¿Vencedores o vencidos? (1961): remedio contra la necedad humana

Vencedores y vencidos no es sólo una buena película. Se trata de una lección para las generaciones venideras y un bálsamo para los irresponsables sociales.

¿Vencedores o vencidos? (Judgment at Nuremberg) es una película imprescindible para los tiempos oscuros que estamos viviendo, un reparto sin parangón para explicar un momento clave de la Historia reciente y un film de 179 minutos en el que no sobra ni falta una milésima de segundo. La enjundia que se desprende de este reparto coral es única e irrepetible, porque la calidad interpretativa de pesos pesados de la talla de Spencer Tracy, Burt Lancaster, Richard Widmark o Marlene Dietrich, por sólo citar algunos, es antológica.

Esta película es un cóctel insuperable de genialidad y excelencia: triste, dura, descolorida, y de dolorosa y conveniente resaca.

Nada menos que los Juicios de Nuremberg, uno de los colofones legítimos y determinantes de la Segunda Guerra Mundial y un prólogo a la Guerra Fría. Un juez a punto de retirarse, interpretado por Spencer Tracy, es el encargado de procesar a cuatro magistrados del III Reich por sus acciones durante la guerra. Entre ellos, se encuentra el Dr. Ernst Janning (Burt Lancaster), un hombre íntegro y de reconocida popularidad en su ejercicio profesional que participó, sin embargo, en aquellas sentencias oprobiosas de la Alemania nazi y en vergonzosos crímenes bélicos donde se dictaban penas de muerte, veredictos para la esterilización y otras aberraciones conocidas por todos. El proceso narrativo y legislativo es lo suficientemente meticuloso, y así nos lo permite ver la cinta, para considerar y estimar ciertos matices éticos de difícil resolución. Lo que, a priori, nos puede parecer obvio, en el transcurso de la trama quizá no nos lo parezca tanto y nos haga replantearnos filosóficamente ciertos estribos morales de los que jamás hubiésemos dudado.

Por otro lado, ese color triste y roto de su estética, apropiado para la dureza testimonial del film, y ese entendimiento tan sosegado de los que han pasado una guerra, se abriga, a pesar de ser ya una película del sesenta y uno, en declaraciones legendarias como las de Marlene Dietrich cuando dice algo tan inteligente como: “Tenemos que olvidar si queremos seguir viviendo”. Por frases como éstas y por cómo las dice, ya merece su visionado y aplauso. Mrs. Bertholt (interpretada por ella), es una dama de la aristocracia alemana, viuda de un oficial nazi ajusticiado, venida a menos por las desgracias del conflicto. A pesar de ello, desprende una sabiduría que sólo surge del desconsuelo y de la carestía más áspera y, a pesar de esto y sus consecuencias, sigue enarbolando una clase sin desperfectos y un saber estar intachable. Esto no sólo pasaba en el cine en blanco y negro, sino que también se daba en el mundo real de aquellos años: gajes de una generación única y, por desgracia, olvidada.

Vencedores y vencidos no es sólo una buena película, es un remedio para la necedad humana, en general, y para nuestra clase política, en particular. Una lección para las generaciones venideras y un bálsamo para los irresponsables sociales. Un deleite, en cualquier caso, para los amantes del arte. Esta película es entonces un cóctel insuperable de genialidad y excelencia: triste, dura, descolorida, y de dolorosa y conveniente resaca. Concluiré ya con lo mejor, su reparto: Spencer Tracy, Burt Lancaster, Richard Widmarck, Marlene Dietrich, Maximillian Schell (Óscar al mejor actor), Judy Garland, Montgomery Clift… ¿Quién da más?

Calificación9
9
Etiquetas Cine Clásico

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Guillermo Pérez-Aranda Mejías

Soy un escritor romántico con matices quevedescos. Disfruto con lo absurdo del surrealismo y me apasiona encarcelarme en mi castiza torre de marfil, donde desarrollo mi creatividad rodeado de música, de libros, de cine y de lo más selecto de la humanidad huyendo así, en la medida de lo posible, de lo más mundano. Roquero trasnochado y poeta de lo grotesco, he decidido, como si fuera un samurái que se destripa por su honor, entregar mi vida por entero al arte.

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