The addiction (1995): La sangre es la vida

The-Addiction

The Addiction (Abel Ferrara. 1995) es una metáfora de la sociedad presentada en envoltorio malsano y sostenida sobre un desasosegante y soberbio blanco y negro.

Ferrara es un especialista en el desconcierto del espectador, en la ansiedad existencial y sobre todo de la reescritura de géneros. En este caso, el de terror en su variante vampírica al que dota de contenido social y metafísico. Ferrara consigue una mixtura de registros desde el inicio, con la estudiante solitaria acosada por un pijo de perfil sicopático, hasta la mordida del vampiro que lo introduce directamente en su particular visión del cine de terror. Pero no se privará durante el metraje de esa dicotomía existencial que arrastra toda adicción. El esplendor del instante en que la adicción te recompensa frente al deseo de escapar, a toda costa, de aquella prisión anímica. Una disquisición existencial que perseguirá a la estudiante de filosofía Kathleen Conklin (Lily Taylor) durante el bizarro metraje.

La otra punta de lanza es el actor-fetiche de sus tiempos más oscuros. Un Christopher Walken en estado de gloria que en una sola escena desarrolla una paleta de ¿colores? para su personaje. El personaje de Lily Taylor sufre, reflexiona, analiza. Todo el malditismo de las adicciones pasa por delante de ella mientras evoluciona hacia el relativismo moral y la comprensión de las actuaciones humanas. No somos malos porque hagamos el mal, es más bien todo lo contrario. El vehículo le sirve a Abel Ferrara para cursar sus habituales estudios sobre la culpa, el pecado y la existencia del mal como fuente del dolor. La adicción crece como un parásito sin remisión posible, en el interior de Kathleen. Los fotogramas de Vietnam, campos de concentración, etc se solapan con las citas de Sastre y Kierkegaard (lo cual no es nada reconfortante), acercan al abismo del cual tan sólo hay una vía de escape: el arrepentimiento y la expiación. La indagación de Ferrara en las tinieblas humanas destila una sucia poética, un urbanismo sucio y decadente, dibujado en sombras (excelente fotografía de Ken Kelsch) y diálogos filosóficos. La metáfora sobre la droga, el SIDA y los infiernos a que abocan deviene una teoría mucho más inquietante y terrorífica que los filmes de vampiros al uso. El director consigue una vuelta de tuerca post-moderna, una metáfora del mal y de la absolución, toda la propuesta se basa en una dicotomía. En el enfrentamiento entre hedonismo y depravación. Walken ofrece Kathleer la oscuridad “¿Quieres ir a un lugar oscuro?”. Un lugar oscuro donde la culpa es la marca de la casa, porque ella sabe que puede renunciar a su nuevo mundo pero carga su culpabilidad sobre las víctimas por su escasa resistencia.

La metáfora sobre la droga, el SIDA y los infiernos a que abocan, deviene una teoría mucho más inquietante y terrorífica que los filmes de vampiros al uso.

Abel Ferrara rompe con todas las convenciones del género. Un vampiro se alimenta de otro vampiro, las víctimas no mueren y pasan inmediatamente a su nueva condición, la condición sobrehumana de la protagonista está lastrada por sus dificultades existenciales. La literatura fílmica de Ferrara esta a años luz del mito del chupasangre en la pantalla. Inmerso en la sucia poética de un Burroughs o en la dualidad de Dante más que en el prototipo de vampiro culto, elegante o inteligente, sin problemas de conciencia con su circunstancia y por encima del bien y del mal (también Nietzsche aparece repetidas veces en los diálogos). Para la protagonista, su adicción la conduce a la verdadera naturaleza del mal, su metamorfosis es más fuente de conflictos y angustia, que de plenitud y satisfacción. Su capacidad como depredador le produce una profunda inquietud en consonancia a las atrocidades que estudia para su tesis. El mal como la droga más adictiva corre ahora por sus venas. El único modo de frenarlo, es reconocerlo, para poder enfrentarse a él. Aceptar nuestra responsabilidad colectiva. Kathleen va recorriendo todos los infiernos de Dante en su camino hacia la adicción. En principio, el rechazo, la lucha contra esa extraña y nueva sensación. Tras el tránsito llega la asimilación. Después llega la etapa en que no puede abandonar su sed de sangre para evitar que el síndrome de abstinencia haga presa de ella. Ha completado los siete círculos del infierno hasta la sobredosis de la orgía de sangre final. La joven culta e inteligente que, al inicio del film, mira con desprecio a vagabundos y yanquis, ha caído en las garras de una adicción mucho más terrible. ¿Qué pasa cuando aquello que te conduce a la depravación, la muerte y el abismo es lo que más esplendor te concede? El mensaje es que podemos asomarnos al abismo nietzcheano, pero sin dejar que entre dentro de nosotros. Al fin y al cabo, en este film de un pesimismo vital, el mal no es más que otra adicción.

«La humanidad se ha esforzado por existir más allá del bien y del mal desde el principio. ¿Sabes lo que encontraron? Yo».


Sinopsis La estudiante de filosofía Kathleen Conklin es mordida por una mujer vampiro, lo que provoca cambios decisivos en su persona, convirtiéndose en una yonkie ávida de sangre para calmar la insaciable sed que la atenaza.
País Estados Unidos
Dirección Abel Ferrara
Guion Nicholas St. John
Música Joe Delia
Fotografía Ken Kelsch
Reparto Lili Taylor, Christopher Walken, Annabella Sciorra, Edie Falco, Paul Calderon, Fredro Starr, Robert Castle
Género Terror
Duración 82 min.
Título original The Addiction

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