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Dos colgaos muy fumaos: Fuga de Guantánamo. Cuando el consenso se disfraza de crítica

Dos colgaos muy fumaos: Fuga de Guantánamo

Dos colgaos muy fumaos (Harold y Kumar) podría ser una más entre la caterva de comedias estúpidas que año a año saca el cine de Hollywood, pero hay algo que la diferencia: su afán de posicionarse como una crítica a las políticas antiterroristas del gobierno de Bush ante el 11 de Septiembre. Y a crítica pónganles unas comillas bien grandes, no porque sea de esos que piensan que todo el cine yanqui es pro-yanqui porque está hecho por yanquis. No, si hay que ponerle comillas a crítica es porque en Harold y Kumar lo crítico es una máscara para esconder lo que realmente es: una película de consenso absoluto a las políticas antiterroristas del gobierno de Bush.

Los protagonistas forman parte de esa tradición de parejas disparejas que viene desde El Quijote y terminó, nadie sabe cómo, en cosas como esta película. Harold y Kumar planean un viaje a Ámsterdam para hartarse de fumar marihuana. Antes de la escena en donde entran al aeropuerto, con una sutileza impresionante, aparece una bandera de Estados Unidos que refriegan sobre la pantalla como si hubieran intentado limpiar el lente de la cámara. La seguridad del aeropuerto detiene a Kumar para un chequeo al azar, que es indio y no árabe, pero que tienen el mismo grado de peligrosa morochosidad. Pero Kumar se queja, que mis derechos y esto es discriminación y etc y lo dejan seguir sin revisarlo. Así que ya saben, si algún día quieren entrar droga a estados unidos o no sé, un arma nuclear, basta con que se quejen para no tener problemas. Harold le pregunta a Kumar porqué lo hizo, y este le explica que están en Estados Unidos, la tierra de la libertad y que tiene derecho de expresión; solamente falta que suene el himno.

Pero en el avión no les va tan bien: Kumar le muestra una pipa a Harold, una pipa con una forma de bomba que pareciera hecha por un idiota que quisiera que lo confundan con una bomba. Y la confunden, y los atrapan acusados de terrorismo.

Después de escapar de Guantánamo, la segunda mitad de película se vuelve una road movie por el sur de Estados Unidos con un momento más estúpido y sin gracia que el otro.

Cuando los bajan del avión, llegan las autoridades. Y ahí hace su aparición el que va a limpiar de culpas al gobierno norteamericano durante todo lo que dura la película. Un pelado que, al ser saludado por un miembro del ejército, hace un gesto bien lejos del saludo militar. No respeta jerarquías, no respeta instituciones, es un usurpador, es un loco que está ahí de casualidad y sus decisiones no representan a las del gobierno.

Haciendo una buena elipsis llegamos a Guantánamo, donde la pareja dispareja Harold y Kumar están ahora presos. En la celda de al lado hay dos terroristas. Harold y Kumar se enteran y con una seriedad que va a aparecer por primera y única vez en toda la película, les dicen que son asesinos de inocentes y que “Por culpa de gente como ustedes estamos en este cochino lugar.” Y yo que pensaba que estaban ahí porque el gobierno yanqui mete preso a gente sin tener pruebas. Pero para Harold y Kumar esto es necesario, la culpa es del terrorismo que fuerza al gobierno a tomar ese tipo de medidas.

Y aquí viene la escena en que, si yo fuera musulmán, me hubiera vuelto terrorista. Los presos en Guantánamo son sometidos a un castigo que consiste hacerles sexo oral a marines norteamericanos, comer sándwich de carne es el bonito eufemismo. Y ahí se ven a los terroristas, arrodillados, comiendo con ganas un sándwich de carne de un marine uniformado. Así de agradable es la metáfora del predominio militar yanqui. Lo único bueno de esta escena es que, aunque los guionistas lo intenten, ya no se puede ser más desagradable.

Después de escapar de Guantánamo, la segunda mitad de película se vuelve una road movie por el sur de Estados Unidos con un momento más estúpido y sin gracia que el otro. Lo único para destacar es el encuentro con el Ku Klux Klan. Después de robarle a unos miembros sus típicos trajes blancos de sombrero puntiagudo, asisten a una fiesta del clan y se divierten y se ríen y toman cerveza y se dan cuenta que no son tan malos. No son tan malos como esos terroristas musulmanes de Guantánamo que asesinan inocentes, el Ku Klux Klan apenas si de vez en cuando prenden fuego o linchan a algún que otro negro, nada para indignarse demasiado.

Más adelante, por una sucesión de estupideces que ni vale la pena contar, terminan en la casa del mismísimo George W. Bush. Después de que los invite a fumar porros y la película se aburra de mostrar lo buen tipo que es, Harold le dice: “Después de todo por lo que pasamos yo no sé si podemos seguir confiando en el gobierno.” Y Bush, después de darle una pitada a su porro, le contesta: “No necesitan confiar en su gobierno para ser buenos americanos, solo necesitan creer en Norteamérica.” Si pudiera ponerle audio a este texto ahora vendría el himno de Estados Unidos y listo, lo daría por terminado, pero como no puedo tengo que seguir escribiendo. En fin, Harold y Kumar son perdonados y todo vuelve a la normalidad, el pelado del gobierno es despedido de su cargo, el Ku Klux Klan sigue organizando sus fiestas, y los presos siguen en Guantánamo.

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Sebastian Marin
Escritor y comunicador social argentino. Apasionado del cine y la literatura, sobre todo de esos géneros despreciados y considerados menores. Actualmente cursa el profesorado de literatura.

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