El comienzo de la 76ª edición del Festival de Venecia ha estado marcado por la polémica. La presidenta del jurado, Lucrecia Martel, comunicaba que no asistiría a la gala de presentación de J’accuse de Roman Polanski. Una decisión cuyo argumento es el no poder separar la obra del hombre. Cabe señalar que la directora ha visto el filme en la sesión de prensa, únicamente no irá a la proyección donde debes mostrar tu admiración y así evitar la hipocresía. Una cuestión delicada que nunca desaparece de la mesa. No obstante, la tercera jornada de la Mostra nos ha proporcionado dos respuestas en forma de película a la cineasta argentina. Por un lado, la propia J’accuse, filme sólido sobre el caso Dreyfus, en el que el cineasta polaco saca músculo narrativo. Dejando de lado la vida personal del autor, esta muestra un dominio y respeto al séptimo arte que merece ser admirado. Por otro, hemos visionado una de las peores películas de Venecia 2019: Seberg de Benedict Andrews. Un retrato tóxico y amarillista sobre la intimidad de Jean Seberg. Si Polanski está centrado en el cine, Andrews prefiere una morbosa mirada voyerista. La eterna separación entre creador y obra. Tomando el conocimiento de la filmografía de Rodrigo Sorogoyen por su cercanía, su largometraje Madre ha desaprovechado la gran oportunidad de convencer en un gran festival internacional. También en Orizzonti se ha estrenado la notable Balloon, un pequeño tesoro que no debe pasar desapercibido sobre la transición a la modernidad de una familia tibetana. Por último, la interesante Electric Swan y la intrascendente No One Left Behind han copado las proyecciones especiales. Un intenso e irregular día, nada comparado con la grandiosidad del anterior, culminado con una master class de Pedro Almodóvar. De ella, me quedo con una de sus reflexiones: “En mi vida, el arte ha sido la mejor compañía para llenar mis vacíos.” Esperemos seguir encontrando deseo, dolor y gloria en Venecia.
‘J’ACCUSE’ (2019), DE ROMAN POLANSKI – COMPETICIÓN OFICIAL
En 1985, el capitán Alfred Dreyfus fue degradado en una Escuela Militar en París. El tribunal militar le sentenció culpable por alta traición, expulsándole de por vida a la isla del Diablo. Un caso que se convertiría en uno de los mayores escándalos de la historia de Francia. La justicia había fallado y su incapacidad para reconocer el error hundió los cimientos de un sistema. De esta manera, Roman Polanski toma esta apasionante historia para incidir en la degradación que sufrió un país. Dejando de lado las similitudes con el propio caso Polanski, J’accuse es un trabajo rotundo gracias a su admirable oficio. A estas alturas Polanski no va a descubrir la pólvora ni falta le hace. El músculo narrativo del polaco es muy poderoso y aquí está en plena forma. Los créditos iniciales nos indican que todos los personajes son reales, pues con el potente suceso que tiene entre manos lo importante es hacernos partícipe de él. Durante su visionado vivimos en París de finales del siglo XX y reconocemos la degeneración de los valores morales de la sociedad francesa; desde el antisemitismo al injustificado honor de un grupo de deplorables militares. En el fondo, J’accuse da valor a la lucha por alcanzar la justicia. La difamación empequeñecida contra la verdad. Para ello, el cineasta ha elegido al general George Picquart como protagonista. Él fue quien describió las pruebas falsas contra el acusado. Cabe destacar el buen hacer de Jean Dujardin, pues esta película es un engranaje perfectamente engrasado. Cada detalle en esta gran producción está a disposición de un experimentado, y gran, contador de historias. La enésima demostración de que en el cine, como en el caso Dreyfus, los ideales que nos acercan a la verdad deben respetarse sin atender a los obstáculos. Mantenernos en pie frente a la adversidad si sabemos que tenemos limpia la consciencia. En la película, sentimos emoción al ver la histórica portada de Émile Zola en L’Aurore. Despertar otra vez una rabia palpitante para no olvidar el pasado y entender un presente no tan diferente.
‘SEBERG’ (2019), DE BENEDICT ANDREWS – FUERA DE COMPETENCIA
Jean Seberg es una de las actrices más importantes de la historia del cine. Alguien que poseía una gracia innata. À bout de souffle, Bonjour tristesse, Lilith y Les hautes solitudes son algunas de las obras inolvidables que protagonizó. Un hecho que a la tóxica Seberg no parece importarle. Este producto es un retrato morboso y amarillista de la vida personal de la intérprete procedente de Iowa. Hay películas que se pueden considerar fallidas o mediocres, pero la cinta de Benedict Andrews pertenece al grupo de las que nacen con la mala intención. El peor tipo de todos. Por poner un ejemplo representativo, el único cineasta nombrado en el filme es Otto Preminger y es para mencionar que se quemó durante el rodaje de Saint Joan (1957). Gran parte de una vida reducida a un componente anecdótico. Si alguien se acerca a este filme sin ninguna referencia de Jean, no va a poder apreciar su luz. Es muy triste ver cómo lo industria cinematográfica capitaliza la memoria de una celebridad. Siguiendo el patrón del típico biopic academicista, el hilo principal de Seberg es el activismo político, en particular su vinculación con las Panteras Negras. Hasta llegar a su muerte por causas desconocidas, la narración se divide entre la intimidad de la actriz, filmada como una persona emocionalmente incompetente, y la vigilancia exhaustiva que le hace un joven agente del FBI. Una operación de acoso y derribo con terribles consecuencias. Persecución psicológica representada mediante música omnipresente y frases que buscan el golpe de efecto. Se aprecia perfectamente cómo el negocio de las productoras ha moldeado esta película a su imagen y semejanza. Propósito comercial que tiene como principal reclamo a una sobreactuada Kristen Stewart, actriz que esperemos que vuelva rápidamente al cine de autor. Ojalá tome como referencia a Jean Seberg, a la que siempre recordaremos por lo que nos transmitió en pantalla. Todo lo demás es suyo y debemos respetarlo.
‘MADRE’ (2019), DE RODRIGO SOROGOYEN – ORIZZONTI
Un día cualquiera. Vuelves a tu casa con tu madre y de repente suena tu móvil. Una llamada que puede cambiar una vida. En el caso de Elena, está proviene de su hijo Iván de 6 años. Debido a la incompetencia de su padre, se encuentra solo en una playa y antes de localizarle se acaba la batería. Se ha perdido una conexión que nunca regresará. Esta la trama del cortometraje Madre (2017) de Rodrigo Sorogoyen. Con él fue nominado al Óscar y sirve, sin modificación alguna, como prólogo para su adaptación a largometraje. Una extensión que hubiese sido mejor dejar de lado, pues empaña el logro alcanzado. Si el corto logra poner la piel de gallina con un virtuoso plano secuencia, esta sensación de desesperación se difumina en el largo. Tras la introducción, una elipsis nos traslada a esa playa francesa diez años después. Elena se mudó allí con la esperanza de poder volver a ver a su hijo. La herida no ha cicatrizado. Una obsesión que le lleva a inspeccionar los rasgos de cada chico que pase por allí. El mínimo gesto puede ser familiar. Una búsqueda que se topará con Jean, su mejor candidato. Desde ese momento, la película toma un rumbo desconcertante. A la exploración del trauma se suma la atracción sentimental de Jean por su nueva admiradora, inconsciente del secreto que esconde. Una relación muy turbia entre una mujer de 39 años y un menor. Para indagar en esta relación terapéutica para el personaje de Marta Nieto, Sorogoyen únicamente traiciona el espacio-tiempo en sus momentos más íntimos. No obstante, la mayoría de la cinta está filmada en panorámicas, explotando las multitudes y la longitud de la playa. En ese simbólico paisaje, la cámara no para de moverse. Un estilo de dirección que agota y exaspera. Después de El reino (2018), el cineasta parece haber decidido su marca personal. El frenesí, la cámara en mano y los travellings circulares suponen un paso para atrás en su carrera. Madre es delirante en el fondo y excesiva en la forma. No hay mesura en una película que exige, mas no devuelve. Es una pena que Sorogoyen haya tomado este camino, pues hay escenas de gran valor cinematográfico, como un encuentro en un restaurante, desde una concepción más similar al cortometraje. En resumidas cuentas, la ambición de Madre agota al espectador y su dispersión lleva al nerviosismo. El final de la obra nominada a la estatuilla dorada es lo mejor de su hermana mayor. En cada transición, el ruido ensordecedor del mar incide en el dolor de Elena. A veces es mejor dejar que cada uno complete la historia. El mar ya tenía su propio desenlace.
‘BALLOON’ (2019), DE PEMA TSEDEN – ORIZZONTI
El primer plano de la notable Balloon está deformado y tiene el contraste muy bajo. No sabemos muy bien qué tipo de filtro puede ser hasta que Pema Tseden nos descubre que delante de la lente hay un condón hinchado. El mismo título hace referencia a los preservativos y cómo reformaron los cimientos de China en los años 80. Época en la que se puso en marcha una política de planificación familiar. Para los pequeños de la familia protagonista, los condones son sus globos, sus juguetes. Un objeto que causa revuelo popular y que su padre explota, prometiéndoles que les comprará uno en cuanto vaya a la ciudad. Pese a darles su palabra, la película no saldrá del paisaje rural tibetana. Es el escenario elegido por el cineasta para exponer de manera más nítida su interés: el choque entre la tradición y modernidad en la China reciente, entre el alma y el cuerpo. Teniendo en cuenta la importancia del budismo, los anticonceptivos se convierten en el principal enemigo de la reencarnación. Representan la negación del lama. Un cambio de mentalidad a fuego lento que Tseden establece en una etapa incipiente. Para ello, propone una narración con diferentes puntos de vista –maravillosa empatía colectiva– dentro del clan familiar. Desde una joven monja que sufrió maltrato al padre que se dedica al ganado de cabras. Viven en la pobreza y sólo pueden escapar dejando todo atrás. Múltiples dilemas sobre el sacrificio que hacemos por los lazos de sangre mezclando pasajes oníricos y realistas. Una comunión perfecta en la gran pantalla, más devastadora para los personajes de Balloon. Cada uno de ellos está filmado a través de una visión humanista, intentado entender sus preocupaciones y anhelos. Al final, los globos encierran felicidad infantil, responsabilidad adulta y caducidad anciana. El ciclo vital mirado a través de un simple plástico.
‘ELECTRIC SWAN’ (2019), DE KONSTANTINA KOTZAMANI – PROYECCIÓN ESPECIAL
En la azotea de un rascacielos bonaerense hay una piscina. Desde las alturas, su interior ha ido filtrándose planta a planta hasta llegar al sótano en forma de goteras. Una metáfora sobre la estratificación en clases sociales que sostiene Electric Swan de Konstantina Kotzamani. Esta es un pequeño e interesante cuento social desde el realismo mágico. En la capital argentina, el rascacielos se mueve y su oscuridad es propicia para apariciones sobrenaturales. Una atmósfera irreal construida con seguridad y estilo aséptico por la joven cineasta griega. Un carácter fantástico e imprevisible que beneficia a las dualidades entre altura y subsuelo, y exterior e interior del edificio. Alegorías sufridas por el protagonista, un empleado de seguridad de perfil bajo, y tres distinguidas inquilinas en distintas etapas vitales. Múltiples perspectivas para afrontar una existencia en la que miran desde arriba hacia abajo. Una desconexión que se acabará tambaleando y deban entrar en la realidad. Sin darse cuenta, un día pueden terminar en la planta subterránea mientras se bañan en esa piscina entre las nubes. La futilidad del encanto.
‘NO ONE LEFT BEHIND’ (2019), DE GUILLERMO ARRIAGA – PROYECCIÓN ESPECIAL
Un coronel ajusta su uniforme con movimientos secos y precisos. Debe estar perfecto para mostrar su mayor respeto a un soldado fallecido. Un funeral que les lleva a México, travesía para hablar sobre los puntos en común entre estos dos países. Tras pasar la frontera física, la comitiva estadounidense llega a una casa en duelo. Al principio, hablar distintos idiomas genera confusión. Una incredulidad que tiene su punto álgido al observar cómo hacen la entrega de la bandera americana en su féretro. Porque como bien les replican, él era mexicano. A lo que los soldados responden inmediatamente poniendo la bandera del país vecino a su lado. Este es un ejemplo de la problemática que aborda el director Guillermo Arriaga: la intolerancia y el desprecio entre dos países más cercanos socioculturalmente de lo que creen. Una obra que peca de tópica e intrascendente. No hay ninguna idea, ni temática ni cinematográfica, que despierte nuestro interés. El cineasta da todo el peso a un guion sonrojante. Un texto sensacionalista con atajos tan simples como el encuentro entre el mejor amigo mexicano del veterano con su equivalente americano. En pocas palabras, la relevancia actual del mensaje político de No One Left Behind no es suficiente. Para trasmitir una idea con éxito primero hay que dominar el medio.