“No hay nada… Solo conflicto. La única cosa
que puede resolver este conflicto es el amor.
Amor puro. Lo que yo siento ahora y sentí
siempre por mis gatos. ¿Amor? ¿Qué es eso?
El calmante más natural para el dolor que
existe. Amor» (William S. Burroughs)
Se trata, una vez más, de la cuestión del otro… Si bien, The Shape of Water recurre y toma prestado elementos de otros como: Creature from the Black Lagoon (podría decirse que es un reboot de esta), King Kong, Beauty and the Beast, E. T e incluso Free Willy (el cine de Guillermo Del Toro no se ha caracterizado por su originalidad sino por su dominio de la ejecución)… esta acude, a mi modo de ver, a un plano más metafórico y pensativo sobre lo Otro, lo diferente o lo incomprendido, desde el Amor y la naturaleza como esencia de la vida, utilizando los elementos más sobresalientes de la fantasía y el surrealismo.
Esta nueva película de Del Toro, “enamorada del amor y del cine” como él bien lo dice, conserva la finura artesanal de sus grandes films cuidando hasta el mínimo detalle el guión, los símbolos y significados, el maquillaje, el color, la ambientación sesentera y la fotografía (Dan Laustsen), una música delicada (en diferentes idiomas dirigida por Alexandre Desplat), los planos y los escenarios, además de un trabajo bastante interesante en la actuación, sobre todo de la protagonista, que basa su interpretación casi en su totalidad en un delicado lenguaje corporal (empapada de los mitos del cine mudo y finamente captado dentro de una sensualidad que pareciese difícil). No puedo decir, con total convicción, que destaca sobre su otra obra maestra de original embrujo, El laberinto del Fauno (2007), pero en esta última se genera una encantadora reflexión sobre la sociedad contemporánea (las contradicciones de ayer y de hoy), atravesada por mezquinos intereses individuales, políticos y morales que destruyen la esencia misma de las cosas, donde el Amor y la naturaleza (tratados aquí desde el agua, lo femenino y lo salvaje) se han llevado una mala parte al ser vilipendiadas por años por el romanticismo retrogrado y la modernidad más pestilente. Una sociedad también donde lo extraño o diferente por lo general se asocia con enemigo (susceptible a conquistar y comerciar) y la mujer como un objeto de servicio y ganancia.
Esta fábula de política oblicua está lejos de aquellos que piensan que The Shape of Water se centra en una historia cursi de romance y aún más lejos de quienes la conciben como una historia de amor entre un Animal y una humana, como si fuera una apología a la zoofilia… ¡Pues no!… La forma del agua debe concebirse como un cuento de hadas, maravilloso y oscuro, como una poesía (una oda quizás) o un estado etéreo del sueño en el que nos vamos hundiendo más allá de la realidad, buscado una enseñanza o un final feliz… y como al inicio del film (que genera una elipsis con el final), es también un sueño en el que poco a poco dejamos de flotar para volver a la realidad buscando ver en este mundo nuestras más grandes fantasías… ¿Pero dónde están o como encontrarlas?… Tal vez, esta puede ser la gran enseñanza de la película: creyendo en sí mismos, en nuestra voluntad, en nuestros deseos, en nuestra capacidad creativa y sobre todo en la maravilla de la naturaleza, centro de vida y pensamiento…
Spoilers
En The Shape of Water, Eliza Esposito (Sally Hawkins) es una mujer en los años 60’s, en un Estados Unidos en medio de la guerra fría, muda de nacimiento, algo tímida y delicada, extraña y diferente si se quiere, quien se la pasa con otros similares: un frustrado pintor homosexual (Richard Jenkins) que se ve subsumido por la cámara fotográfica (¿símbolo del futuro y la tecnología, así como el Cadillac?) y una mujer-negra (Octavia Spencer), sumisa y segregada, compañera en su trabajado de limpieza. El cuento narra la historia de cómo Eliza se ve atraída dentro de un laboratorio militar por una bestia acuática que es capaz de entenderla y aceptarla, así como ella a él: un ser antropoanfibio (Doug Jones) apresado en la cuenca amazónica, donde era adorado como un dios por los nativos de la zona (por qué lo sagrado no es más que lo que siempre ha estado allí, en lo velado de la cotidianidad, donde lo divino reposa de siempre). Su gusto y gozo al verse reconocida y comprendida desde del lenguaje de un silencio emocional, hace que Eliza se arriesgue y busque salvar de la muerte a ese ser único e incomprendido por una ciencia belicosa, avara y enclaustrada que prefiere diseccionar a contemplar las sutilezas (según Del Toro: “ver es el acto supremo de amor”). Ella buscará entonces con pasión y con sus pocos medios salvar de la tortura y la muerte a ese ser maravilloso, que el odio y la arrogancia no son capaces de entender (que podemos ver gracias a la actuación de Michael Shannon). Con toda la decisión y la voluntad, sobrepasando diferentes obstáculos, Eliza cumple su deseo, acompañada finalmente por: sus dos únicos amigos que fueron capaces de decir «No más» a ese caprichoso «amor» sin ton ni son, donde nunca pudieron actuar y ser, apostándole así a ese Amor sin fronteras y provisto de verdadera pasión que pudieron encontrar en su amiga… Y por un científico con el deseo de aprender pero algo incapaz de salir de los intersticios del poder y las ideologías, que termina cayendo por esos mismos tentáculos que no pudo cortar con fuerza y que por poco hacen caer a los otros.
Es en este orden de ideas que este film, enmarcado dentro de una fantasía oscura encantadora, es una oda sobre al Gran Amor: lleno de inocencia, asombro, libre y espontáneo, que deja ser al Otro, que se arriesga, que busca proteger y participar con el todo y pretende el deleite qué puede haber en la unidad de las cosas (invariablemente contrarias y cambiantes). Que busca una plenitud o felicidad sustentada en la voluntad férrea de sí mismo con el fin único de encontrarse con la naturaleza (propia y externa) que permite existir y conocer.
Lo que vemos al final del film es el triunfo del Amor y por ende de la naturaleza que es capaz de curar… de renovarse y revivir por sobre el hedor moral (los dedos que se pudren), la violencia, el cinismo, el ataque y el desprecio más vil e incoherente anclado a la sumisión que vemos en la figura del coronel Richard Strickland (símbolo del machismo, la máquina, “el futuro es ahora” y el sueño americano). Aquí no triunfan dos personajes: triunfa el asombro, lo humano que admira y entiende la naturaleza salvaje; la mujer (centro de la vida) que es capaz de sobresalir sobre el silencio y la represión (social, emocional y sexual); la sensibilidad y la creatividad que se impone; el Amor que inunda y corroe el odio… es la alteridad que actúa, el entendimiento y el reconocerse en la diferencia… Sí, es sobre el agua… el triunfo del agua que abraza y (se) acopla.
Algunas ideas complementarias
Por: C. A. y Leidy A. Villamor.
H. P. Lovecraft escribió alguna vez que “el pensamiento humano… es quizás el espectáculo más divertido y más desalentador del globo terráqueo”. Aun cuando somos quizás la especie más poderosas e inteligente del planeta tierra, de nosotros es tanto el altruismo extremo como los horrores más abruptos y atroces de una crueldad inenarrable. Muy a pesar de ser una de las especies más sociales, somos la más violenta. ¿No debería nuestra hábil inteligencia hacernos más susceptibles a los llamados de la naturaleza? ¿Una habilidad así no debería conllevar una responsabilidad única por un bien mayor?
Todo esto es lo que The Shape of Water nos muestra. Dentro de una sociedad (moderna y cristiana) con un profundo odio y rechazo contra lo natural; en una sociedad lisiada de espíritu, de seres reprimidos, atormentados y culpables es posible que surjan seres que luchan contra una moralizadora forma de ver la sensibilidad, las pasiones, el cuerpo, la sexualidad… la realidad, el mundo. Este trabajo visual es un prefecta excusa para invitarnos de nuevo a valorar lo que nunca hemos dejado de ser y al lugar al que pertenecemos: la natura. Y romper con esa distancia dicotómica, absurda y bastarda: humano/naturaleza.
El famoso filósofo italiano Giorgio Agamben considera que el “conflicto político decisivo” de nuestra cultura – al que se debe ver con urgencia– es haber separado lo no-humano y/o el animal de lo humano, echo mismo por el cual también podría decirse la fantasía pasó del círculo del conocimiento al plano de la irrealidad (en: Agamben. «Lo abierto. El hombre y el animal»).
Al final esa naturaleza que se desconoce y que se trata de conquistar, se impone sobre ese ser contaminado que se pudre poco a poco. El “típico final feliz” como se percibe a simple vista, puede interpretarse como una bofetada, un golpe contra el ser humano que tiene la obligación de replantearse las formas de ver y relacionarse con eso Otro, sea lo que sea. En la película podemos ver como la naturaleza enfrenta y golpea (y hace sangrar) desde su condición salvaje, más el hombre (el ser humano) dentro de su insignificancia e impotencia insiste e intenta con violencia y ultraje tratar de tomar, explotar, robar o pervertir su esencia de vida, con el fin de crear herramientas y armas para la muerte (intereses y guerras humanas acaban selvas y eliminan permanentemente otros seres y especies buscando recursos)… aun así Ella, es capaz de levantarse… Vivimos entonces un desenlace del drama lleno de tensión donde los personajes se ven de frente a un canal que lleva hacia el océano (lugar simbólico por excelencia de lo profundo, el horizonte, la libertad y el conocimiento). Y es allí dentro, zambullidos en el líquido vital, que se sella con un abrazo supremo el Amor y renace la vida…
O flotamos, o nos hundimos, juntos…