Fotogenia de la Guerra Fría (XII): Beats, Hippies y Mayo del 68 (I)

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Beat

Michael McClure, Bob Dylan y Allen Ginsberg

Beats, Hippies, Contracultura, Contestación

Durante toda la Guerra Fría se prolongó el enfrentamiento entre las dos grandes potencias; cuando terminó, la sorpresa fue que la sociedad que había vencido era completamente diferente a la existente cuando se inició el conflicto. Habían pasado solamente cuarenta años, pero ya nada fue igual. La Segunda Guerra Mundial hizo olvidar a las sociedades occidentales la crisis económica iniciada en 1929 y que se prolongó durante los diez años siguientes. De no haber estallado la guerra es posible que la crisis se hubiera prolongado todavía más. Para muchos, el estallido de la guerra fue una bendición: no desde luego los que tuvieron que ir a morir a los frentes, pero si para los que les enviaron allí y, especialmente, para los accionistas de la industria pesada y de armamentos. En 1943 se iniciaron los “treinta años gloriosos” de la economía mundial con un crecimiento sostenido hasta la primera crisis del petróleo en 1973. Cuando volvió la paz en 1945, la economía estaba de nuevo en marcha. La sangre de los muertos había engrasado el mecanismo de producción en un solo país, los EEUU: alejado de los frentes, su industria no sufrió destrucciones sino innovación tecnológica. El gobierno norteamericano regaló a los soldados chalés en urbanizaciones creadas fuera de las grandes ciudades: para llegar a ellas hacían falta automóviles; para alimentarlos era necesario consumir petróleo y se precisaban infraestructuras. Ese enjambre de urbanizaciones se llamó “suburbia” y contribuyó a dinamizar aquella sociedad. Fue el inicio de la gran mutación de la sociedad americana.

La primera etapa se había desarrollado durante los años del conflicto, especialmente a partir de 1942 cuando los EEUU consiguieron entrar directamente en el conflicto. Hasta ese momento, y desde 1939, EEUU había logrado dinamizar su industria facilitando armamento al Reino Unido, pero a partir de Pearl Harbour los trabajadores de las fábricas, reclutados por el ejército, dejaron sus puestos a mujeres. Así se inicio la incorporación de la mujer al mercado de trabajo. Este fue el primer paso de la gran mutación. Pero las cosas no pararon aquí.

En la segunda mitad de los años cuarenta y en la Playa Norte de San Francisco apareció un fenómeno nuevo que auguraba las protestas de la juventud que se extenderían en distintas oleadas en las décadas siguientes. Allí nació la literatura beatnik. Aunque la palabra no hubiera nacido todavía, se trataba de una verdadera “contracultura”: a los jóvenes de la Playa Norte, intelectuales o no, la sociedad de la producción y del maquinismo no les gustaba, deseaban vivir al margen de la sociedad; eran inconformistas y rebeldes. Se les llamó “generación beat”. Su música era el jazz, vivían en una permanente sensación de vació existencial y advertían la inexorabilidad de la muerte. En la guerra habían muerto millones como ellos, pero percibían que el sacrificio exigido no tenía relación con la recompensa ofrecida. Muchos de ellos se suicidarían; toda aquella generación se codeó con las drogas y el alcohol y produjo una literatura nihilista y desesperada. Los beatniks fueron la equivalencia bohemia norteamericana de la intelectualidad existencialista francesa. Su consigna era “estar en el camino”, on the road, disfrutar, gozar, moverse, vivir a la desbandada. Había algo místico en ellos, se buscaban a sí mismos y buscaban algo superior a ellos –Dios–, pero solo encontraron la droga y los submundos de la marginación descritos en el formidable poema de Allen Ginsberg Howl (Aullido).

En los años cincuenta, aquella misma sociedad, de la mano de Bill Haley, produjo el Rock’n roll. Con sus acordes llegaron Presley, Chuck Berry, Paul Anka… Con este ritmo agresivo, trepidante, extático y destructivo, la sociedad y, especialmente, la juventud, seguía cambiando. En torno al rock se polarizó una juventud diferente a la de la beat generation: en el rock no había grandes intelectuales bohemios capaces de analizar su estado de ánimo y sus sentimientos. Menguaba la beat generation y crecía el rock. Desaparecido el impulso intelectual de los primeros sólo quedó la agresividad de los segundos. Los teddy boy y los hooligans originarios tenían su trinidad, alcohol-rock-violencia: se revelaban contra todo porque se sentían excluidos de ese todo. Rechazaban las baladas de amor y la música melódica al calor de la cual se realizaban las promesas de amor y se formaban las parejas burguesas, buscaban un ritmo salvaje que llenara su vacío existencial. La música les enfrentó a la generación de sus padres. Y el tiempo seguía pasando.

En los años sesenta, se produjeron cuatro fenómenos que alteraron definitivamente a las sociedades occidentales: se sintetizó el LSD, se descubrió la píldora anticonceptiva, Mary Quant creó la minifalda y, como efecto de estos dos últimos factores, se inició la “revolución sexual”. El impacto causado por la muerte de Kennedy, las protestas crecientes contra la guerra del Vietnam, la “revolución sexual”, la llegada de gurús orientales, la irrupción del op-art y de la cultura pop, parecieron dar la razón a Bob Dylan cuando expresó las dudas sobre el tiempo nuevo en el poema Blowin in the Wind (“Eso, amigo mío, sólo lo sabe el viento, escucha la respuesta en el viento”) y en The Times They Are a-Changin (“La maldición está echada, lo que hoy es lento, mañana será rápido, por la misma eterna ley por la que el presente de hoy es pasado, mañana”). Había nacido la contracultura y, con ella, los hippies. El “verano del amor” de 1967, el festival de Woodstock en 1969 constituyó el punto álgido del movimiento, la ópera rock Hair y la película 2001 Odisea en el espacio, fueron los manifiestos de aquella generación. Las protestas contra la guerra en EEUU y la revolución de mayo de 1968 en Europa, fueron las cristalizaciones de aquel estado de ánimo.

Había algo telúrico en todo aquello: las chicas Bond, Barbarella, las Women’s lib, incluso la Iglesia durante el Concilio Vaticano II revalorizó el papel de la Virgen María en la teología católica. Las doctrinas excéntricas de Wilhem Reich fueron tomadas en serio por católicos rarillos: “Cristo era un ser orgónico”, decían, en la medida en que era expresión del amor. En el mundo del arte, Andy Warhol, creó un arte anónimo que expresaba deliberamente el carácter consumista de su tiempo (sus serigrafías obsesivas sobre Marilyn o las sopas Campbell’s). Su arte era el símbolo de su época. Aspiraba a «fabricar un cuadro tan despreciable que nadie se atreviera a colgarlo en la pared».

En aquel clima rarificado e inestable reaparecieron las sectas religiosas y los gurús del tres al cuarto, muchos de ellos peligrosos, hábiles embaucadores, psicópatas con manto de predicador. Cuando el movimiento de la contracultura cedió, no se extinguió completamente sino que, a la largo de los años setenta cristalizó en la “new age”. Bajo su rótulo se agruparon místicos de todos los pelajes, terapeutas alternativos, ufólogos, mánticos, buscadores ociosos de espiritualidades alternativas a los que la Iglesia ya no conseguía satisfacer. Y, por supuesto, colgados.

Fue a finales de los setenta cuando aparecieron los primeros ordenadores portátiles. En 1983 IBM lanzó su Personal Computer. Ciertamente, la era de la informática había sido creada por inmaduros emocionales (los Bill Gates, los Steve Jobs…), pero cuando cayó el Muro de Berlín, muchos ya no podían vivir sin un ordenador (y eso que la mayoría aún no tenía acceso a Internet ni al Minitel que le precedió). Habían pasado 40 años, pero la sociedad que asistió impresionada a la caída del Muro de Berlín era muy diferente de la que había visto el nacimiento del Telón de Acero… Los únicos que permanecían en el mismo lugar, inamovibles en sus proyectos y en sus ambiciones eran los miembros del complejo militar-industrial que se habían formado entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el mandato de Eisenhower. Se trataba de inmensas acumulaciones de capital. Ellos habían sido los verdaderos vencedores de la Guerra Fría. El cine nos habló de todo ello.


 

Aquellos beatniks geniales

Beat

No hay que escarbar mucho para encontrar películas ilustrativas sobre aquella época. Las hay brillantes y modestas, todas, inevitablemente, son sombrías y difíciles. Dan poco lugar para la esperanza quizás porque Occidente empezaba a darse cuenta en los años de la beat generation de la gravedad de la Guerra Fría que, al menos en Corea, empezaba a ser caliente.

William Burroughs y Jack Kerouac, dos de los más brillantes escritores de la beat generation, aparecen en Heart Beat (1980, Generación perdida) de John Byrum. Se trata casi de un biopic sobre estos autores. Burroughs es encarnado por Nick Nolte, mientras que Sissy Spacek es su mujer. La vida de ambos discurre entre droga y alcohol. Vidas tormentosas que aparecen tal como fueron en esta película dramática y sombría. El mismo tema, circunscrito al período en el que Burroughs y su esposa vivieron en México DF y Guatemala, y en su caótica relación, se puede ver en Beat (2000) de Gary Walkow. La película se inicia con la muerte de la esposa de Burroughs y está compuesta por flash-backs que desarrollan aquel período de su vida.

La película británica Beat Girl (1960) nos muestra a una chica irresistiblemente atraída por las nuevas tendencias de la juventud americana. Estilo beatnik, jazz y rock componen su pequeño mundo. La película incluye aspectos sexuales morbosos y lucha generacional; es, por tanto, una película premonitoria de cómo se desarrollaría la década y nos sirve para entender que los beatnicks se adelantaron a la revolución sexual: lo que aquel pequeño grupo de intelectuales experimentaron en sus vidas, se amplió a la siguiente generación en su totalidad.

A Bucket of Blood (1959, Un cubo de sangre) es una de esas películas de Roger Corman con efusión de sangre, efectos clásicos de terror y asesinatos a gogó. A pesar de ser una comedia trágica, describe el ambiente artístico que acompañó a la cultura beat, con su esnobismo y frivolidad y sus cuestionables obras de arte. Otra película que aprovecha el fenómeno beat para dar una imagen negativa del mismo es The Beatniks (1960) de Paul Frees. El protagonista es el líder de una banda de pequeños delincuentes que aprovecha una oportunidad para hacer una prueba musical. A partir de ahí empiezan los problemas de la fama y el contraste con su vida anterior. Concediendo que en la beat generation hubo más espacio para su lado oscuro que para las noches de amor y claros de luna, esta película nos dice mucho sobre cómo vivían aquellos beats que se sentían como “generación perdida” o “generación golpeada”.

Pero esta última película es poco en relación a aquella otra que resume las vivencias de la juventud de los años cincuenta y que sin duda es la más famosa: Rebel Without a Cause (1955, Rebelde sin causa). La cinta es casi un manifiesto de aquella generación. Nicholas Ray, que la dirigió, escribió también el guión. James Dean y Natalie Wood, se convirtieron en arquetipos para millones de jóvenes en todo el mundo. Por allí andaba también, Dennis Hopper, juvenil, casi niño, en un papel secundario, al que le aguardaban más películas-testimonio de los años siguientes. Relaciones conflictivas con las familias, rupturas y conflictos generacionales, personalidades inadaptadas y caracteres atormentados pintan un cuadro sombrío de aquellos chicos desorientados. Allí se afirmó Dean como arquetipo de su generación. La película recibió nominaciones a los Oscar y a los BAFTA.

Rebelde sin causa


 

Películas citadas para conocer más sobre el tema: 

Beat

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Amor DiBó

Trabaja en el mundo editorial, y le gusta la arquitectura, viajar, el cine, la robótica-nanotecnología, hacer tortilla de patata, el té y la buena educación.

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