4 meses, 3 semanas, 2 días descubrió a un director que consigue rescatar una parte olvidada de la historia de Europa.
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El régimen comunista en Rumanía
Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2007, flamante galardón para una modesta producción rumana que en su momento fue recibida con un coherente y amplio consenso, 4 meses, 3 semanas, 2 días rescata la demoledora realidad de un periodo del que todavía subsisten algunas heridas, los últimos años del régimen comunista en Rumanía. El reconocimiento en este certamen dio a conocer al director Cristian Mungiu -habitual presencia en Cannes desde entonces- y permitió la amplia difusión de un film procedente de una cinematografía tan escasamente presente en el resto de Europa como es la rumana. A través de un planteamiento formal riguroso y sin concesiones, Cristian Mungiu logra mostrar de forma sincera y precisa, con una acerada mirada, la desoladora vida cotidiana de aquel tiempo.
Modesta producción rumana que en su momento fue recibida con un coherente y amplio consenso.
4 meses, 3 semanas, 2 días sigue el periplo de dos jóvenes durante unas horas en una ciudad rumana a finales de los años ochenta, un devenir del transcurso del tiempo que la cámara recoge en un sentido literal, permaneciendo en algunas secuencias sin apenas movimiento, tratando de captar la realidad que fluye ante el objetivo.
La herencia de Tarkovski y Wajda
La Guerra Fría fue explotada por los dos bloques existentes en multitud de largometrajes de carácter propagandístico, en torno al latente conflicto político y a las intrigas de sus respectivos servicios de inteligencia, mientras que todavía existen innumerables relatos anónimos ignorados en el tiempo. Algunos cineastas, entre ellos autores de la relevancia de Andréi Tarkovski y Andrzei Wajda, consiguieron abrirse paso desde el Este, sorteando las consignas oficiales que todo régimen de cualquier signo intenta marcar, para mostrar la realidad, las circunstancias políticas o condiciones sociales, aunque en ocasiones fuese de forma necesariamente alegórica.
Algunos cineastas consiguieron abrirse paso desde el Este, sorteando las consignas oficiales, para mostrar las circunstancias políticas o condiciones sociales.
Cristian Mungiu es directo heredero de ese cine que enfocaba la Historia, que transmitía conocimientos imprecisos y fragmentados, que intentaba revelar aquello que sucedía detrás de las deslucidas imágenes oficiales que difundían los regímenes de la época.
Trascender lo particular hacia el retrato global
La situación de dos jóvenes estudiantes ante el hecho de realizar un aborto, una práctica ilegal en aquel entonces en Rumanía, y las implicaciones que esta decisión arrastra, es la premisa argumental con la que el director llega a expresar la sensación de opresión en el conjunto de esa sociedad. Las continuas preguntas, los sobornos, la desconfianza, la insidia o el miedo permanente de estas jóvenes le conducen, en sucesivos movimientos circundantes, a plasmar las realidades que implica vivir bajo un control autoritario. Un análisis con el que consigue, sin necesidad de hacer referencia política alguna al régimen de Ceaucescu, trascender lo particular hacia el retrato global, trasladable a otros tiempos, lugares y segmentos sociales que hayan vivido bajo circunstancias similares.
Verosimilitud y pulso dramático
Este valor testimonial se materializa gracias a los grados de verosimilitud que desprende un planteamiento austero, directo, comprometido con el relato y sus personajes, que deja a un lado elementos que desvíen la atención o que intenten remarcar la carga dramática; una desnudez formal que implica incluso la ausencia de música. Mungiu opta por el uso de largos planos secuencia como el medio más efectivo para captar la realidad, con unos tiempos que pretenden ser reales –el agobiante sonido de un reloj al inicio del relato indica la supeditación a este tiempo que apremia-, y con la franqueza de los diálogos, en ocasiones descarnados, en otras un simple reflejo de la mezquindad de las situaciones. La utilización del fuera de campo y la cámara en mano forman parte integral de la narración, con una mirada distante que sólo parece tomar partido en la parte final del angustioso itinerario de una de las jóvenes.
Esta inmediatez con la realidad se traduce en la autenticidad que respira cada uno de los fotogramas de 4 meses, 3 semanas, 2 días. La pantalla se convierte en una pequeña grieta en la pared por la que observar la miseria moral que deben soportar las dos jóvenes. La inevitable crudeza de lo narrado conduce a unos momentos de profunda entidad dramática, una dureza que no es gratuita, sino un reflejo de la realidad. Este efecto es todavía más potente gracias a la certera recreación de la época, el aspecto desolador de unas calles cubiertas de nieve sucia y unos colores grisáceos, producto de una espectral industrialización.
La pantalla se convierte en una pequeña grieta en la pared por la que observar la miseria moral que deben soportar las dos jóvenes.
El film adquiere un progresivo pulso dramático, en el que destacan dos planos reveladores del desesperanzador recorrido de Otilia, una de las protagonistas -conmovedora la actriz Anamaria Marinca-. Uno es la visión de su cuerpo de espaldas, lavándose en la desnudez de un sórdido baño, soportando la carga de la injuria sobre sus hombros. En otro instante, al contrario, mira directamente a los ojos del espectador, como si quisiera implicarnos, preguntarnos sobre aquello a lo que acabamos de asistir. Un plano que remite a Ingmar Bergman que, de idéntica manera, decidió que por primera vez en la historia del cine la protagonista de Un verano con Mónica (1953) dirigiese la mirada desde la pantalla hacia el espectador. De esta forma, nos empuja a ser partícipes de un sufrimiento ignorado, sepultado bajo el silencio.
Palma de Oro en Cannes
El Festival de Cannes ha premiado con la Palma de Oro a prestigiosos cineastas como Luchino Visconti, Michelanchelo Antonioni o Martin Scorsese, con clásicos del calibre de El Gatopardo (1963), Blow up (1966) y Taxi driver (1976).
De igual forma, a lo largo de su historia ha reconocido a largometrajes de carácter en principio minoritario, con marcadas inquietudes sociales. La Palma de Oro ha sido concedida a obras sencillas de profundo calado moral, como Padre Padrone (1977), de los Hermanos Taviani, o Secretos y mentiras (1996), de Mike Leigh, y a cineastas incuestionables, comprometidos con la realidad, como los hermanos Dardenne por Rosetta (1999) y El niño (2005).
Cristian Mungiu se unió a estos nombres gracias a 4 meses, 3 semanas, 2 días, un autor que ha continuado con una coherente trayectoria. Su último film hasta el momento, Los exámenes (2016), se sumerge en los problemas que continúan presentes en la Rumanía democrática, las notables diferencias sociales y la extensión de la corrupción en diferentes niveles.
4 meses, 3 semanas, 2 días descubrió a un director artífice de una obra destinada a plantear incómodas cuestiones, a moverse entre las fronteras, cargada de un palpable compromiso, que consigue rescatar una parte olvidada de la historia de Europa.
Ficha de la película
País Rumanía
Dirección Cristian Mungiu
Guion Cristian Mungiu
Fotografía Oleg Mutu
Reparto Anamaria Marinca, Vlad Ivanov, Laura Vasiliu, Alexandru Potocean
Género Drama
Duración 113 min.
Título original 4 luni, 3 saptamini si 2 zile