Sobre El Renacido y el sentimiento de lo sublime

La naturaleza siempre ha tenido un atractivo muy particular para el artista, sobre todo para el hombre romántico. Cuando lo bello y lo armónico dominaba en el arte, la naturaleza era un ente idílico, cercano a la idea de la Arcadia, pero el siglo XVIII, el Romanticismo y el despertar de las nuevas conciencias trajeron relecturas del mundo muy distintas a lo antes conocido: la visión ideal dejó paso al ser más destructivo jamás conocido. La naturaleza se volvió oscura y amenazante, un espíritu muy real para los pobres mortales testigos de su ira, y los pintores comenzaron a recrearse en el placer que suponía esa mirada al abismo. A ese sentimiento, la estética lo bautizó como “lo sublime”.

El día de mañana

“Lo sublime” puede entenderse de un sinfín de maneras. De momento, a nosotros nos interesa como la experiencia que el espectador percibe ante algo que lo desborda por su inmensidad y fuerza, de ahí que la naturaleza como agente destructor sea tan recurrente. En pintura, tenemos obras como este naufragio de Vernet (arriba), donde el mar y la tempestad empequeñecen al hombre que no hace sino sucumbir ante su poder. Quizás, el equivalente fílmico más cercano a esto sería Roland Emmerich (El día del mañana, 2012), bien conocido por su particular gusto por la catástrofe. En ambos casos, la naturaleza revela su lado más airado y devastador, viéndose el hombre incapaz de hacer nada salvo esconderse para sobrevivir. Ambos ejemplos producen el mismo efecto en el espectador, pero ninguno de ellos llega a las cotas de calidad de otras obras en este aspecto. Puede que entiendan la naturaleza como potencia infinita, pero permanecen en la superficie de la tragedia más simple. Otros artistas, como Turner, ven en la naturaleza un ser misterioso y vivo casi inabarcable por la razón y lo demuestra con pinturas como Aníbal en los Alpes, lo cual termina por darle un sentido más amplio. Y es en este punto donde entra El Renacido.

El Renacido

Iñárritu no hace una película de supervivencia al uso. Es un director con ambición, y si bien se pasa a menudo con sus pretensiones, sabe como plasmar en sus obras ese toque espiritual tan cercano a “lo sublime”. El Renacido no es una historia de venganza, ese es un vano trasfondo, un hilo conductor. Al mexicano le interesa sobre todo el poder y el dinamismo de la naturaleza, y para ello inserta a sus personajes en un entorno devastador. Iñárritu se recrea en el paisaje, en el viento y la tormenta azotando el entorno, el frío, la nieve… Si tiene que mostrar a sus personajes atravesando un río, muestra el río con un gran plano general que reduce a sus personajes. Hace que sobrevivir sea una tarea imposible de verdad sin necesidad de una gran catástrofe, pues la naturaleza se muestra en su esplendor tal y como es – a esto ayuda sin duda la excelente fotografía con luz natural de Lubezki.

Hasta aquí, todo normal. Esta es la visión más tópica de lo sublime, la naturaleza como medio hostil de la que parten tantas películas, pero El Renacido no necesita demasiada violencia para demostrarlo. Tiene momentos de fuerza, pero los que de verdad tienen valor dentro de esta categoría estética son aquellos en los que lo inconcreto y lo misterioso inunda la escena, ya sea a través de la niebla o la serenidad se anticipa el vacío. En esta linea actúa el romántico Friedrich, el cual situa a sus personajes ante paisajes inciertos de relativa calma, pero que encierran en sí un aura infinita. En ese sentido se acerca a la visión que Von Trier da de la naturaleza en Anticristo, pero “lo sublime” carece del odio que el danés profesa hacia ella.

Y ya que hablamos de Friedrich, la línea espiritual de “lo sublime” será lo que más caracterice al film. El tema último de la película es la búsqueda de Dios a través del desafío que supone sobrevivir a la naturaleza. No tiene por qué entenderse, sin embargo, que la película desarrolla una temática religiosa, sino que su director ve la figura de Dios como un ser ontológico, lo que hay detrás de la naturaleza o la naturaleza en sí misma. La iglesia derruida que el protagonista visita es una forma metafórica de su comunión con lo espiritual, además de una clara alusión al gusto romántico por la ruina, un tópico sublime que denota el poder de lo incomensurable sobre el hombre. Así pues, hablamos más bien de una línea más mística y existencial, y si se utiliza un lenguaje cristiano en vez de, por ejemplo, aprovechar la cosmovisión india es para acercar el mensaje al grueso del público, ya que, en última instancia, todo el poder de lo sublime recae sobre él.

El Renacido

No hemos de olvidad que “lo sublime” es un sentimiento, una experiencia que se produce en el sujeto. Los personajes no sienten lo mismo que nosotros, no reciben placer de sus vivencias, ya que es el distanciamiento estético, el percibir psicológicamente lo presenciado como lejano, lo que produce el placer sublime. Es el mismo principio del cine de terror: la indefensión, el desasosiego y el miedo gustan en el espectador gracias a que este se siente seguro detrás del límite que supone la pantalla. En El Renacido, este placer estético viene dado por la asimilación de la naturaleza como absoluto y con ese sentimiento ambivalente entre el terror y la admiración, pero también por con la idea de libertad. En muchas obras de Friedrich, vemos a personajes de espaldas encarando el infinito con actitud desafiante, y esa lucha contra lo imposible proporciona una sensación de libertad que une al hombre con la naturaleza. En cierto sentido, la lucha del personaje de DiCaprio contra los elementos puede traslucirse de igual forma, aunque esto más bien es una conjetura un tanto frágil.

El fuego lento, el suave movimiento de la cámara y, sobre todo, el silencio son la clave a la hora de transmitir esa sensación que requiere el sublime espiritual, lo cual, unido a la poca presencia del guión más allá del hilo conductor que representa, hacen de El Renacido una experiencia poética. Es cierto que, en este aspecto, no llega a la maestría de Miyazaki y Dark Souls, pero si que asimila de manera fiel muchos los valores estéticos de antaño, resultando en una obra que apela más a los sentidos que a la razón. Así pues, deja tu mente a un lado, respira hondo, observa y abraza la eternidad.

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