Series Históricas (1ª parte): Peaky Blinders, TURN, Los Tres Mosqueteros

PEAKY BLINDERS. CHICOS MALOS CON GORRAS

Peaky Blinders

La pátina de calidad que imprime la BBC a todos sus productos (Sherlock, Dr. Who, The Office) queda fuera de toda duda cinéfila. Esta serie es la prueba de que eficacia, nivel artístico y entretenimiento, pueden darse un fuerte apretón de manos. Historia posbélica, de una sociedad marcada por las terribles consecuencias de la “Gran Guerra”. Los miembros de estos “Peaky Blinders” y sus boinas tuneadas, sufren estrés postraumático, años antes de que se diagnosticara. La Primera Guerra Mundial fue una carnicería de proporciones épicas, que marcó una generación por su salvajismo. Los soldados que regresan no reciben parabienes ni apoyo. La pobreza se extiende y estos héroes; que se han sacrificado por la paz: son recibidos con recelo.

El paisaje después de la batalla es penoso y miserable. Las consecuencias se verían muchos años después, cuando “El Tratado de Versalles”, devino en uno de los factores originarios del auge de las ideologías racistas pangermánicas. Pero esa es otra historia. Al visionar esta serie lo primero que degusta el espectador es el abanico de interpretaciones que se nos regala. Un recital de excelentes actores, sobrios, certeros como un mecanismo de relojería. Los actores esgrimen el histrionismo como arma cuando se precisa (el judío psicópata Alfie Solomons, bordado por Tom Hardy), cuyos discursos nihilistas recuerdan el Tyler Durden de “El Club de la Lucha”, aplican la contención narrativa (la celebrada “perfomance” de la gran dama de los escenarios británicos Helen McCrory), la desmesura patológica de Paul Anderson, el hermano traumatizado de Thomas Shelby (71’, Nunca es Demasiado Tarde) o la naturalidad más pasmosa, con que dota al personaje Annabelle Wallis (Pan Am, Los Tudor, The Lost Future). Pero el mascaron de proa de este ramillete dramático, es sin duda la creación de un enorme Cillian Murphy (Thomas Shelby), seguido de cerca por la gestualidad, intensidad y dominio del “timing” de Sam Neill (Inspector Campbell), que interpretara un extraordinario Wolsey en “Los Tudor”.

Campbell es el personaje más cercano al exceso y proclive al trazo grueso. Pero Neill lo salva, dotándole de humanidad en sus reacciones: rabia, despecho, lascivia (en su aparente puritanismo), con fugaces instantes de arrepentimiento. Además, lo hace con un acento ensayado con su amigo Liam Neesom (no olvidemos que es australiano) que para la ocasión le asesoró y le dio clases. “Peaky Blinders” es una apasionada crónica de otros violentos años veinte, distintos a los que acostumbra a ofrecernos la pantalla. El contexto histórico sitúa los hechos en un periodo europeo, donde ideologías como el anarquismo y el comunismo trataban de expandir sus tentáculos al resto del mundo desde Rusia. En el epicentro de esta guerra de poderes, se encuentra también el conflicto irlandés, la expansión industrial y los grupos de gánsteres que tratan de controlar los negocios en los bajos fondos, para después pasar a los negocios legales. Este fresco social se aleja de su referente americana “Boardwalk Empire”; más centrada en los lujos y ascensos de la mitología de gánsteres históricos; que en el uso del miserabilísmo y el retrato social, referencias de las que carecen los villanos del otro lado del charco.

Cillian compone un personaje atormentado. Un “padrino” hierático, taciturno, que oculta en su interior el sufrimiento, pero no exterioriza sentimientos. Steven Knight ya había dado muestras de su habilidad en desarrollo del guion con “Promesas del Este”, “Negocios Ocultos” o “Locke” (protagonizada por Hardy, al que cuela en la serie) Aquí compone la estructura dramática con brío. Deteniéndose en los momentos de introspección, sin detrimento del plano narrativo, con una puesta en escena dinámica y subyugante.

Lo cortés no quita lo valiente. Las escenas de pura acción y los momentos de tensión se mixturan con esos diálogos certeros, con los enfrentamientos “tête a tête” de los principales protagonistas en el plano verbal. Junto a él, comparten el honor los guionistas David Leland, Stephen Russell y Toby Finlay. El Birmingham industrial; casi una ciudad fantasmal; es fotografiado como un personaje más. Calles espectrales, diseñadas con tiralíneas, puertos habitados de bruma, carromatos, tribus de nómadas gitanos. Garitos infectos donde estos “chicos de las cuchillas” viven sus miserias y penurias. Pero también hay luz e intensidad. Paisajes irlandeses, mansiones de alta sociedad e hipódromos, pistoleros enriquecidos y opulentos, cuyas vidas aspiran a imitar los “peakys”. La serie se rodó entre las calles cenicientas de Birmingham, en Bradford y Liverpool, entre otras localizaciones.

Se utilizaron carruajes del Museo Ferroviario Ingrow y de Lancashire&Yorkshire Railway Trust.

El terreno de los secundarios está abonado. Aparte del, ya mencionado; Tom Hardy, que se merienda al resto del elenco cuando está en pantalla, destacar a Charlie Creed-Miles (Billy Kimber) y Noah Taylor (Darby Sabini), cuyas interpretaciones beben; sin duda; de los personajes histriónicos creados por el austriaco Christoph Waltz (Malditos Bastardos, Django Desencadenado, Big Eyes) y que consiguen crear tal nivel de antipatía, que el espectador desea verlos estampados en la pared lo antes posible. Incluso los más bisoños consiguen medirse con sus mayores, dejando un buen sabor de boca.

El personaje de Finn (el hermano pequeño) nos regala un prometedor Alfil Evans-Meese, o el reflexivo y dubitativo Jeffrey Postlethwaite (Henry) hijo del gran actor fallecido (El Último Mohicano, En el Nombre del Hijo, Tocando el Viento) que interpreta al joven Henry. El único personaje histórico introducido en la trama (Winston Churchill) es desarrollado con solvencia durante la primera temporada por el británico Andy Nyman (¿Un Funeral de Muerte, Are You Ready for Love?) y por Richard McCabe (Notting Hill, El jardinero Fiel) en la segunda.

La banda sonora se imbrica de tal forma en este microcosmos de caballos, locales chinos, pubs abarrotados, revolucionarios, fábricas y calles mugrientas, que llega a convertirse en imprescindible para narrar las transiciones visuales y encauzar el ritmo narrativo. La hipnótica melodía de “Nick Cave & The Bad Sedd”, se introduce entre los edificios de ladrillo rojo y el carbón apilado, entre el paisaje obrero y los canales mohosos que transportan el contrabando.

El cuidado en la puesta en escena es el acostumbrado en la BBC, mimando el detalle, conscientes de que en el diseño de producción y unos diálogos no anacrónicos, se encuentra la base de toda recreación histórica. Y en este segundo aspecto se superan. Los recitativos de los personajes son de antología. Filosofía cotidiana, esgrima verbal entre contrarios, frases que cortan como una cuchilla. La visión que el diseñador de producción Grant Montgomery (Shameless, Miss Marple, Befote You Go, La Muerte llega a Pemberley) tiene de la Revolución Industrial, es un lienzo ceniciento, pleno de suciedad. Una urbe fantasmagórica de ladrillo rojo de un feísmo perturbador.

Bañada en una fotografía (George Steel) con preeminencia de ocres y dorados, que consigue una atmósfera opresiva con luces cenitales o espejos. Los protagonistas caminan sobre las arenas movedizas de la ilegalidad. En aquellos años todavía el alcohol y el juego no formaban parte integrada en la cultura de estos países, por lo que la frontera era bastante débil. La psicología de los personajes se logra en unos primeros planos intensos y despiadados, donde Cillian Murphy despliega su magnetismo y su mirada atormentada. La guinda del pastel se encuentra en el cuidado vestuario de Stephanie Collie (Los Amigos de Peter, La Mirada del Amor, El Señor de los Ladrones) que nos introduce en la época con precisión: vestidos “flappers”, gorras, sombreros hípicos, vestidos cortos con brillo, flecos y guantes, tules, boas, estolas, largas boquillas para los cigarrillos.

En los años veinte, los vestidos se acortan para bailar el charlestón, aparecen las estolas y zapatos “mary jane”, el tacón medio o los sombreros estilo cloché. También se detiene en el detalle de los peinados con ondas o estilo garçon, las cejas muy depiladas o los ojos ahumados. Donde puede apreciarse la meticulosidad en la pincelada es en las grandes fiestas, o en el hipódromo. Aunque cada personaje queda bien definido por su forma de vestir.

Las comparaciones con otra serie (ya de culto) como “BoardWalk Empire”, son lógicas y necesarias. Pero el mundo y la sociedad retratados en Peaky Blinders, está bastante alejado de los parámetros de aquella. En un guiño uno de los personajes se refiere al Atlantic City de “Nucky” Thompson, en un ejercicio metacinematográfico. Es recomendable el visionado en versión original. No sólo por los acentos y calidad de los actores. Además, se pierde; en el doblaje al castellano; la voz y las canciones que Grace interpreta en el pub. Baladas tradicionales de una gran belleza.

Cillian Murphy es un actor todoterreno, capaz de vérselas con el más convencional producto comercial. Desde “El Espantapájaros” de Batman, a proyectos independientes y comprometidos con Ken Loach (El Viento que agita la Cebada), puede sobrevivir en apreciables cintas (28 días después) o en la comercialidad de “qualité” (Luces Rojas), saliendo airoso gracias a su físico peculiar, su mirada húmeda y un talento más que demostrado. El irlandés está dotado para desarrollar tormentosos personajes como el travestido de “Desayuno en Plutón”, que le valió nominación a los Globos de Oro, o para regalarnos un doble papel con desdoblamiento de sexo (Peacock. 2010).

Hellen McCrory (Premio Bafta) no necesita presentación (Skyfall, La Invención de Hugo). En sus últimas apariciones añade ese toque de madurez de los buenos vinos a las series. Recordemos su papel de “madre bruja dominatrix” en la excelente “Penny Dreadful” Los instantes en que aparece en pantalla, son de lo mejor de esta serie. Define, con parquedad de gesto, ese personaje de mujer endurecida, pero tierna, que busca una salida del mundo masculino donde le ha tocado sobrevivir.

Entre los “peakys” no hay un bandido romántico, no hay un Robin Hood que robe para los pobres. Los Shelby son supervivientes. Con todo lo que esto representa en cuanto a violencia y atrocidades. Contundente y explícita, cruda y sincera, muestra la realidad cotidiana sin maniqueísmos al uso. Todos los personajes tienes sus grisuras, sus instantes de humanidad y sus explosiones de fieras desatadas. Son humanos, terriblemente humanos.

Los verdaderos “Peaky Blinders” fueron el terror de Birmingham, la ciudad más grande después de Londres, algunos años antes de la época en que transcurre la serie. Los “chicos de las cuchillas” asolaron las calles alrededor de 1890. No está claro que existiera en aquella época la posibilidad de utilizar cuchillas en la gorra (Peaky hat). En el resto de los aspectos la producción es fiel a los detalles de lo que pudieron representar realmente estas bandas de delincuentes. Quizás ahí radique el éxito de la producción. Se habla de dramas universales, sentimientos y pasiones comunes al ser humano en todas las épocas, que buscan el abrigo de una determinada década como excusa argumental, pero sin perder su concepto ecuménico. El papel de la mujer, representado por figuras tan opuestas como Tía Polly; trasunto de las mujeres de carácter que se han podido visionar en series como Breaking Bad, Los Soprano o House of Cards; la valiente Grace o May (Charlotte Riley, esposa real de Tom Hardy), pisan fuerte, y no se dejan aplastar por el entorno machista. La delicada línea que separa el bien del mal es traspasada de forma cotidiana por las dos partes en litigio.

La utilización de métodos extremos por parte del representante de la ley; su implicación afectiva en la trama; hace que las dos partes se difuminen en cuanto a moralidad, hasta ser semejantes. No es una narración histórica en sentido estricto, ni existe esa intencionalidad en los guionistas. Partiendo de un hecho real (la existencia de estas bandas) recrean al modo clásico del cine histórico una serie de vivencias y hechos, con una función más evocadora que realista, más de ensoñación literaria que de crónica periodística. A pesar de ello los personajes (Sabini, Kimber, etc.) fueron capos reales, como lo fueron la lucha entre judíos, italianos y gitanos, el avance del automóvil o la revolución industrial.

La forma en que se incardina la trama es modélica. Los flecos que va dejando como pistas, el ritmo narrativo, el plano secuencia como coartada, el empleo de la cámara lenta (vía Guy Ritchie) de cuya estética en la saga Sherlock, bebe sin lugar a duda, y los diversos personajes que va incorporando, enriquecen el desarrollo. El primer episodio está dirigido por el autor de otra serie, ya en proceso de culto: Black Mirror. Otto Bathurst firma la obertura de esta sinfonía de sentimientos encontrados y miserias humanas. El último episodio de la segunda temporada es modélico en cuanto a densidad dramática, acción, e interpretación. Para degustarlo a fuego lento.

Peaky Blinders

Banda Sonora

Encontramos en el “background” algunas canciones se simbiotizan con el ambiente, sin caer en el anacronismo. Otras, aquí me recuerdan experimentos como la banda sonora de “El Gran Gastby” (2013), donde chirriaban las melodías actuales y se integraban mucho mejor aquellas con notación musical de los años veinte. Valga como ejemplo, el insufrible” soundtrack” de la esnob “Maria Antonieta” de Sofía Coppola (2006).

“Dany Boy”. Una melodía tradicional que se integra perfectamente en cualquier obra de esta temática, y que ha sido versionada cientos de veces. En la voz de Cash, esta cadencia adquiere un matiz melancólico que se sobrevuela la historia bélica de los personajes.

“Love is Blindness” (El Amor es ciego) de Jack White, evoca una atmósfera irritante, y se acerca a los tortuosos sentimientos de los protagonistas sin chirriar demasiado en el conjunto. La versión de White es menos intensa y atmosférica que la de U2. Aquella versión acústica (solo guitarra) se hubiera integrado mejor en la trama. La visión de Jack White del tema de “U2,” adquiere matices más violentos y desgarradores.

Esta balada también aparecía en la banda sonora de “El Gran Gastby” también interpretada por White (Team Chloe Dance Project) con los correspondientes añadidos electrónicos.

“Broken Boy Soldiers”, de los alternativos “The Racounters” consigue introducirse en el desarrollo dramático, dotando de intensidad a los instantes, para remarcar las escenas con breves insertos, pero sin chirriar tanto como otros temas cuyos “riff “de guitarra y percusión extrema, desentonan con el desarrollo e la escena.

“Times” de Tom Waits es otra balada cuya mimesis con el entorno es aceptable dada su cadencia (casi una balada gaélica) e instrumentación y la rasgada voz del californiano, algo similar a lo que sucede con la experimental Clap Hands, cuya cadencia se imbrica en las transiciones entre secuencias, dotándolas de una atmósfera frenética. El acierto de la introducción del soundtrack, consigue que temas estridentes como el “The Plow” de Dan Auerbach se integren en pantalla

“All My Tears”, de la compositora indie noruega Anne Brun, en la más estricta tradición del Folk Irlandés, para un cierre de temporada espléndido. También podemos escuchar el rock alternativo de PJ Harvey en “Arpa Rota”, evocadora y triste y la potente “A Perfec Day Elise”, de su álbum: This is Desire?, donde experimentó con la música electrónica y no guarda ninguna relación con las vivencias y situaciones de la serie. Destacar la hipnótica “Red Right Hands” de Nick Crave, que se convierte en “leiv motiv” y transición, llegando a formar parte de la estructura dramática como un elemento más. Imposible encontrar un tema más apropiado. Aparte de su mensaje subliminal, ya que hace alusión a “La Mano Roja del Ulster”, el hogar del pérfido Mayor Chester Campbell. Está basada en unas líneas del “Paraíso Perdido” del políglota literato inglés John Milton. Esta melodía extraída del álbum “Let Love In”, ya había sido utilizada en el cine en películas como “Scream”, “Dos Tontos muy Tontos”, “Hellboy” o el fallido fantástico “El Circo de los Extraños”.

“Martha´s Dream”, de Nick Cave consigue una atmósfera evocadora y se integra con su melodía nostálgica (casi una danza medieval) y de raíces gaélicas.

Las cadencias que mejor se incorporan a la serie son sin duda aquellas que tienen un acento irlandés. Algunas de ellas se pierden en la versión doblada, como sucede con las canciones que Grace interpreta en el pub “Garrison”. Uno de los momentos más intensos es cuando canta por primera vez a capella el “Black Velvet Band”, una balada tradicional irlandesa grabada por diversos intérpretes como “The Dubliners”, que alcanzaron los primeros puestos en las listas en 1967. Otra de las composiciones a destacar es el «Hope in the Air, un precioso acústico en dueto de la cantautora Laura Marling, que se integra con facilidad en el microcosmos de los «Peaky», perteneciente a su álbum «I Speak Because I Can», absolutamente “seventies”.

The White Stripes con su “St James Infirmary Blues”, acompañan con su sonido potente la entrada de Arthur Shelby en un teatro, dotando la interpretación de una atmósfera de los años veinte. Este tema, es un tradicional que Louis Armstrong popularizó en 1920. Nick Cave hace otra interesante aportación con la triste balada “People Ain’t No Good”, extraída de la grabación “The Boatman’s Call”, minimalista y sombría, marca un alejamiento con el género de anteriores trabajos del grupo. También fue utilizada en la película “Shrek 2”.

En otro episodio, Grace deja boquiabierto al barman interpretando el “Carrickfergus”, canción popular, con nombre de la ciudad en el condado de Antrim, Irlanda del Norte, que popularizaran “The Dubliners”. También ha sido utilizada en la Banda Sonora de “Boardwalk Empire”. Otra de las interpretaciones; en la que todos los parroquianos cantan con Grace, es “The Boy I Love is Up in the Gallery”. Una escena emotiva. Compuesta por Georfes Ware en 1885, es un music hall tradicional inglés para la cantante, actriz e intérprete en el teatro de variedades burlescas: Nelly Powers. Nelly fue una de las estrellas más fulgurantes de la época. También se puede escuchar esta letra burlesca en el film «Luz de Gas” (1940) durante la secuencia del teatro de variedades. Se aprovechó también en series como «The Edwardians», o en la comedia “Goodnight Sweethear», protagonizada por Nicholas Lyndhurstentre. Aunque su más recordada interpretación es la de Miss Piggy, en «The Murples Show”, acompañada al piano de Rowif, el perrito marrón.

Sorprende la incorporación de la intimista «Song for Jesse» compuesta por Nick Cave & Warren Ellis, para la banda sonora de «El asesinato de Jesse James”.

“I Am Stretched On Your Grave “, es una hermosa balada interpreta por una súper estrella de la escena británica acústica, la multiinstrumentista Kate Rusby. Se trata de un anónimo poema irlandés del siglo XVII (Estoy tendido sobre tu tumba) Ha sido grabada entre otros muchos por Sinnead O´connor en el album «I Do Not Want What I Haven’t Got». Grace la interpreta en uno de los momentos culminantes; en montaje paralelo. Mientras canta en el pub, el inspector descubre lo que buscaba entre las tumbas. Es preciso aclarar que los únicos instantes de música diegética (aquella que forma parte del tiempo real) son las canciones que Grace desgrana y las dos arias que aparecen en la ópera, mientras el inspector y Grace dialogan. En el escenario se está representado la ópera “Tosca” de Giacommo Puccini. Se pueden escuchar» Io tenni la promessa» y «Vedi la Ma Guite Lo Stendo A Tel«. Durante el baile de Grace y Shelby en el hipódromo, la orquesta interpreta el » Cataract Rac», un brioso “Rag-time” de Kenneth Colyer (1928/1988). Kenneth fue trompetista y cornetista de jazz inglés, dedicado a la música de Nueva Orleáns. Una verdadera melodía «flappers».

Otro de los temas que no desentona es «If You Were There, interpretado por “Arctic Monkeys». La partitura que escuchamos durante el incendio del pub: “Is This Desire?” de la cantante indie PJ Harvey, cuyo “C’mon Billy” también se diluye sin estridencias en la historia. Destacar la preciosa balada “What He Wrote” de la cantautora Laura Marling, una de las mejores del soundtrack. Laura Beatrice Marling (Hampshire.1990) es una intérprete inglesa de folk. En 2011 ganó el Premio Brit como Mejor Artista Solista Femenina Británica. Fue nominada para el mismo premio en 2012 y 2014. Este precioso tema figura en su grabación “I Apead Because I Can”, y está inspirado en las cartas de una esposa durante la Segunda Guerra Mundial.

El ejercicio del eclecticismo en el “score” ya se desarrollaba en obras como “Moulin Rouge” o el “Django” de Tarantino. Aunque sería más preciso referirse a anacronismo musical. Una trasgresión que, en algunos casos resulta efectiva y simbiótica con el argumento, y en otros claramente chirriante (María Antonieta). “Peaky Blinders” se queda en tierra de nadie, con temas que se imbrican y resaltan las escenas (especialmente el leiv motiv), junto a otros que rechinan de modo notorio. Melodías de los años 30, junto a potentes guitarras extremas, baladas gaélicas cohabitando con indies y experimentales. Acordes sucios, versiones de “The Dubliners” conviviendo con el sonido garaje. Nick Cave había coqueteado con el rock gótico, influido por el free jazz, el blues o el postpunk, antes de pergeñar a “The Bad Seeds”. Curiosamente también se rastrean influencias de otros de los músicos que forman la banda sonora (Tom Waits, PJ Harvey) en sus creaciones. Acentos derivados hacia el lirismo oscuro, lo erótico, las letras provocativas y cierta violencia. Cave ha participado en BS como “Wings of Desire” (Win Wenders), “The Road” (2009), “Soul of Man” (documental de blues, producido por Scorsese), o “The Proposition”, donde también escribió el guion, etc. También participó como actor en películas como “Johnny Suede” (1991). Como curiosidad reseñar que “O Children”; otra canción de Cave; se encuentra en la banda sonora de Harry Potter, sonando en una vieja radio cuando Harry y Hermione bailan en la tienda de campaña. Una banda sonora realmente ecléctica para una serie notable.


 

TURN: ESPÍAS DE WASHINGTON

Turn espias de washington

La oferta de AMC tiene su génesis en un libro de Alexander Rose, que ha sido adaptada por los creadores de Nikita (Craig Silverstein y Barry Josephson). Original propuesta dentro subgénero de series históricas, ya que se aproxima a unos hechos escasamente conocidos y nunca tratados en la pantalla. Durante la guerra de Independencia Norteamericana, un grupo de granjeros se convierte en la primera cadena de inteligencia militar, influyendo en el desarrollo de la contienda. Difícil lo tenía la aventura para salir adelante teniendo como referentes en la cadena series del éxito de “Breaking Bad”, “Walking Dead” “The Killing” o la aclamada “Mad Men”, su alto nivel de calidad y número de seguidores.

Las cartas que desvelaron la trama de espías no fueron descubiertas hasta 1930, lo que añade un plus a lo novedoso del argumento. Apasionante recodo de la historia, apenas explorado, consigue aumentar la densidad de la trama cada capítulo, a pesar de no presentar un inicio espectacular (actitud muy inteligente) con promesas vanas o pirotecnia que después agonizase a lo largo de los capítulos. Jamie Bell (escapado de la piel del niño bailarín Billy Elliot) asume un protagonista torturado por las circunstancias, que en los inicios no termina de cuajar por sus modos interpretativos.

Los siguientes capítulos asientan al personaje y sus hábitos dubitativos, su aparente inexpresividad (diríase que carece de sangre) se van olvidando cuando se hace con el personaje y lo moldea hasta convencer. AMC mima sus series y el diseño de producción es de lo más destacable. La ambientación histórica y el detalle están cuidados. Los estudiosos de la uniformología podrán comprobar la verosimilitud y trabajo de archivo realizado.

Estos espías se encuentran en Las Antípodas de los remilgados James Bond y los adrenalínicos Jasons Bournes (indespeinables y glamorosos) Sufren en sus carnes los avatares de la contienda y la miseria del anonimato. No pueden confesar a nadie lo que hacen. Los equívocos y circunstancias empiezan a hacer mella en sus vidas familiares y caracteres. Armados de poco más que tinta invisible, se enfrentan al ejército más poderoso de la época; una ironía que el protagonista sea británico; las tropas de Su Graciosa Majestad que no debían hacer ninguna gracia a los colonos. Rodada en Virginia, aprovecha localizaciones de la película “Lincoln” y utiliza uno de los parques históricos estadounidenses en Williamsburg (barrio multirracial y hipster) o el casco antiguo de Petersburg, lo que da una idea del esfuerzo por realizar una producción certera y ambiciosa. Turn, mantiene el clasicismo conceptual de la narración histórica al uso, con la desventaja de enfrentarla a otras ofertas de criterio más contemporáneo y tratamiento menos puritano.

Quizás su excesivo academicismo formal la haya relegado de las grandes ligas, frente a propuestas más asimilables por un público ávido de incorrecciones políticas, violencia y sexo explícito, como los que pululan en las series de máxima audiencia. El primer episodio lo dirigió Rupert Wyatt, el británico que sorprendió con la notable “El Origen del Planeta de los Simios”. La utilización de la luz nos remite a aquellas escenas iluminadas con velas que Kubrick rodara para otra producción de época, la excelente “Barry Lyndon”. Las interpretaciones son potentes, destacando el carisma de actores como el escocés Angus McFayden (Saw), que interpretase a Robert Bruce en “Braveheart”. Aquí dota de vida a Richards Rogers, comandante de los irregulares Rangers de la Reina, de presencia icónica. Excelente recreación del jefe del destacamento británico, la que oferta Burn Gorman (Torchwood, Rises, The Dark Knight) plena de matices.

Notable el descubrimiento de Samuel Roukin, que recrea al retorcido villano británico (Capitán Simcoe), o el mismo torturado e hierático Georges Washington, interpretado por Ian Kahn (Dawson Crece, Castle), el militar que encabezó el levantamiento de las 13 colonias en 1776, contra los ocupadores británicos, con el resultado que todos conocemos. Completa el elenco primordial, el correcto Kevin McNally (Piratas del mar Caribe, Yo, Claudio) de físico ideal para el personaje del padre de Jaime Bell. Aunque peca el conjunto de un cierto maniqueísmo en cuanto a la presentación de las distintas nacionalidades, manteniendo los roles clasicistas de malo/malísimo y héroe abnegado, pero no exento de la humorada que ya se encontraba en las obras de Cecil B de Mille como “Policía Montada del Canadá” o “Los Inconquistables”, pero con matices de sadismo que no permitiría el rígido Código Cinematográfico de aquellos años.

El enfrentamiento verbal y el duelo psicológico son casi tan importantes como las espectaculares escenas bélicas, rodadas con oficio y utilización correcta del paisaje. La cabecera de la serie es un notable trabajo de sombras chinescas y recortables de gran creatividad, con una melodía obsesiva. La segunda temporada potencia la trama de espionaje y dota de entidad a los personajes, culminando en una espectacular batalla donde el final abrupto (cliffhager) deja al espectador pendiente de la habilidad de los guionistas en la siguiente entrega.  El desarrollo de la historia busca más el sedimento, el estrato moral de los personajes y su desarrollo, que la espectacularidad bélica y el derroche de hemoglobina. En el capítulo “croma”, destacar algunos excesos visuales en las escenas portuarias o con barcos, que devienen artificiales. Recomendable escucharla en versión original. Para aquellos interesados en continuar disfrutando de esta época, existe otra excelente producción (ahora las llaman “fresco histórico”) de la HBO sobre los “casacas rojas”: llamada John Adams con Paul Giammatti (Sideways, El Ilusionista) y Sarah Poley (La Vida Secreta de las Palabras) basada en la biografía del que llegó a ser presidente de E.E. U.U y que arrasó en los Globos de Oro.

 


 

LOS TRES MOSQUETEROS (1971)

El enorme éxito obtenido por la adaptación de “El Conde de Montecristo”, alentó a Televisión Española para encargar a Pedro Amalio López, la realización de “Los Tres Mosqueteros”, basada

en la obra de Alejandro Dumas, para incluirla dentro del espacio: Novela. Esta cita semanal donde se dramatizaban los grandes clásicos de la literatura era esperada con expectación, dada su distribución en capítulos inconclusos, que dejaban en el aire la resolución de la trama.

El espacio se inauguró con el título de Novela del Lunes, y lo hizo con una versión de La casa de la Troya, del gallego Alejandro Pérez Lugín, sobre la vida universitaria.  Desde la temporada 1963-1964; y ya con periodicidad diaria; se adaptaron novelas como “El fantasma de Canterville”, seguida por los afortunados infantes de la época que consiguieron visionarla a escondidas, Mujercitas, resultó una de las adaptaciones más exitosas, La pequeña Dorrit, El príncipe y el mendigo, Orgullo y Prejuicio (1966), Borís Godunov, Emma, David Copperfield. También otro de los grandes éxitos, “El Conde de Montecristo” con Pepe Martín. Crimen y castigo, Papá Goriot o Bel Ami, sin olvidar la brumosa Jane Eyre, que introdujo a los espectadores en el mundo gótico de las hermanas Brontë.

La flor y nata de la dramaturgia de antaño, desfiló por la pequeña pantalla en glorioso blanco y negro. Grandes damas de la escena como Luisa Sala, Berta Riaza, Gemma Cuervo, Lola Herrera Herrera o Silvia Tortosa, pasando por actores de la talla del inmenso José Bódalo, el galán Paco Valladares, el eficiente Emilio Gutiérrez Caba, o el todoterreno Carlos Larrañaga, hasta llegar a los emergentes Sancho Gracia, Amparo Baró, Juan Diego, y muchos otros, que se convertirían en presencias esclarecidas sobre el escenario y en el celuloide.

En otro capítulo habitan los directores “de la casa”, que acometieron aquella aventura que hizo llegar la cultura a los hogares de antaño (cosa que no sucede hogaño). Pilar Miró; Alberto González Vergel, o el reconocido Gustavo Pérez Puig, llenaron de aventura o dramatismo aquellas sobremesas grises y adocenadas. Pedro Amalio López, eficiente artesano, fue el afortunado a quien se ofreció adaptar una de las mayores obras de aventuras de la literatura de lances y capas: Los Tres Mosqueteros.

Pedro Amalio López, ejercía como crítico cinematográfico y guionista. Se incorporó a TVE en sus inicios como pionero, y allí realizaría todo tipo de programas, informativos, magazines, etc. Especializado en dramáticos, realizó la adaptación de “El Conde de Montecristo”, que supuso un éxito enorme en la época, o se encargó de espacios como Novela y Estudio 1, factorías de grandes actores.

Dentro del añorado Estudio 1, realizó dos destacables y recordadas adaptaciones: Julio Cesar (1965) y Macbeth (1966). Durante la nefasta y olvidable gestión de José María Calviño, la política se apodera de los platós. La manipulación ideológica decide prescindir de Pedro Amalio López (y de otros tantos buenos profesionales).

El director encuentra acomodo en la TVG hasta que; con inteligencia y señorío; en 1986 Pilar Miró lo recupera para TVE, al nombrarlo Director de Producción de Programas.

La realización de Los Tres Mosqueteros supuso toda una aventura para una; aún incipiente; industria televisiva. Por primera vez se realizaron tomas en exteriores, algo impensable para un espacio dramático, lo cual dotó de vitalidad y credibilidad al producto.

Todo un derroche de medios técnicos para las escenas de acción, bastantes realistas y diversos decorados con especialistas técnicos y artísticos que habían contribuido a hacer de la nueva serie una cima en la historia de la TVE. La filmación de los capítulos utilizó los estudios de Miramar, en Barcelona y Hospitalet, y también decorados naturales (Palau Nacional de Montjuich y Castillo de la Plana Novella), así como exteriores en Beuges, Santa Creu de Olorde y Sant Feliu de Codines. Atendiendo a las escenas de masas. En la escena del baile final, se contó con más de ochenta participantes (Orfeó Gracienc incluido). Paradójicamente (para ojos actuales) el baile final, que debería haber resultado un apoteósico derroche de medios en la Corte, deviene una fiestecilla menesterosa, nada acorde con la grandeza requerida.

Cosas del presupuesto. Nada de esto resta méritos a estos veinte capítulos, que durante treinta minutos clavaban; literalmente; en sus asientos a los espectadores, que sufrían las peripecias de los cuatro amigos frente a las maquinaciones de Richelieu y la taimada Milady de Winter.  Juan Felipe Vila-San Juan (productor ejecutivo, además de adaptador del texto) y Pedro Amalio López, dotaron de dinamismo el argumento y de profundidad a los personajes, interpretados por algunos de los mejores actores de la época.

La mixtura de elementos aventureros, duelos, espadachines en callejones de mala muerte, enfrentamientos entre los guardias de Richelieu y Mosqueteros, cabalgadas deudoras del western, pistoletazos a quemarropa, sombreros de ala ancha, con las intrigas de Milady, ponzoñas, amores prohibidos y el desparpajo imprimido sobre el protagonista por parte del debutante Sancho Gracia, convirtieron la aventura en un éxito mediático. La banda sonora, tarareada por los ávidos espectadores (sobre todo la sección juvenil), sin conocer que no había sido escrita para la serie. Se trataba de «Thierry la Fronde», una sinfonía compuesta por un mago del teclado (Jacques Loussier), conocido por sus adaptaciones de Bach al mundo jazzístico. No parecían importunarles estas cuestiones a los responsables de la Sociedad de Autores, que se había fundado en 1941.

Entonces era moneda común utilizar obras ya compuestas sin indicar siquiera la procedencia. En “El Conde de Montecristo” hay notas de la “Adoración de los Magos” del Ben-Hur de Miklós Rozsa, en “Los Miserables” se aprovecha la partitura de Khachaturian para Espartaco. En Los Tres Mosqueteros se utilizan desde acordes de “El Desafío de las águilas” hasta una marcha francesa de caballería datada en el siglo XIX.

Esta serie se creía perdida por los aficionados, y a ha dado lugar a largos coloquios en los foros especializados, ya que se emitió en alguna cadena autonómica años después, por lo cual existía la esperanza de que el algún archivo se encontraran copias. La costumbre de TVE, de machacar los videotapes para grabar encima, hizo perder la esperanza a los nostálgicos. El elenco de actores elegidos era de lo más afortunado. El joven Sancho Gracia dotó, con acierto, al personaje del desparpajo y socarronería que serían su marca de clase.

Este gascón simpático, altanero, bravucón y regido por nobles ideales, resulta tremendamente divertido en sus golpes de sombrero de ala ancha casi barriendo el suelo, y su gallardía al enfrentarse inconscientemente al peligro. Junto a él, un ramillete de grandes intérpretes que tuvieron dispar suerte en el mundo interpretativo. Acompañando al novicio en las lides de la corte, estaban el galán Víctor Valverde (excelente declamador), habitual de Estudio 1 (David Copperfield), que como tantos otros orientó su futuro hacia el doblaje, dotando de voz a Paul Newman, Henry Fonda, etc.

Ernesto Aura consiguió un Aramis notable, gracias a su presencia física y su garganta, que le serviría para la voz castellana de Arnold Schwarzenegger, Lawrence Fishburne; el Morfeo de «Matrix»; y de Tommy Lee Jones (sin olvidar que fue el primer Clint Easwood, antes que Constantino Romero). También le acompañaban en sus andanzas por París, Joaquim Cardona (el irascible Porthos), colaborador en gran parte de los montajes emblemáticos del Teatre Lliure, que años después interpretaría La Plaza del Diamante o Fanny Pelopaja. Su carrera fue tristemente truncada por el SIDA. Pero el plantel femenino se llevaba la palma (y los suspiros) de una generación enamorada (platónicamente) de la pérfida Milady o de la angelical Constance Bonacieux (Maite Blasco). Sin olvidar una bellísima Mónica Randall (Ana de Austria), cuyo papel casi anecdótico, no resta fuerza dramática a los escasos instantes en que aparece.  Elisa Ramírez (Milady de Winter) maneja un juego de expresiones y recursos en primeros planos, navegando entre la mirada de arpía y la candidez, cuando trata de engañar el corazón del contrario.

Durante años se convirtió en rostro habitual en producciones como Historias para no Dormir, Estudio 1 o Curro Jiménez, permaneciendo como icono televisivo para los telespectadores de la época.

Mónica Randall también tuvo un amplio recorrido televisivo en los espacios de la época, o en el cine con clásicos de nuestra pantalla como “Mi Querida Señorita” o “Cría Cuervos” (Carlos Saura) o “Retrato de Familia”. Maite Blasco era una de las estrellas televisivas del momento. Poseía un aspecto dulce y tierno y era actriz-fetiche de Jaime de Armiñan. Al casarse con un italiano vivió un tiempo en Roma, regresando a España, donde intervino en películas como «Los peores años de nuestra vida», «El perro del hortelano» y «Carreteras secundarias».

A destacar entre los actores de reparto un hombre de teatro: el inefable Félix Navarro. Félix borda el papel de Planchet, criado pícaro, fiel, avispado y buscavidas del gascón D´artagnan. Los que se llevaban el gato al agua en cuanto a los punzantes diálogos escritos por Alejandro Dumas fueron Ramón Corroto, siempre eficiente, en el papel del prudente Luis XIII, y un declamador de primera línea: Alejandro Ulloa. Las conversaciones mantenidas durante las partidas de ajedrez, llenas de dobles sentidos, giros argumentales y afiladas intenciones, son de lo más jugoso. La interpretación de Ulloa (Cardenal Richelieu) es sobria, admirable en su “aparente” falta de expresividad, pero llena de resortes ocultos y mecanismos de un profesional de primera línea. Ulloa fue un emblemático actor de doblaje de la escuela catalana, fallecido a los 94 años, voz de Robert Taylor en castellano.

Llegó a ser uno de los más grandes declamadores de verso clásico, así como uno de los “Tenorios” más ancianos que hayan pisado la escena. En cuanto al televisivo Ramón Corroto, es recordado entre otras por sus colaboraciones en El Quinto Jinete, sus interpretaciones sobre las tablas (La Jaula de las Locas, El Lindo Don Diego, etc.) o la excelente “Humillados y Ofendidos” en TVE. La Constance de Maite Blasco poseía una belleza tranquila y angelical, siendo un personaje sacrificado por el autor, a pesar de ser el más bondadoso, quizás para justificar la posterior ejecución; nada ortodoxa; de Milady de Winter.

La calidad de la fotografía en decorados es notable y tan sólo las escenas de exteriores acusan el paso del tiempo, con una fotografía ligeramente sobreexpuesta (quemada), sin olvidar las dificultades técnicas para llevar a cabo este proyecto.

Dumas había basado sus hazañas del caballero gascón D’Artagnan, en las memorias apócrifas de un aspirante a mosquetero, escritas por Gatien Courtils de Sandras en 1700. Dumas las obtuvo de la Biblioteca Real. Auxiliado por uno de sus “negros” llamado Adrien Maquet uno de los ayudantes que redactaban gran parte de su producción, se publicó el serial en 1844. Una broma literaria asegura que Dumas poseía tal cantidad de escribidores “ayudantes” que muchas veces no sabía lo que habían escrito. A tal fin la siguiente anécdota protagonizada con su hijo:

Un día que se encontraron Alejandro Dumas padre y Alejandro Dumas hijo, el padre espetó a su retoño:

– ¿Has leído mi última novela?

A lo que el hijo respondió:

-Yo, sí. ¿Y tú?

Bromas aparte, las andanzas del gascón ocupan un tocho de casi setecientas páginas y los cambios de la versión televisiva, ignoramos si obedecen a consignas de la “casa” o alteraciones producidas por los guionistas. Para comenzar se obvia el asedio de La Rochelle, es de suponer por motivos económicos y de infraestructura. El movimiento de masas militares debía resultar excesivamente gravoso para la producción. En la novela, la reina Ana de Austria está enamorada del Duque de Buckingham y se pasa el día intrigando. Pero eso no es todo. La virginal Constance de la serie de TVE, en la novela está casada ¿censura moral?, lo cual dificultaría los deseos de D´artagnan. Buckingham no es ningún modelo de estadista, ya que bebe los vientos por Ana (Mónica Randall), lo cual es comprensible, y no le importaría arruinar a su reino. Aramis es candidato a la vida religiosa, pero entre col y col, lechuga, entretiene sus ocios con el sexo femenino, para que le quiten lo bailado. Por si fuera poco, el mosquetero Porthos comete adulterio con la esposa de un procurador, a la que extorsiona pecuniariamente.

Estas joyas se ven rematadas con el sufridor Athos, que mandó ahorcar a su mujer (Milady de Winter) tras descubrir la “infame” marca de la flor de lis en su hombro. A la larga Milady no es más que una superviviente. Una víctima, que no miente cuando dice en el juicio a que es sometida por los protagonistas, que la marca no le fue hecha en un tribunal. Es el verdugo de Lille, quien la marcó por engañar y seducir a su hermano (sacerdote) para que robara, quien sin mediación judicial la señala con el signo de la infamia. Los cuatro amigos son pendencieros, golpean a los criados si surge el tema de la paga, son borrachos empedernidos, bravucones y machistas. Para rematar la faena, liquidan a Milady, tras un simulacro de juicio, sin ninguna prerrogativa legal. En la serie también se obvia el modo en que Milady persuade a Felton, el vigilante encargado de su custodia, de que le ayude a escapar. Todo sucede demasiado rápidamente.  Los motivos religiosos, y la supuesta conversión de la protagonista que engaña al carcelero, no se tienen en cuenta.

Con todo; y para no hacer más herida a los nostálgicos; en el recuerdo quedará la atrevida interpretación de Sancho Gracia que convence con un gascón de simpática bravuconería, muy acorde con su posterior estilo interpretativo. Sus referentes cinematográficos eran el acrobático Douglas Fairbaks y el anodino D´Artagnan de Gene Kelly. Sancho Gracia imprimió su sello con valentía, rodeado de la flor y nata (y de la flor de lis) de los actores de aquellas crónicas. En las retinas de los espectadores quedaran impregnadas escenas como la de D´artagnan descubriendo la marca en el hombro de Elisa Ramírez, el innoble envenenamiento de Constance (que conmocionó al sector masculino) o la agónica marcha de Milady, arrastrada por el verdugo hacia un destino que no deseábamos conocer.

Efectos especiales, gimnásticos lances, diálogos punzantes, amores prohibidos y; sobre todo; un montaje dinámico que depositaba en el espectador, el anhelo del siguiente capítulo. Eran otros tiempos, cuando la televisión no ofertaba un catálogo de frikis desnortados como sobremesa, o personajes patéticos no nos amargaban el almuerzo con sus banalidades. Entonces, aunque sólo fuera de leer los títulos de crédito, el espectador era capaz de relacionar el nombre del autor con la obra. Los grandes hitos de la literatura entraban en los hogares, al igual que ahora entra la basura y la hediondez. Eran otros tiempos. Todos para uno y uno para todos. Así sea.

Los tres mosqueteros

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