Criando ratas (2016), de Carlos Salado

«Criando ratas es una de esas rarezas que surgen cada cierto tiempo empujadas por la mueca de asco de origen divino con la que Dios nos mira desde las alturas.»

Espero encogido mientras tomo rápido un café con leche fría en un sitio estupendo llamado El paracaidista justo después de la proyección de la película cuando el despertar de mis sentidos comienza a percibir una voz ronca que a cada vibración rezuma inteligencia: “El trabajo y las películas te las tienes que inventar”. Me entero de que se trata de Rubén Fernández, productor de Criando Ratas. Un tipo tan enérgico que parece sudar el speed que se enchufan los personajes de su obra y que, según le escucho, ha perdido la tira de kilos durante el proceso creativo. No es de extrañar: seis años de rodaje; ausencia total de medios y cárcel del protagonista de por medio. Me acercan al equipo una vez que quedan libres para poder entrevistarlos. Quedamos solos. Fundido a negro.

Criando Ratas

De izda a dcha: Carlos Salado, Pablo Castellano y Ramón Guerrero

INTERIOR. SALA DE CINE. DÍA.

-Me he fijado en que tienes melena, ¿qué música escuchas?- Me pregunta Carlos Salado, el director de la película, en una especie de estocada quijotesca que convierte al entrevistador en entrevistado.

-No sé. De todo, supongo- Le digo.

Teniendo en cuenta el éxito que ha tenido la película desde su estreno en Internet hablamos del posible motivo por el que este tipo de cine, aunque no guste a muchos, sí parece interesante y atrae de alguna manera a una gran cantidad de gente. “En Magical Girl no ves lo que hay detrás de la puerta, pero quieres verlo a toda costa. A todo el mundo le atrae lo desconocido”, me responde el realizador. Una cuestión compleja que merece más tiempo del que disponemos. La realidad está ahí y es que los teasers de la película han sido visualizados más de seis millones de veces. De manera que empezamos a introducirnos en los entresijos de la obra.

Criando ratas es una de esas rarezas que surgen cada cierto tiempo empujadas por la mueca de asco de origen divino con la que Dios nos mira desde las alturas. Cine neoqinqui lo llaman. Pero yo ya sospecho de todo “neo”, de todo “post”, de todo prefijo latino que resulta esconder detrás de la composición de estos nombres caprichosos un vacío abismal y una mentira insultante. Pero veo la película, después escucho a sus creadores. Vale, tengo la respuesta. “Siempre se repiten clichés cuando recoges algo, pero queremos hacer algo diferente”, me dice su director cuando le pregunto por esta vuelta de tuerca sobre el cine quinqui de finales de los 70 y primeros de los 80 del siglo pasado. Y es cierto que la película mantiene algunos elementos propios de ese cine como ciertos acordes; un lenguaje puro de la calle, aunque con las naturales variaciones consecuencia del paso de los años; el uso y tráfico de droga; o la elección de un quinqui de verdad como protagonista de la historia, por ejemplo. Pero también es verdad que huye de cosas como ciertos matices moralizantes (dice el cineasta alicantino con respecto a los autores que le preceden que a él no le corresponde juzgar, que su papel es mostrar lo que hay) o de una narración sólida como el cine de Eloy de la Iglesia para centrarse en el fragmento al que atiende, sospecho, más por falta de una historia férrea que por propia voluntad. Pero vayamos por partes. El caso es que hay un pequeño giro con el cine quinqui originario, una ligera independencia del padre pero manteniendo el poso que este deja y que se lleva encima allá donde se vague. Pero Carlos Salado no solo se distancia de sus raíces, sino que también se aleja, y aquí lo hace de manera más radical, del otro ejemplo que aborda el cine quinqui en España. En otras palabras, el creador de Criando ratas no sigue los pasos que lleva a cabo el director charro Gabriel Velázquez en la revisión del cine quinqui que manifiesta en Iceberg (2011) y ärtico (2014). Las películas de este director de Salamanca mantienen elementos como el adolescente de la calle y la droga para erigir sobre ellos todo un artificio formal muy exquisito, un cine caracterizado por el contraste entre el puro cani español y el trabajado estilo del cineasta que se desliga casi por completo de ese aura cañí que caracteriza el cine del que venimos hablando.

Es en este sentido en el que podemos hablar de Criando ratas como de un proyecto que recoge los ingredientes básicos del cine del que bebe pero demostrando que puede seguir su propio camino, así como tampoco se deja influir por el juego de Velázquez que se amolda a las tendencias europeas. Y es en esta fuerte personalidad donde reside la gracia de la obra. Una obra que coquetea con el fragmento, mostrando diversas parcelas de la realidad que quiere retratar de manera aislada; y la narración lineal entendida como un todo, un hilo que a veces parece que se va a romper. Si en la representación del fragmento de la vida cotidiana de los barrios marginales de Alicante donde residen los mayores aciertos del film, será en la historia principal por la que Carlos Salado nos guía donde nos sorprenderán más baches y problemas. Y es que si el equipo alude constantemente al carácter hiperrealista de la película, la construcción forzada de un cauce por el que hacer circular la vida de los personajes deviene en contradicción absoluta. El hiperrealismo es una quimera ya en el propio documental, por lo que hablar de ello en relación a una obra de ficción resulta un desatino. Una cosa es registrar la vida de gente marginada en su intimidad y en su día a día y otra muy diferente rodar una representación de esas vidas que desemboca en un final pensado y no sometido al azar, por mucho que los protagonistas sean ellos. Ahora bien, esto es algo que no resta en absoluto valor a la cinta, tan solo a la etiqueta autoimpuesta por los creadores. A mi juicio, por supuesto.

A pesar de los problemas que van asociados a la realización de un primer trabajo como consecuencia de la inexperiencia y en este caso de la falta de medios, Criando ratas es un producto digno y bien llevado en el que no solo se cuenta lo que se percibe, sino todo el camino que hay detrás de ello. Un proyecto que surge de dos mentes inquietas, decididas y resueltas en las que nunca cabe la vuelta atrás y que está basado en unos principios férreos centrados en la mayor difusión posible a cambio de nada, algo que, según cuenta el productor, ha sido difícil de llevar en aquellos momentos en los que los circuitos de festivales se vuelven tentadores. A todo lo que hay que sumar la actuación de Ramón Guerrero (entre otros muchos), un hombre de vida dura pero de carácter más duro aún para el que todo esto “ha sido difícil”, tanto por las circunstancias que le abordaron durante el rodaje como por el simple hecho de que “nunca se había puesto delante de una cámara”. Una figura tímida e inteligente que tiene mucho que contar. Estaremos pendientes de qué van haciendo estos tres tipos tan interesantes.

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Pablo Castellano

"-¡Qué extraña forma de hacer la cama! -Lo vi en una película. Para eso sirven las películas!"

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