El agente topo (2020), de Maite Alberdi

Rescatando, recurriendo o buscando hacer uso de algunas premisas del cine negro (que a la vez parodia), este documental o film de lo real, es un retrato sincero y natural sobre la vejez y la soledad. Un “tratamiento creativo de la realidad” (J. Grierson) que logra una realización única, franca y justa, gracias a un trabajo previo y juicioso (persistente y respetuoso) de su directora y su equipo en relación con el tema y el contexto, donde se destacan otras cintas como Yo no soy de aquí (Corto, 2016) y La Once (2014) (recientemente también estrenó otro film alrededor del alzhéimer titulado, Memoria infinita, 2023).

Este no es un film sobre una buena vejez o una vejez ideal: aun cuando nos increpe sobre ello (¿Cuantas no son las caras confortables o miserables de la vida y la vejez hoy día? ¿Cuál es la que nosotros deseamos y que estamos haciendo para lograrlo?). No es este tampoco un film sobre la vejez y su relación con la niñez: aun cuando de eso tenga un poco, como juego, travesura y ternura. Obviamente tampoco es un film sobre la vejez, la bondad o la maldad: aun cuando ¿No es acaso la vejez, como la niñez, esa inocencia tanto feroz como insoportable, que raya hay veces hasta con la crueldad? ¿No es acaso la vejez, como la vida misma –como diría el poeta Rilke con respecto a lo bello– eso insoportable que aún llegamos a soportar? No es tampoco un film sobre la posible condición miserable que puede estar dándose puertas adentro de un geriátrico: aun cuando la directora juegue con ello, y el espectador este siempre en suspenso para el terrible momento. (¿No es todo eso a lo que se refiere también la misma directora cuando dice que “en la vida no existen los géneros, están cruzados”?)[1]

En fin, no es tantas cosas que hubieran podido ser (son tantas las posibilidades). Observo, en cambio, que este documental –que juega con la ficción, la mentira, las apariencias y lo oculto (lo que está ahí pero no se dice) para revelar (escavando como el topo) lo inaprehensible (lo más real, el trasfondo)– busca mostrarnos el abandono y la decadencia cada vez más mayor en la que ha venido cayendo la vejez –tanto como la memoria– dentro de una sociedad tan ocupada y presurosa de novedad y de riqueza donde todo pasa de inmediato al cuarto de los trastos viejos: una sociedad sin contacto real con el pasado. Donde la autoridad, el conocimiento, el respeto, la experiencia, la conversa y la escucha, hoy sucumben y se hacen más abstractas frente los ritmos frenéticos y ansiosos y al brillo ofuscante de las pantallas, donde nunca parece haber tiempo suficiente. Donde el mero estar ocupado y siendo eficientes, sustituye o se impone sobre el tiempo de la reunión, de la amistad, del reposo profundo o de las actividades nobles (lo que por contraste en el documental los viejos en el geriátrico si valoran o procuran valorar). En el orden de la ambición y la acumulación, hoy por hoy, tanto el tiempo como la vida pierden su significante. Constituyendo a la final vidas desfondadas y afligidas.

Una y otra cosa que podemos observar en este documental tan emotivo como reflexivo. Por ejemplo, cuando Sergio –el protagonista y octogenario “infiltrado” que tiene que llevar una investigación privada y una serie de videos sobre los posibles malos tratos que puede estar recibiendo la madre de una clienta desconocida– escribe en su último informe: “Los residentes se sienten solos. No los vienen a visitar y algunos los han abandonado… No puedes darle a la clienta ningún delito para denunciar… su mamá está bien aquí… no entiendo cuál es el sentido de investigar. La clienta lo podría hacer ella misma… Debe enfrentar su culpa. Eso es la que no la deja vivir y visitar a su madre”. (Como nota al pie a este respecto, el film puede pasar también como una reflexión o crítica sobre la posición cómoda y obnubilada de ver la vida desde las pantallas, donde la realidad se hace lejana y pixelada). O también, cuando la directora con respecto al abandono y la soledad –donde se recurre algunas veces a los planos más delicados y lindísimos–  hace otros usos en medio del documental y decide siempre ocultar o no mostrar ni los rostros ni las fotos de los hijos de los abuelos, generando esa sensación de olvido y pérdida (lo dejado atrás). Lo que no sucede con Sergio y su familia, que también como contraste, actúa para mostrarnos el valor de la amabilidad, la comprensión, el aprecio y la unión en las relaciones humanas.


[1] https://culturizarte.cl/entrevista-a-la-cineasta-maite-alberdi-revisar-desde-afuera-el-cine-chileno-es-mirar-un-pais-su-idiosincrasia-entender-su-historia/

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