loving Vincent es irónico que, siendo los cuadros el interés principal, este fenómeno se repita. Esos artistas en la sombra, ese monumental equipo encargado de pintar y animar cada fotograma, son los primeros que merecen todas las alabanzas que la película pueda recibir, no sólo por su trabajo, sino por el increíble respeto y cariño que han mostrado con él. Es gracias a ellos que Loving Vincent adquiere toda esa belleza que llega incluso, en ocasiones, a romper al espectador por dentro.

Loving Vincent es tan poderosa y visceral como lo fue el propio pintor, y al mismo tiempo, es un sentido homenaje desde la armonía y la paz que provoca saber que, finalmente, Van Gogh ocupó el lugar que merecía en la historia del arte, aunque fuese demasiado tarde. También es para aquellos admiradores que, como Dorota Kobiela, han sentido la necesidad de acercarse a las cartas y las palabras de Van Gogh para poder entender la obra del holandés en su parte más afectiva y sensible. Para los que no existe el arte sin las condiciones del artista, Van Gogh es el máximo exponente. Y Loving Vincent es la exposición cinematográfica definitiva del carácter excepcional de Vincent Van Gogh, desde el más absoluto respeto a su genialidad, pero también a sus sombras, lejos de la estigmatización y la mistificación de su enfermedad. La increíble técnica, acompañada de la sensibilidad con la que se acerca a la intimidad del pintor, convierten a la película en una experiencia similar a la de El dormitorio de Arlés, por la cual uno puede quedar admirado de la técnica, pero lo que realmente remueve es todo lo que aquello significa. Es un necesario homenaje que, con su complejidad, ha conseguido situarse a la altura de las expectativas que prometía.

Sinopsis Primer largometraje compuesto por pinturas animadas, «Loving Vincent» es un film homenaje a Van Gogh en el que cada fotograma es un cuadro pintado sobre óleo, tal y como el propio Vincent lo hubiera pintado. Sus 80 minutos de duración están compuestos por 56.800 fotogramas que han sido pintados, uno a uno, por una gran cantidad de excelentes pintores a lo largo de varios años, todos inspirándose en el estilo y arte magistral de Van Gogh.
País Polonia
Dirección Dorota Kobiela, Hugh Welchman
Guion Dorota Kobiela, Hugh Welchman, Jacek Dehnel
Música Clint Mansell
Género Animación
Duración 95 min.
Título original Loving Vincent
Estreno 12/01/2017

Calificación9
9

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