Onward (2020) o el desencantamiento del mundo

Los monstruos de la razón y el progreso han hecho de las suyas imponiendo sobre una gran mayoría el hechizo del desencantamiento. Con racionalidad y productividad han esparcido un seductor y oscuro brebaje de ambición, automatización y cosificación con lo que pretenden dominar y subyugar lo humano y otras naturalezas.  




Los peligros de la tecnología

“El pasado dice cosas que interesan al futuro”. Eduardo Galeano.

Desde Wall-E (2008), Disney-Pixar no nos sorprendía con una película que procurara una reflexión crítica sobre los efectos negativos de la modernidad o los monstruosos desastres de la civilización industrial. Esta vez no lo hace desde un futuro apocalíptico, sino desde el mismo presente.

Manteniendo ese sello de Pixar de encontrar lo fantástico en la cotidianidad, Onward elabora a partir de una hipérbole o metáfora un reflejo de lo que somos desde un cuento de hadas desencantado. Lo que pareciera sólo una aventura de dos elfos urbanos en la búsqueda de algo maravilloso que les permita reavivar el pasado, es también una historia sobre las condiciones del mundo o la sociedad en la que vivimos.

Desde Wall-E (2008), Disney-Pixar no nos sorprendía con una película que procurara una reflexión crítica sobre los efectos negativos de la modernidad.

Muchas de las críticas o reflexiones sobre este film buscan dar cuenta sobre lo que ya la película dice, resaltando –o en su defecto reprochando– el uso o el nivel siempre estupendo de la creatividad y la técnica o la animación de esta compañía cinematográfica (a las que nos tienen acostumbrados). Sin embargo, parecen obviar la moraleja o lección que esconde en el fondo esta odisea de fábula. Lo que pretendo aquí en cambio es traer a colación una serie de reflexiones pertinentes que creo pueden desprenderse de esta  historia que busca encantarnos de nuevo, cuando lo que vemos –con cada vez mas fuerza– es una serie estandarizada de gente embelesada o absorta con los brillos del progreso, que enceguecidos por la radiación no notan la oscuridad que los rodea.

La idea aquí no es arremeter contra los bienes disponibles o los logros de la sociedad moderna –que los tiene y muchos– con un fin nostálgico de retornar al pasado (que evidentemente debería seguir manando), sino generar una crítica sobre las condiciones modernas más reprochables de alienación y sujeción en las que vivimos a causa de la falta de dominio o mesura ante las cosas (que se nos venden como imprescindibles) y del simpático progreso cientificista y mecanicista que nos lleva hacia el vacío, promoviendo (quiéranlo o no) una insignificancia del tiempo y, por ende, de la vida en detrimento de nuestra forma de ver el mundo y lo distinto.

Una crítica sobre las condiciones modernas más reprochables de alienación y sujeción en las que vivimos.

El director de la película Dan Scanlon señala lo siguiente: “No diremos que la tecnología es mala porque obviamente la usamos para hacer películas, pero sí que a veces puede mantenerte alejado de salir ahí fuera y encontrar esas chispas de magia y potencial interior. La magia simboliza ese encuentro en Onward. Yo creo que la clave está en el equilibrio


Modernidad Vs. Fantasía

“Es la incertidumbre la que encanta. La bruma hace las cosas maravillosas”. Oscar Wilde.

Lo que vemos en Onward es un mundo de seres fantásticos que han perdido su encanto o esencia: elfos que han olvidado su magia, centauros que desconocen su fuerza y no corren, hadas bravuconas que no saben volar, sirenas en pequeñas piscinas, unicornios astrosos, una Mantícora resignada… un mundo que ha perdido todo contacto con su pasado y le tiene sin cuidado lo de antaño. Es como ver al actual ser humano –sobre todo de las ciudades, cada vez mas sedentario y proclive a la decadencia de la creatividad y la imaginación– establecido en estados de confort y rutina, perdiendo con ello su naturaleza, el contacto con la Tierra y el conocimiento profundo a causa de una honda comodidad, confianza y seguridad en la civilización, la ciencia y la tecnología que mira sólo hacia el futuro.

A la fantasía la cubre el encanto del secreto, un velo seductor, una máscara que posibilita el juego y el placer. La pura exhibición y codicia de la sociedad moderna y del espectáculo no da espacio al misterio y no deja nada a la imaginación.

El historiador y filósofo alemán Max Weber creía que la sociedad moderna había entrado en un profundo desencantamiento del mundo (Entzauberung der Welt) a causa de las fuerzas ejercidas por el protestantismo, el cientificismo ilustrado y el capitalismo. Éstas, al promulgar una tendencia compulsiva al trabajo y la riqueza, una disposición a hacer de sí un simple instrumento y una ambición racionalista y utilitarista de querer abarcarlo todo y dominarlo todo, han venido destruyendo o desnudando (de forma pornográfica) el misterio o lo sagrado que puede contener el mundo, generando con ello un profundo desinterés, irrespeto o nimiedad de la vida y la naturaleza (interna y externa). Hoy lo que motiva no es la cosa en sí, su valor intrínseco, sino su valor instrumental: el control de la naturaleza, el recurso, el progreso ininterrumpido, la productividad, un mayor orden, etc.

A la fantasía la cubre el encanto del secreto, un velo seductor, una máscara que posibilita el juego y el placer. La pura exhibición y codicia de la sociedad moderna y del espectáculo no da espacio al misterio y no deja nada a la imaginación (que es puro juego). J. R. R Tolkien –amante de la fantasía, los jardines, los árboles y los gustos simples– fue uno de esos que percibió y advirtió las amenazas de la sociedad del consumo, del conocimiento instrumental, la degradación ecológica, el entretenimiento sensacionalista y la extensión global de esta crisis, que hoy estamos viviendo con más fuerza. Actualmente existen muchos sujetos (del latín subicĕre) como Saruman y Gollum, sombríos y alienados. La sensación de apego, alejamiento y sometimiento al Anillo Único por parte de Bilbo la podemos encontrar actualmente con relación al dinero y los celulares (y otras cosas): “me siento muy raro… me ha obsesionado en los últimos tiempos. A veces me parecía un ojo que me miraba. Siempre tenia ganas de ponérmelo y desaparecer… Trate de guardarlo bajo llave, pero me di cuenta de que no podía descansar si no lo tenia en el bolsillo” (En El señor de los Anillos. La comunidad del Anillo).

Lo que vemos en Onward es un mundo de seres fantásticos que han perdido su encanto o esencia: elfos que han olvidado su magia, centauros que desconocen su fuerza y no corren, hadas bravuconas que no saben volar, sirenas en pequeñas piscinas, unicornios astrosos, una Mantícora resignada… un mundo que ha perdido todo contacto con su pasado y le tiene sin cuidado lo de antaño.

La sociedad moderna (por no decir Occidental) busca con afán contener la totalidad (la naturaleza), haciéndola medible, convirtiéndola en información, datos y números. Según el filosofo contemporáneo Byung-Chul Han: “Lo numérico desmitifica el mundo y lo priva de poesía y de romanticismo. Le arrebata todo misterio, toda extrañeza, y transforma todo en lo conocido, lo banal, lo familiar, el “me gusta” y lo igual. Todo se vuelve comparable, y, por tanto, igualable. En vista de la digitalización del mundo seria necesario devolver al mundo su romanticismo, redescubrir la Tierra y su poética, devolverle la dignidad de lo misterioso, de lo bello, de lo sublime” (Loa a la Tierra, 2019).


Progreso y barbarie

“Nuestra civilización se caracteriza por la palabra ‘progreso’. El progreso es su forma, no una de sus cualidades, el progresar”. Ludwig Wittgenstein.

Heredero de la crítica romántica a la modernidad (una reprueba a aspectos degradantes e injustos, insoportables), el filósofo Walter Benjamin llamaba a la siguiente reflexión: “hace falta fundar la idea del progreso sobre la idea de la catástrofe: que las cosas sigan como están, esa es la catástrofe”. Muchos de los triunfos de la civilización, la técnica y la tecnología acelerada corresponden a grandes desastres (y divisiones) contra (y entre) lo humano y lo no-humano. Benjamin, por lo tanto, hizo un llamado urgente (prendió una alarma) contra la explosión de la ideología del progreso y las amenazas de la evolución técnica y cientificista contra la vida y otras posibilidades o alternativas. Hoy somos testigos de ese incendio y esa catástrofe.

Muchos de los triunfos de la civilización, la técnica y la tecnología acelerada corresponden a grandes desastres (y divisiones) contra (y entre) lo humano y lo no-humano.

En gran medida hoy somos una masa de seres autómatas –al decir de Benjamin–, sin memoria (sin contacto real con el pasado), inclinados a la vivencia inmediata y de comportamiento reactivo dirigido hacia el futuro, víctimas de una civilización industrial ilusionada por el progreso, que sólo discierne los logros de la técnica y no las regresiones de la sociedad, y que desconoce la vida y la experiencia auténtica (ritual y narrativa, individual y colectiva, cultural y reminiscente).


Experiencia y libertad: el camino del peligro que lleva a la montaña

Lo poco que se nos dice del padre de los dos elfos, Ian y Barley Lightfoot, es que era un hombre temerario que buscaba ser original. Por el contrario Ian, su hijo menor, es un sujeto tímido y medroso, diferente a su audaz hermano mayor (que a la vez es un nostálgico lector de lo que fue). Cuando salen en la búsqueda del elemento que posibilite la voz del pasado, el elfo mayor se muestra como una persona confiada en su intuición (a condición también del juego, la lectura y la práctica) que dice que el mejor camino a la montaña –símbolo de todo ascenso– es el más peligroso: el camino fácil nunca es el correcto. Al final, es la aventura hacia el mundo exterior, con sus tensiones e incidentes, lo que los une –“ser libre significa estar entre amigos” diceHan– y los abre a las virtudes y a la esencia del pasado con miras al porvenir (hacia adelante: onward), encantando con ello de nuevo su vida y la de los demás.

La película plantea de un modo u otro que para ser libre y avivar la llama interior (ser un nuevo yo) es importante saber desprenderse de las cosas y ejercitar la atención y la fuerza, rompiendo lo limites interiores y exteriores (aprender a desaprender constantemente y esforzarse por no hacer lo que se hacer). Una verdadera libertad –no aquella mediada por búsqueda de la riqueza y el gasto– exige valentía, lucha, determinación y responsabilidad, cosas que por lo general el individuo moderno (productivista y consumista) no esta dispuesto a asumir, encerrado en zonas de confort o opulentos ritmos complacientes, tranquilamente desesperantes (que terminan haciéndolos seres mas aislados, introvertidos, angustiados y cansados).

Ojalá podamos darnos cuenta pronto de lo enfermos y encerrados que vivimos en epidemias tan dañinas como la acumulación (material e inmaterial) y los dispositivos digitales y móviles.

Nietzsche dice en El Anticristo: “Yo no sé qué hacer; yo soy todo eso que no sabe qué hacer” –suspira el hombre moderno. De esa modernidad hemos estado enfermos –de paz ambigua, de compromiso cobarde, de toda la virtuosa suciedad propia de sí y el no moderno.” El ser humano y la naturaleza son absorbidos por la razón enfermiza de la modernidad que niega las fuerzas, los sentidos, los ritmos, el azar y los temores. Por eso, frente a ese impreciso sí y no de la modernidad es importante cultivar un gran “Sí” afirmativo y creativo.

En El miedo a libertad, el psicoanalista E. Fromm dice que “sólo hay un significado para la vida: el acto de vivirla”… Arriesgarse para tener una aventura, reza el lema en la taberna de la Mantícora. Ir directamente a la experiencia (que desliga del sometimiento). Enfrentarse con voluntad y decisión contra las incertidumbres y los miedos (como Ian pasando el abismo). Ir hacia la realidad –que muchas veces puede resultar desagradable o dolorosa– lejos de la estela de libros, pantallas y de lo cotidiano que puede nublar muchas de las veces nuestro pensamiento y nuestros sentidos, haciendo insoportable la existencia. Byung-Chul señala que hoy nos alejamos cada vez mas de la realidad reduciéndola “a una ventana dentro de lo digital”.

Según W. Benjamin, nuestra sociedad es cada vez mas pobre de experiencia. El espíritu de una experiencia auténtica, genuina, se desvía de toda realidad repetitiva (que no piensa y actúa de manera original) y busca hacer siempre irrepetible y único cada momento, con ojos ávidos y extasiados, abiertos a lo venidero y a la transformación (parte fundamental de la película). Hoy, por el contrario, hacemos parte de una masa con expectativas cada vez más limitadas y a sobremanera artificial, una masa cada vez más aislada e insegura, donde todo pasa de forma inmediata al pasado y nada ocupa nuestra atención de forma prolongada. Hoy hacemos cada vez más cómodos los interiores buscando un paraíso al que no deberíamos volver.

La película plantea de un modo u otro que para ser libre y avivar la llama interior (ser un nuevo yo) es importante saber desprenderse de las cosas y ejercitar la atención y la fuerza, rompiendo lo limites interiores y exteriores.

En estos días de encierro y enfermedad pude ver esta película con mi sobrina (que vino a nacer y crecer en un mundo cada vez más desencantado) y uno no puede dejar de pensar en lo divertidos que éramos a la luz de libros y juguetes, cuentos y leyendas, en calles y parques, jugando, imaginando y fantaseando. Hoy, por el contrario, los niños (y su creatividad y rebeldía) están cada vez mas proclives al uso y el abuso de las tecnológicas que opacan con su fugacidad la capacidad de asombro, imaginación y creatividad, sumiéndolos en una uniformidad y oscura pereza ajetreada (típica de los adultos de hoy). Ojalá podamos darnos cuenta pronto de lo enfermos y encerrados que vivimos en epidemias tan dañinas como la acumulación (material e inmaterial) y los dispositivos digitales y móviles que hacen de sí un ser único, un ídolo de sí mismos, pero a la vez seres tan frágiles y destructivos consigo y con lo distinto.

El progreso capitalista explota nuestros deseos sumergiéndonos en ritmos veloces que nos ahogan la reflexión y nos alejan de lo bello de la emoción y de la Tierra: lugar de vida, dicha y redención, lugar del origen y lo sencillo, donde el ser se vincula con el mundo (lejano de todo pensamiento que la ve como recurso y materia productiva)… Hoy es cada vez más necesario un sentido de la Tierra… o al decir del conjuro: La tierra pisar otra vez.


Bibliografía consultada

  • Erich Fromm. 1947. El miedo a libertad. Ediciones Paidós. 
  • Byung-Chul Han. 2019. Loa a la Tierra. Herder Editorial.
  • Micahel Löwy. 2012. Walter Benjamin: aviso de incendio. Una lectura de las tesis “Sobre el concepto de historia”. Fondo de Cultura Económica.
  • Nietzsche. El Anticristo. Editores mexicanos unidos
  • Max Weber. 2006. La ciencia como profesión / La política como profesión. Editorial Austral.
Calificación7
7

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