‘Serena’, el último film de la cineasta danesa Susanne Bier, autora también de ‘En un mundo mejor’, nos propone en esta ocasión la historia de una pareja recién casada en los años 20, que juntos quieren sacar adelante una empresa maderera mientras procuran que su amor y pasión se mantenga tan vivos como el primer día. Todo parece ir bien hasta que la mujer descubre que su marido esconde algunos secretos.
En el cine los secretos inconfesables son muy recurrentes, porque dan el giro de emoción y de intriga necesarios para la sorpresa, con los toques indispensables de peligro.
En 1944 el director George Cukor realizó ‘Luz que agoniza’, con un planteamiento similar al de ‘Serena’. Una pareja que se acaba de casar, se dispone a convivir. Todo transcurre de manera aparentemente feliz, hasta que se desvela que no todo es como parece. Él es un pianista, interpretado por el actor Charles Boyer, que comienza a comportarse de una forma extraña con su esposa (Ingrid Bergman) una mujer algo vulnerable y débil, al menos al principio de la película. Ambos se van a vivir a Londres, a una casa de ensueño de la Inglaterra victoriana, pero donde la luz es escasa, siempre impera la oscuridad, y no sólo físicamente. Porque en esa casa hay una historia detrás que está sin resolver, y cuando los protagonistas viven en ella, las preguntas y los hechos inexplicables se hacen más presentes. Paula Alquist, la mujer que interpreta Bergman, comienza a oír ruidos y pasos en la parte superior de la casa, donde se supone que no vive nadie, pero su marido la hace creer que no es cierto, que se lo inventa fruto de su imaginación o porque se está volviendo loca. A partir de aquí el personaje de Charles Boyer organiza mil y una tropelías para que su mujer quede en evidencia. Se convierte en un ser despreciable y perverso cuya víctima es incapaz de defenderse o imponerse por sí misma.
Ambos actores están inmensos en su propio rol. Boyer no puede caer más antipático y no puede ser más cruel, que es lo que exige su papel, y para ello ayuda mucho ese gesto tan tosco, inexpresivo, que siempre le ha ido bien en el cine. Por su parte Ingrid Bergman ganó el Oscar por su interpretación, así que se puede decir que es una de sus mejores películas, su Paula Alquist sufre como pocas, hace sufrir al espectador por su vulnerabilidad, y Cukor hasta se recrea en su sufrimiento.
Bergman siempre estuvo cómoda en papeles dramáticos, al borde de la desesperación y maltratada sin compasión, como también ocurría en ‘Atormentada’ o ‘Encadenados’, ambas de Hitchcock. Su presencia en ‘Luz que agoniza’ es capital, todo el argumento gira a su alrededor, y es ella la que propicia que la cinta sea recordada como uno de los mejores dramas de la década de los cuarenta. No cabe duda que está muy bien acompañada por Boyer y Josehp Cotten, uno de esos actores que siempre dejaban una muy buena impresión en sus trabajos, sin sobresalir, pero sin decepcionar. Pero Bergman se lleva todos los focos de la película. Cuando sale ella, con su cara angelical que da la impresión no haber roto nunca un plato, lo demás siempre es secundario.
No podemos olvidar la labor del director George Cukor, del que se decía que sabía dirigir muy bien a las actrices. Era cierto y aquí tenemos el mejor ejemplo. Sin embargo, tampoco lo hacía mal con los actores, porque su mejor secreto, ya que hablamos de una película de secretos, era que sabía hacer cine. No era un artesano más de la época, podía convertir un buen guión en una obra maestra. Alguien que dirigió ‘Historias de Filadelfia’ no puede ser considerado uno más o alguien que sabía hacer su oficio más o menos bien. Cukor era un artista con un estilo muy marcado. Se movía mejor en espacios cerrados, casi teatrales, que los convertía después en lugares claves de sus películas. La casa de ‘Luz que agoniza’ no es una casa cualquiera, casi tiene su propia personalidad, y cada detalle que se ve en la puesta en escena tiene su importancia en la historia.