La visión holística como perfección

Fue hace ya más de un año, a finales de 2015, cuando leí este artículo de Dayo sobre Undertale. Fue más o menos cuando empecé a escribir sobre cine y mi mente aún no se había adaptado del todo a esta nueva configuración. Mi mundo eran los videojuegos, y aunque siguen siendo un aspecto esencial de mi vida, es cierto que mi camino avanza hacia otros derroteros. Por entonces (y a día de hoy) solía guiar mi idea de perfección hacia aquellas obras que, en su totalidad, ni les falta, ni les sobra nada, así que no le di más importancia a este texto de la que merecía per se, pero futuras reflexiones me hicieron valorar la visión holística como un grado de perfección que va más allá del que ya he comentado.

Antes de nada, obviemos los más de 2.000 años que tiene la filosofía de la estética y centrémonos en una concepto de perfección más cercano. Cuando ves una película, una pintura o hasta una fotografía de con tus amigos y dices «me encanta, lo tiene todo», puedes entender que esa imagen, para ti, es perfecta. Es una cuestión personal más simple que la filosofía y se basa en la emoción que te transmite. Puede que me esté quedando un discurso un tanto informal, a base de mis tonterías emocionales, pero da igual. Aquí vengo a hablaros de mis dos obras fílmicas favoritas y por qué me parecen perfectas. Primero, porque ni les sobra ni les falta nada, como dije, pero en segundo lugar y más importante, porque saben perfectamente cómo integrar su tan profundo entramado de temas y cuestiones de tal manera que cada pieza del rompecabezas encaja al milímetro en un sistema interconectado de elementos indisolubles. Esa es la visión holística.

La gran belleza

Ya os había hablado de La Gran Belleza (Paolo Sorrentino, 2013) anteriormente, y en cierto modo es una buena forma de empezar a ilustraros. La crítica ha definido en muchas ocasiones esta cinta como “un fresco”, y de manera muy acertada. No es un guión convencional, ni siquiera se entrevé una continuidad causal como en otras películas convencionales. Incluso la Dolce Vita, principal referente del napolitano, avanza de una forma lógica, aunque su guión se aleje del paradigma. La Gran Belleza es un retrato de la sociedad elitista italiana vista a través de los ojos del cínico Jep Gambardella (Toni Servillo), pero no se limita al mero reflejo. Sorrentino hace una profunda reflexión sobre la inspiración y la relación entre la realidad y el hombre-creador, y lo conecta con su trasfondo: vemos a Jep criticando la “mundanidad” de la que es testigo y presa a la vez, y esa misma crítica termina por definir su posición en la sociedad y, sobre todo, su intención de cambio. Pero esto no queda en la superficie, pues en última instancia, la obra nos hace reflexionar sobre la vida y la muerte: el fallecimiento de Elisa es el detonante de la trama, y a partir de ahí la muerte se convierte en un ente cuya sutil presencia unifica toda la película.

Se aprecia de forma palpable la profundidad de las capas y todo contribuye al perfecto funcionamiento de la maquinaria. Por un lado, tenemos la importante influencia de la literatura que ya comenté, estableciendo una serie de paralelismos con el simbolismo del XIX que aporta un sustrato culto y elevado además de una profundidad de análisis importante; por otro lado, el guión poco convencional y la amalgama de satíricos personajes que marcan la evolución de Jep, y por último pero no menos importante, la elegancia con la que Sorrentino capta esa belleza intrínseca en las pequeñas cosas. Es cierto que esto último no es novedoso – Amélie lo hizo en su día y sin tanta pretensión -, pero esto, unido al fino manejo de la cámara, confiere a La Gran Belleza un carácter de producto elevado que le aporta un verdadero atractivo.

True Detective

True Detective es de esas obras que te vacían el alma. Participa de un sublime propio, más cercano a un abismo existencial y humano que a uno real. A Rust Cohle (Matthew Mcconaughey) sólo le hacen falta 2 minutos en pantalla para absorbernos el ánimo con su nihilismo y cautivarnos con su carisma. Es un proceso catártico casi, muy recomendado para aquellos que han experimentado la soledad alguna vez y, al igual que La Gran Belleza, comprende una variedad de temas interconectados que, sin llegar a la variedad de la italiana, ofrecen una obra redonda en todos los sentidos.

La clave está, como no, en el caso. Una buena película/serie policial que se precie no debe basarse exclusivamente en la investigación, sino que esta debe servir como catalizador de sus temas, reflejo de los males del mundo. Nic Pizzolatto lleva este aspecto a su máxima expresión: en True Detective, el caso de Dora Lange es el tronco del que parten todas las ramas de la serie. Para empezar, tenemos el contexto de la Louisiana más profunda, relacionada con la santería y las creencias del pantano, en el propio modus operandi del Rey Amarillo y su séquito. A medida que la investigación avanza, Cohle y Hart (Woody Harrelson) se van sumergiendo en ese mundo perdido de la mano de Dios para ser testigos de su podredumbre, lo cual allana el terreno para los discursos del personaje de Mcconaughey.

Estos monólogos, las ideas de Rusty engloban la temática general que no duda en machacar cualquier atisbo de esperanza en nuestras vidas. No cree en la religión, no cree en la bondad del hombre, incluso llega al punto de considerar la propia evolución humana un retroceso de la naturaleza. Pero la magia de todo ello reside en la aplicación de cada reflexión al contexto de la serie y sobre todo al propio día a día de los detectives. Ya nos lo advierten desde los títulos iniciales: esta es una historia que va a quemarlos por dentro. El caso de los pantanos les consume y eso se traslada a la propia relación de los protagonistas, cuyas personalidades chocan opuestamente: Rust es un hombre que está de vuelta de la vida, pero Martin es una persona convencional, un prototipo de hombre de provecho (al menos de puertas para fuera). El que Rust ponga en peligro las apariencias de Martin es lo que crea el conflicto principal de la serie, que a su vez crea un diálogo con los temas y el caso. A esto ayuda el excepcional manejo del tiempo, que no sólo es un recurso expositivo sino que va más allá al mostrar la hipocresía y las falsedades de los personajes. Es la herramienta perfecta para dar a conocer a sus protagonistas y su profundidad psicológica. ¿No es maravilloso?

Lo sé, se que hay un sinfín de obras que hacen lo mismo. A fin de cuentas, debería ser un requisito fundamental, todas las piezas tienen que tener su función, pero creedme que no es tan común de ver – al menos no tan evidente o con tanta profundidad. Podría citar quizás Trainspotting o El secretos de sus ojos, dos películas que perfectamente podrían haber entrado en esta consideración. ¿Por qué no incluirlas entonces? Para empezar, porque este artículo no acabaría jamás, pero sobre todo porque, como todo en el mundo del arte, la subjetividad prima. La empatía a la hora de percibir estas particularidades es condición sine qua non, ya sea por sus temas o por cómo te lleguen las emociones. Así que, desde aquí te animo a compartir tu opinión sobre aquellas películas, series, videojuegos o cualquier obra de arte que te haya hecho sentir de tal forma. Nos leemos.

Trainspotting

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