La mal llamada sociedad de la información se ha constituido en favor del poder (como tantísimas veces ocurre). El periodista, se ha convertido hoy en día, en un mero difusor de las mentiras que políticos y hombres de influencia vomitan cada día sin pudor alguno. Y esto es así gracias al concepto erróneo que se tiene de lo que es información.
En escuelas y universidades de todo el mundo se adoctrina en el pensamiento de que la información es un ente objetivo, y en que la labor del periodista es transcribir las palabras que emite un sujeto determinado. ¿Y si lo que dice esa persona es totalmente falso, no es responsable el periodista de expandir esa falacia?
La actividad periodística debe ser una actividad explicativa. Un trabajo en el cual tras la firma de un profesional de la información, se expliquen las causas y consecuencias de un hecho, así como su veracidad o falsedad. El periodista debe estar capacitado, tras una intensa labor de investigación, para interpretar un acontecimiento o un discurso.
Sin embargo, el modelo no esta construido de esta manera, y aquel que intente cambiar las reglas del juego (que tan bien les vienen a algunos), tendrá verdaderas dificultades.
Por ello admiro en cierto modo el carácter de gente como Michael Moore (Bowling for Columbine, Fahrenheit 9/11, Sicko), quien transmite sin pudor alguno sus creencias. Sus documentales, a medio camino entre el cine y el periodismo, rebosan ideas y opiniones elaboradas, y en la mayoría de los casos legítimas.
El problema llega cuando utiliza métodos poco éticos para convencer de ello al público. Métodos como la mentira, la ocultación, la manipulación, el sentimentalismo, o la demagogia. Todos estos son sustantivos íntimamente ligados al cine de Michael Moore. Por supuesto, podemos incluir también un sinfín de adjetivos enormemente positivos, pues como cineasta Moore es un superdotado.
Entonces, un interrogante antiquísimo nos asalta: ¿el fin justifica los medios? ¿podemos mentir para convencer de algo bueno? ¿podemos mentir para decir la verdad?