Cuantas veces hemos escuchado un relato tan desagradable. Cuantas veces hemos presenciado un acto tan cobarde. Cuantas veces hemos vivido una situación tan injusta. El causante, un titán corrupto e invisible que necesita alimentarse de brutalidad y miedo; el ejecutor, una civilización aparentemente inteligente que se ha dejado engatusar por las necias palabras de un parásito que solo genera odio y terror.
Su nombre es racismo y se presenta como patología arraigada en las entrañas de la humanidad, desde sus inicios hasta nuestros días. Pervertido y radical, ha torcido al ser humano lanzándolo contra sí mismo. Coronado como malévolo embaucador, ha susurrado oscuras palabras al oído del hombre y lo ha guiado hacia genocidios y atrocidades.
Bryan Singer nos regala una saga cargada de analogías, recuerdos, lecciones, déjà vu y vaticinios. Sin embargo, nos centramos en Days of the future past (séptima película por orden de lanzamiento) para hablar del tema que nos atañe. Es imperativo advertir de la existencia de spoilers.
Como recuerdo de un pasado no muy lejano, se nos muestra el mismo conflicto que caracteriza a todas las cintas de X-Men: una pequeña fracción de la humanidad goza de ciertas habilidades sobrenaturales, viviendo rechazada por una sociedad que ha modelado un ente basado en ciertos estereotipos, inculcados con gran anterioridad temporal, y sentenciando a aquellos que no cumplen los requisitos.
En la película, las razas, las religiones, las etnias, algunas culturas y las diferentes formas de pensar -en general, todas aquellas diferencias que generan discriminación social- se traducen en mutantes. Estos se encuentran en caza y captura por el resto de la humanidad, la cual vive atemorizada por lo que son capaces de hacer.
El principio de la cinta dibuja una visión del desenlace del conflicto: un mundo destruido por la guerra en el cual la humanidad se ha esclavizado a sí misma. Un pequeño grupo de rezagados mutantes decide mandar a Wolverine al pasado para tratar de cambiarlo, aunque, no obstante, este viaje puede ser considerado como un pequeño repaso de la situación racial moderna.
Los dos personajes clave en esta historia son dos jóvenes Charles Xavier y Erik Lensherr. Ambos encarnan la idiosincrasia de dos figuras clave en la lucha contra el racismo, recubiertas con una fina película de poderes mutantes para encajar a sendas figuras en la trama.
Erik Lensherr (AKA Magneto) es Malcolm X
“Esta guerra se librará en nuestras ciudades, calles y casas.”
Erik piensa que la sociedad debe experimentar un proceso de purificación; piensa que la única forma de solucionar la problemática de la integración racial es por medio de la violencia, de la lucha de razas. Para él, los mutantes deben alzarse contra el opresor “humano” para concebir un mundo libre y justo. Este “ser humano normal” es inferior al mutante, no por no gozar de ciertos dones sobrenaturales, sino por el miedo que lo ha empujado a arremeter contra la comunidad mutante. Erik cree que el miedo es de sensatos, pero que rendirse a él es de mediocres.
Charles Xavier (AKA Profesor X) es Martin Luther King
“¿Es este nuestro destino? ¿Estamos condenados a autodestruirnos, como tantas otras especies antes de nosotros? ¿O podemos evolucionar con la suficiente rapidez como para cambiar nuestra esencia?”
Charles, al contrario que Erik, trata de resolver la integración de los mutantes en la sociedad por vías pacíficas. Sueña con un mundo futuro idílico en el que mutantes y humanos coexistan en un mismo lugar en paz y en armonía.
En la cinta ocurre un proceso de metamorfosis en este curioso personaje: la frustración de nadar a contracorriente, fruto de los golpes de la humanidad y de sus iguales radicales (liderados por Erik), lo lanzan a un estado de depresión y derrotismo. Tanto zarandeo hace que Charles olvide el propósito de su lucha, percibiendo el mundo cruel en el que existe, y rindiéndose.
A mediados de la trama, un breve recordatorio lo despierta de su letargo: un poderoso sentimiento basado en la esperanza y en la fortaleza, las cuales al final resultan ser las dos virtudes que definen a este personaje.
Charles y Erik: Un objetivo y dos caminos
En First class (cinta predecesora) estos personajes están juntos, pues ambos ansían lo mismo. Pero cuando llega la hora de mover ficha, toman dos caminos muy diferentes: mientras que Erik opta por la violencia, Charles opta por la diplomacia.
El problema radica en que piensan que el otro está equivocado, cayendo en un profundo relativismo. ¿Quién tiene razón y quién no? Para resolver esta pregunta, retornamos al principio de este artículo: el racismo es radicalismo, odio desenfrenado e incoherente, y malévola búsqueda de objetivos egoístas.
Erik no advierte que, armándose con esta violencia indómita, se está rebajando al mismo nivel que aquellos a quien aborrece, convirtiéndose en otro esclavo al servicio del racismo. Todo el sufrimiento y todo el odio lo han consumido, y ahora no es más que un autómata preso de la filosofía del “ojo por ojo”: Tú me quitas mi mundo, yo te quito el tuyo. Ahora, Erik se ha convertido en Magneto.
Charles piensa que debe mostrarle a la humanidad que está equivocada, por medio de la palabra y de la sensatez. Funda la escuela para jóvenes mutantes para enseñarles a canalizar la injusticia y el sufrimiento, y mostrarles la auténtica manera de alcanzar sus ideales.
Así amanecen los X-Men: un pequeño escuadrón de mutantes que extrínsecamente -a ojos de un mero espectador- tiene la humilde y caritativa misión de salvar a la humanidad de incesantes peligros. Pero, no obstante, no es este su objetivo principal: los X-Men fueron reclutados para mostrar a la humanidad lo errada que está; para mostrarles que no hay que temerlos, manifestándose para que los vean y comprendan y, una vez la humanidad los haya conocido, desaparezca ese miedo corruptible, y humanos y mutantes puedan coexistir finalmente en paz y armonía, todos juntos.