Turno de palabra

turno de palabra

Escribo este artículo (llamémoslo así), por un simple motivo: es hora de cambiar el cine, es hora de cambiar la mirada, es hora de ceder el turno de palabra.

Durante mis muchos años ya de incansable cinefilia, me he ido cansando progresiva y vertiginosamente de ciertos patrones o cánones cinematográficos repetidos hasta la saciedad en la gran pantalla. Esto se debe, en mayor medida, a la impuesta y agotada visión masculina sobre ciertos elementos y clichés que debe contener una historia para llegar a las taquillas de cine. Es cierto que la desproporción es mucho más grande en Hollywood (en 2017 sólo un 7% de las películas producidas han sido dirigidas por mujeres) que en Europa, pero evidentemente la desigualdad sigue siendo una realidad en cualquier continente o país del mundo.

Sólo hace falta echar un ojo a los datos para saber que las mujeres tienen el camino más difícil para hacer cine o para vivir de él, ya sea por cuestión de salario (la actriz mejor pagada de este año no ha cobrado ni la mitad del actor mejor pagado) o de oportunidades (cualquier actriz pasado los 40 lo tiene complicado para sobrevivir en la industria).

Esta descompensación provoca una ruptura, no sólo en la cuestión laboral sino en el imaginario del cine, creando una catalogación o distinción basada en el género. Esta es una de las bases que siempre ha planteado Hollywood a través del cine de acción (para ellos) y la comedia romántica (para ellas). Aunque es cierto que durante los últimos años ha habido excepciones y que de cierta forma se está produciendo una vuelta de tuerca en ciertos roles a través de las comedias de la factoría Apatow (Girls o La boda de mi mejor amiga) o del cine de acción protagonizado por mujeres (Atómica, Wanted o Indomable).

Pero en cualquier caso, todo esto va probando, a pequeños pasos, que catalogar el cine por cuestión de género demuestra su vacua calidad como cine (se convierte en mero producto) y por consiguiente, su memoria está destinada al olvido artístico. Esta base asentada por la mirada del hombre sobre a quién y cómo deben dirigirse las películas debe superarse ya por múltiples motivos, principalmente por razones de poder, pero también por el propio desgaste de la fórmula que ya no puede estirar más el chicle.

El espectador está cansado de los mismos clichés dentro de los mismos géneros cinematográficos (de cierta forma ya extinguidos). Es obvio, una buena película es simplemente una buena película, no es una película para ellos ni para ellas, el cine no es sexista, las personas que lo hacen sí.

Y hay una cuestión innegable, muchas de las series (Big little lies, Olive Kitteridge o Westworld) y películas (Crudo, Verano 1993 o La Seducción) más inspiradoras de los últimos años están escritas, dirigidas o protagonizadas por mujeres. Porque independientemente de gustos, suponen un aire fresco dentro del séptimo arte, un enfoque nuevo, estimulante, a veces incluso desconcertante por su cualidad emergente, pero llegados a este punto una mirada distinta es necesaria y reveladora por y para la historia. Así que es necesario cambiar el turno de palabra a quien propone un nuevo lenguaje cinematográfico, porque no queda mucho por decir y a la vez nos queda mucho por ver y descubrir.

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