La primera parte del film se encaminaba hacia aguas fangosas al explorar una temática que sugería la normalización de lo inmoral. La historia gira en torno a una pareja interracial e intergeneracional con un pasado truculento: Gracie Atherton (interpretada por Julianne Moore) estuvo en la cárcel por supuestamente abusar de un menor, Joe (Charles Melton), a quien luego convirtió en su esposo y en el padre de tres de sus muchos hijos (La protagonista tuvo también críos en su anterior matrimonio). Tras 24 años de vida conyugal aparentemente normal, la reconocida actriz Elizabeth Berry (Natalie Portman) irrumpe en sus vidas con el propósito de documentarse para interpretar a Gracie en una película, desenterrando así su pasado y el inquietante romance que tuvo con su actual esposo cuando ella contaba con 36 años de edad y él con 13. Por otro lado, la llegada de Elizabeth desencadena una serie de conflictos entre los esposos, los hijos de la pareja, los hijos del matrimonio anterior e incluso con el exmarido de Gracie.
Julianne Moore destaca en su interpretación, eclipsando a Natalie Portman: la mirada de la primera, su actitud y comportamiento aportan una gran verosimilitud a su papel. Sin embargo, a Natalie Portman no se la ve tan suelta, incluso parece algo constreñida (le sobran minutos). Charles Melton, a quien no conocía, aparte de enseñar sus partes, aporta bastante poco, y en cuanto a los secundarios no hay nada que destacar.
Sin lugar a dudas, el peso de la película recae en Julianne Moore. No obstante, hay algo que siempre me resulta chocante en estos dramas estadounidenses. A pesar de las vidas complicadas que enfrentan los protagonistas, con pasados traumáticos, hijos de distintos matrimonios y diversos problemas, todos salen siempre guapísimos, peinadísimos, con unos cuerpazos increíbles y viviendo en casas espectaculares, limpísimas y ordenadísimas. Si la misma historia hubiera sucedido en España, el entorno se hubiera presentado de manera muy diferente, y la protagonista no hubiera tenido, ni por asomo, el aspecto de Julianne Moore. Me la imagino gorda, desaliñada, fumando sin parar, con un delantal lleno de lamparones, viviendo en un cuchitril infectado de cucarachas y cobrando el subsidio por desempleo.
La superioridad estética e incluso ética del mundo anglosajón, esa predestinación calvinista, a menudo, desde mi humilde punto de vista, tiende a restar verosimilitud y valor a este tipo de películas. Resumiendo, la cinta vale la pena, se actúa bien y, aunque podría prescindir de algunos minutos, su conjunto resulta interesante.