«Como reportaje gastronómico y turístico de la periferia francesa, París puede esperar es brillante»
A los Coppola les va el cine. Francis Ford Coppola es hijo de una actriz italiana, su hija ha dirigido algunas películas notables e interpretado otras, y faltaba que mamá Coppola realizara alguna incursión en el cine después de aquel documental que co-dirigió en 1991 sobre cómo se hizo Apocalypse Now. Con el tiempo Eleanor Coppola se ha ido acreditando como documentalista y ésta es su primer largometraje con argumento. De hecho, es al alimón guionista y directora. Sin embargo, su pasado como documentalista le traiciona y en lugar de una película romántica que suscite sonrisas, lo que ha realizado con París puede esperar es un publirreportaje del atractivo que la periferia francesa –que no Paris- puede tener para el turista.
Al ver la temática y la ubicación de la película nos dio la impresión de que se trataría de una cinta amable, entretenida y que dejara un grato recuerdo. Acaso como Bajo el sol de la Toscana (2003). Pero no, cualquier parecido es pura coincidencia. París puede esperar recuerda más a esas tv-movies intrascendentes, rodadas en serie que invaden el plasma en las tardes de los fines de semana. Lo más positivo que puede decirse de ella es el preciosismo que destilan algunos fotogramas en donde vemos una Francia rural poco conocida: los protagonistas se paran en lugares extremadamente agradables a degustar un comida tradicional gala, quesos, caracoles y vinos a tutiplé y, como no podía ser de otra manera, sofisticada y fatua “nouvel cuisine”, algo que no resulta en absoluto original en estos tiempos en los que Masterchef y otros espacios televisivos constituyen los programas de mayor audiencia televisiva.
París está hoy demasiado saturada por el turismo y que los últimos ataques yihadistas la han convertido, incluso, en peligrosa, así que es necesario empezar a descentralizar el turismo hacia la periferia francesa, esas zonas desconocidas, que no figuran entre los primeros destinos de los tour operators, pero que resultan agradables de ver, incluso para un turismo exigente: Vezelay, Lyon y así, etapa tras etapa, hasta París, incluso con cierta preferencia hacia los restos del período en el que las Galias formaban parte del Imperio Romano. Ya se sabe que los geopolíticos y estrategas de los EEUU aún hoy toman a Roma como ejemplo de cómo quieren su propio imperio. Así pues, hay algo en esta película de documental turístico, género tan querido y practicado por Eleanor Coppola. Como documental culinario y geográfico es una buena película.
Pero lo que el público va a ver y quiere ver es una película en la que el sello Coppola sea marchamo de calidad. Y aquí es donde todo resulta más discutible. Empecemos por decir que la presencia de Alec Baldwin es accidental. Apenas aparece unos minutos al principio, para luego esfumarse en el resto de la trama. Los protagonistas verdaderos son Diane Lane (como esposa de Baldwin, un tipo millonario que ejerce como productor de cine) y Arnaud Viard (socio de Baldwin que acompaña a la esposa de este en su largo periplo hacia París). Gastronomía, paisajes y romance son los leit-motivs de París puede esperar. Y ciertamente, los paisajes y la comida figuran entre los reclamos turísticos de Francia. Lo que está mal desarrollado y no resulta convincente es el aspecto emotivo y sentimental, romántico en una palabra, de esta película.
En efecto, Diane Lane hace nuevamente otra recreación de sí misma, con una gestualidad excesiva y mucha expresividad maliciosa. Da la sensación de que no termina de creerse el personaje y cubre este escepticismo agitando el cabello con la cabeza o con las manos, queriendo pronunciar frases que ella misma censura: es ella, es Diana Lane, la que hemos visto tantas veces haciendo de Diana Lane en lugar de interpretando.
Por lo demás, el guión es bastante plano, soso y previsible: desde el desinterés y el distanciamiento del marido hacia la esposa, el que esta sufra el “síndrome del nido vacío” y trate de llenarlo con el primer canelo que aparezca, la posibilidad de un amor tardío, el seductor otoñal, el enamoramiento súbito tras degustar una tajada de Roquefort, ver los restos de un acueducto romano o situarse bajo un claro de luna en el Midi, todo esto son elementos vistos y previsibles. La pareja protagonista –Lane/Viard- no muestran ni química, ni magnetismo de ningún tipo. Incluso el personaje de Viard, más que francés parece pintado con los colores de la bandera italiana, ligón como un milanés, comedor como un romano y pelmazo como un napolitano.
Resumamos: si de lo que se trataba era que Eleanor Coppola hiciera lo que ha venido haciendo estas últimas décadas, es decir, un reportaje gastronómico extremadamente caro, lo ha bordado. Tal es el formato de París puede esperar. Si deseaba enlazar una serie de clips turísticos mostrando las bellezas de la periferia francesa, el objetivo ha sido alcanzado brillantemente. Pero si lo que quería era realizar una película romántica y sentimental, el intento ha resultado frustrado por completo. Eleonor Coppola anda ya por los 81 años, así que como ópera prima dramática esta película resulta algo tardía: hubiera sido mucho más inteligente el filmar en los mismos lugares que vemos en esta cinta con formato de documental.
Sinopsis Anne se encuentra en una encrucijada en su vida. Casada con un exitoso productor de cine, un día se encuentra de forma inesperada viajando en coche desde Cannes a París con un socio de negocios de su marido. Lo que debería ser un viaje de siete horas se convierte en una aventura de dos días repleta de diversión llena de lugares pintorescos, buena comida y mejor vino, mucho humor, sabiduría y romance, despertando los sentidos de Anne y dándole un nuevo deseo a su vida.
País Estados Unidos
Director Eleanor Coppola
Guion Eleanor Coppola
Música Laura Karpman
Fotografía Crystel Fournier
Reparto Diane Lane, Alec Baldwin, Arnaud Viard, Cédric Monnet, Linda Gegusch
Género Romance
Duración 92 min.
Título original Paris Can Wait
Estreno 16/06/2017
paris puede esperar, «brillante?»
hacia mucho no veia una pelicula tan mala
lastina de dinero de las entradas