DÍA 4 en VENECIA 2019: Joaquin Phoenix hipnotiza en Joker

En todos los grandes festivales hay terror a cierta fórmula de cortesía, en Venecia a «mi dispiace». Escuchar estas palabras significa que la sala está llena y no vas a poder entrar a la proyección. Al cuarto día de festival ha aparecido esa expresión por primera vez en la sesión de Ema de Pablo Larraín. La expectación sobrevolaba el Lido. Un sentir totalmente justificado, pues Larraín iba a incendiar la Mostra con la electrizante Ema. Esta es una película sobre cómo nos relacionamos en pleno 2019, con el reggaetón como motor emocional. Una cinta valiente al intentar plasmar nuestro tiempo y explorar nuevas formas cinematográficas que se erige como la película más importante vista hasta ahora. No obstante, ese «mi dispiace» regresaba con colas de espera exponencialmente más largas para el Joker. Había dudas de si una cinta de “superhéroes” debía ocupar un sitio de la Competición Oficial, desconfianza que desparece al visionar una película de autor. No nos referimos al director, sino a Joaquin Phoenix en una actuación descomunal. Si Larraín incendiaba Venecia, Phoenix nos hipnotiza. No va tener hueco para guardar todos los galardones que le esperan. Para acabar, hemos visto la floja crónica política Adults in the room de un Costa-Gavras que ha sido homenajeado en el Lido. Como si los canales se trasladasen a Gotham, hoy Venecia ha sido una bendita locura.


‘EMA’ (2019), DE PABLO LARRAÍN – COMPETICIÓN OFICIAL

La tierra ya se ha agotado. Necesitamos oxígeno y no tenemos dónde plantar. Hemos probado todas las soluciones posibles, pero sin resultado alguno. Únicamente queda ejecutar el protocolo de emergencia: quemar todo. Destrucción con la finalidad de crear que le resulta cercana a Pablo Larraín. Su incursión en el cine estadounidense con Jackie (2016) fue fría y distante, un viaje al extranjero como aprendizaje impagable. En ella abordó un periodo histórico desde su visión, más allá de su marca en la memoria colectiva, foránea. Era evidente que el director debía regresar a Chile, al país que mejor conoce. Un descanso entre rodajes aprovechado para absorber lo que veía a su alrededor. Aunque el director solía acogerse a una historia real, era el momento de dar un paso adelante. Romper con todo y quemar lo que ya había hecho. Ema es un salto al vacío y un punto de inflexión en la carrera del cineasta. Una película especial sobre cómo nos expresamos y construimos relaciones en pleno 2019, definitivamente desde un punto de vista femenino. No hay nada más valiente para un cineasta que intentar entender el presente sin ninguna referencia anterior. Sin ser redonda, Ema es algo mucho mejor, original. Algo imperfecto debido a que Larraín se ha atrevido a trasladar al lenguaje cinematográfico una nueva realidad.

En Valparaíso, Ema y Gastón acaban de perder a su hijo adoptivo. Este ha quemado su casa y han tenido que desprenderse de él. Una pareja incapaz de racionalizar las causas de esta pérdida y de aceptar que vuelven a estar solos. De esta manera, la familia se empieza a descomponer y adentrarse en un intercambio de reproches. Por un lado, él es doce años mayor que ella y hace tiempo que su inseguridad emergió de su biología estéril. Un director de performances de danza que cree no haber vuelta a atrás. Por el contrario, Ema piensa diferente, no va a parar de luchar hasta recuperar a su hijo. Bailarina en la compañía de su pareja, tiene clavada en su interior más profundo la manera que tiene su hijo de recordarle la fragilidad de su lazo: «tú no eres mi verdadera madre.» Desasosegante leitmotiv de Ema, causa de terror para la protagonista que decide dar todo por transformarlo en amor. Con esta interesante premisa apoyada en el drama, el thriller y el musical; a Larraín le interesa enfocarse en plasmar múltiples lenguajes novedosos. Como eje principal del filme tenemos el baile. Si el cine debe sublimar la expresión corporal de los actores, la danza es su forma más pura. Desde el principio la trama se intercala con coreografías. Lo interesante aquí es cómo los movimientos de los cuerpos se transforman a lo largo del metraje. De la magnífica banda sonora electrónica de Nicolas Jaar pasamos al reggaetón, el corazón y motor de Ema. En el cine de autor actual, este es ignorado y devaluado. Casi como una herejía, en las buenas películas no suele haber este tipo de música. No se me ocurre un director que se haya aproximado a esta certeza cultural tan relevante en la juventud actual como Larraín; habiendo cantidad de ejemplos que toman el techno como canalizador de la energía vital contemporánea. El reggaetón es empoderamiento, una nueva arma de liberación. Un género del que Ema y sus amigas hacen la evidencia de su sororidad. Un ritmo, junto a una estética inherente al digital, que infecta a los diferentes personajes del filme y engancha a los espectadores. El deseo y el calor corporal como contrapunto a una expresión verbal cada vez más crispada. En la actualidad no hay mesura, los extremos ya han conquistado casi todo el terreno. Dos medios para comunicarnos que la actriz Mariana Di Girolamo explota en una actuación tremenda. Ella es irracional con la música y hermética con las palabras. Una figura que es heroína, madre, hija, hermana, líder, amante y mujer. Pocos son los elogios hacia, como la propia cinta, un arriesgado papel que conquista desde la osadía. Lo que veo en el filme me resulta tan cercano, al compararlo con mi alrededor, como novedoso desde un punto de vista cinematográfico. Originalidad que nos engaña al creer que en ocasiones la narración no parezca tener rumbo o estar dando bandazos. Nada más lejos de la realidad, Larraín tiene todo calculado y el plan maestro se irá desvelando poco a poco. Un desarrollo perfecto para una película importante. No se le puede pedir más a un cineasta que abordar un tema social –si la adopción es equivalente al concepto de maternidad–; explorar la adaptación de las nuevas corrientes culturales al lenguaje cinematográfico –el reggaetón como catarsis–; y mantener en suspense al público con una trama perversa. La consagración definitiva de un cineasta esencial para la cinematografía de Chile y el cine de autor mundial. Qué difícil es pararse a mirar el presente que nos rodea y reflexionar sobre él sin caer en desconsideraciones. En definitiva, es hermoso acercarnos a Ema para ver la magia creada al compenetrarse el cine y nuestro tiempo. Una cuestión de valentía.


‘JOKER’ (2019), DE TODD PHILLIPS – COMPETICIÓN OFICIAL

«Al sentirte como pasajero de un horrendo tren de pensamientos que se dirige a lugares insoportables del pasado, recuerda que siempre quedará la locura. La locura es una salida de emergencia.» Este el final del mítico monólogo del Joker en La broma asesina de Alan Moore, Brian Bolland y John Higgins. La locura como método definitivo para sobrevivir. Condición que tiene a la carcajada como su elemento identificador más terrorífico. La comedia para lidiar con la tragedia; la risa que no puede representar felicidad. Son estas las contradicciones que hacen del Joker uno de los personajes más fascinantes de la cultura popular. El archienemigo de Batman, que pocas veces ha tenido un espacio artístico propio. Al igual que el cómic antes comentado, Joker de Todd Phillips explora el origen del villano. La metamorfosis de individuo marginado por la sociedad a líder de los incomprendidos. Un arco emocional que recorremos en esta buena película de autor. Puede que chirríe la etiqueta de autor al tratarse de un proyecto de una gran productora, mas hay varios argumentos de peso que nos avalan. El más importante de todos es que el autor al que nos referimos no es el director, sino Joaquin Phoenix. Este nos regala una actuación inmensa y que será recordará por mucho tiempo. Se puede resumir en que el actor consigue elevar la interpretación a la categoría de creador. El mejor halago que se le puede hacer a los trabajadores de su profesión. A través de un estilo añejo que nos evoca al cine negro americano de los 70, Joker son dos horas en las Phoenix escribe su propia historia. La fotografía, el sonido y la edición sólo se tienen que preocupar de molestar lo menos posible a la estrella. Él alcanza la verdad de la actuación, la exaltación del gesto para traspasar la pantalla. La manera en que mueve su cuerpo o transforma su rostro son de una maestría incontestable. Un papel tan incómodo como hipnótico. Arthur Fleck, el nombre real del villano, sufre una enfermedad mental y tiene la vocación irrealizable de ser comediante. Únicamente sabemos que producirá muchas emociones. En el apartado del relato, el interés es irregular debido al peso que ejerce Batman sobre la cinta. Me imagino que por razones comerciales han tenido que meter con calzador la infancia del superhéroe, pues Joker bien podría ser la historia de una persona normal. Lo menos atrayente es cuando se subraya que vive en Gotham y rompe el hechizo de vivir una nueva obra clásica –Taxi Driver (1976) como influencia más clara–. En pocas palabras, Joker es un viaje oscuro y violento a un infierno emocional. Un trayecto desolador en el cual la risa y la soledad viajan juntas en el cuerpo de un actor gigante. La locura como salida de emergencia y entrada a la gloria.


‘ADULTS IN THE ROOM’ (2019), DE COSTA-GAVRAS – FUERA DE COMPETENCIA

En las elecciones griegas de 2015, Syriza se alzó con la victoria. Una promesa de cambio y revolución frente a la crisis que sufría el país mediterráneo. La deuda y las medidas de austeridad ahogaban económicamente a una nación al borde del colapso. Una época convulsa que Adults in the room de Costa-Gravas filma a partir del libro homónimo del entonces ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis. Una crónica infantil que simplifica la complejidad de la situación hasta convertirla en una clase de didactismo exasperante. El veterano cineasta griego no consigue imprimir picardía a una narración necesitada de mucha mala leche. Durante el metraje se pasean Lagarde, Draghi o Juncker como caricaturas satíricas. Un lastre para el filme, pues más allá de la simpatía o rechazo que generen no cabe duda de que son mentes afiladas. Representando a la Troika, ellos son los líderes de un sistema en el cual que retrata a Varoufakis como un ingenuo economista y político vestido con su famosa chaqueta de cuero. Gracias a que acompañamos a este, Costa-Gravas nos cuela en las reuniones de la Comisión Europa con la discusión del memorándum de entendimiento como centro del filme. Un acercamiento maniqueo al diferenciar entre lobos y corderos. Se produce un juicio fílmico a las altas esferas en el que el protagonista tiene reservado el papel de salvador. El defensor de un pueblo que aparece mínimamente en pantalla, dando a entender que la política se ejerce desde otro mundo. Pese a que se pueda sentir hartazgo de las instituciones, el cine se beneficiaría de focalizarse en sus entrañas atrayentes. Se puede respetar tanto a Bruselas como los referéndums sin escoger bando, algo que hunde a Adults in the room. Una protesta política sin ganas de manifestarse.

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Carlos Chaparro

Estudió Comunicación Audiovisual, permitiéndole trabajar en su pasión: el cine. Un amor incondicional que nació al descubrir a Patricia y Michel paseando por los Campos Elíseos.

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