La catástrofe posible: de Sorrentino a Godard

«La tragedia de la banalidad, producida por circunstancias ordinarias y por ello aún más ineluctable, aún está por escribir»

En presencia de Schopenhauer, de Michel Houellebecq

Federico Fellini, que hubiese cumplido 99 años el pasado 20 de enero, estableció en sus películas una conversación entre la tradición, la inocencia, la banalidad y un icono trascendente que sobrevuela las calles, el ruido y la vida. En la última película de Sorrentino (Silvio y los otros) también aparece ese mundo, esa trascendencia, pero en esta ocasión está enterrada y solo resurge para detener el tiempo y mostrarnos rostros condenados a la resignación. Lo trascendente lo envuelve todo, también al protagonista de la película, Silvio, y al joven recién llegado que intenta llamar su atención, como Gatsby la de su amada, con grandes fiestas.

Al igual que Fellini, Sorrentino no presenta villanos, solo desarrolla seres paseando entre bellas ruinas alimentados por la banalidad del mundo contemporáneo. Silvio, Jep Gambardella, Titta Di Girolamo, Tony Pisapia o Cheyenne viven en la segunda mitad de La Dolce Vita, en el plató de Ginger y Fred, en la triste realidad recién descubierta por Casanova (ya sea el del propio Fellini o el de Albert Serra adentrándose en la oscuridad). Asumen la lucha constante, al igual que Guido o Marcello, contra el paso del tiempo.

No debemos olvidar que, a pesar de que la contemplación pueda moderar el sufrimiento causado por la voluntad, el arte también duele. Especialmente cuando nos conduce a una gran cuestión vital, pero la falta de un espacio que nos permita hablar de ello destruye toda posibilidad de empatía y nos hace desear alejarnos, caer derrotados en las garras de lo mundano. La única esperanza ante tal situación es la mirada del creador, de un ser vagando por las calles de la ciudad eterna, quizá en una carretera cercana a la que Pasolini recorrió por última vez, compartiendo el mismo cielo que Devereaux observa en su monólogo sobre la breve existencia de sus ideales.

Todos ellos se encuentran en lo que Paul Javal (Michel Piccoli) llama en El deprecio, de Godard, una “catástrofe posible”. La misma que aparece cuando Thomas Mann arroja a Aschenbach al vacío, cuando Sokurov rememora el amor a partir de Goethe, cuando la perla aparece en la vida de los personajes de Steinbeck o cuando Paul y Jeanne salen de aquella habitación parisina sin nombres. Esa catástrofe posible es Samsa despertando de una pesadilla, Raskólnikov a través del profesor Abe Lucas, el fracaso de Pierre y Eve en una fantasía de Sartre y Meursault disparando en una playa. Son los seres condenados que recibe Margarita en la gran fiesta del diablo que describió Bulgákov.

Hay más verdad en cualquiera de esas historias que en los actos hipócritas de aquellos que actúan y piensan en función del eslogan de moda, mientras disfrutan devorando delicioso soylent green.

«Sin darnos cuenta pasamos de una edad en la que decimos ‘mi vida será así’ a una en la que decimos ‘así es la vida’»

Un lugar donde quedarse, de Paolo Sorrentino
Silvio (y los otros)

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Miguel Suárez

Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra, articulista en diversos medios y autor de ensayos sobre cine y filosofía. También ha escrito y dirigido cortometrajes y producido piezas de videocreación. Actualmente coordina el Festival Internacional de Cine Fantástico HOA y programa la muestra 'Cine del Este' que se desarrolla en Pamplona.

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