INDIE & DOC Fest Cine Coreano 2019

En colaboración con el Festival de Cine Independiente de Seúl (SIFF), se han programado cinco películas al margen de sus más reconocidos cineastas. El cine coreano tiene un futuro brillante.

El 2019 estará marcado para siempre como uno de los años mágicos del cine coreano. Si en los últimos tiempos su cinematografía se podía congratular de tener a unos de los mejores cineastas en activo, Hong Sang-soo; el mes pasado recibía su reconocimiento más prestigioso: la Palma de Oro a Parasite de Bong Joon-ho. La primera Palma para un país con una rica tradición en el séptimo arte que, por ponerlo en perspectiva, iguala a España con una única victoria en Cannes por Viridiana (1961) de Luis Buñuel.

No obstante, bajo el auge que vive el Cine Coreano en los festivales internacionales, hay cierto cine independiente que busca su voz. Obras que muestran miradas novedosas sobre la situación de la República de Corea y que la segunda edición del Indie & Doc Fest Cine Coreano tiene como objetivo mostrar.

En colaboración con el Festival de Cine Independiente de Seúl (SIFF), se han programado cinco películas al margen de sus más reconocidos cineastas. Desde uno de los últimos filmes del longevo director Zhang Lu, Ode to the Goose (2018), hasta varias óperas primas de una nueva hornada de realizadores. Un conjunto ecléctico en el que han sobresalido, y sorprendido por su falta de repercusión en los circuitos nacionales, dos muy buenas películas: Winter’s Night (2018) de Jang Woo-jin y Maggie (2018) de Yi Okseop. La primera, una obra enmarcada en una noche gélida para cuestionar si todavía queda afecto en un matrimonio, que ha conseguido el Premio a la Mejor Película otorgado por el Jurado ECAM. Y personalmente mi debilidad, Maggie, una ópera prima que nace del lenguaje visual de YouTube para descubrir la relación con el cine y el discurso social de la generación millennial. Dos películas que gracias a iniciativas como Indie & Doc Fest Cine Coreano salen al descubierto desde detrás del destello de la Palma de Oro y certifican que el cine coreano tiene un futuro brillante.



ODE TO THE GOOSE (2018), DE ZHANG LU

El gran tamaño del mapa de Gunsan empequeñece a una joven pareja. Absortos, recorren su superficie sin lograr encontrar un punto de referencia. Para ambos, es su primera vez en la ciudad, aunque a él le resulta un sitio familiar. Sensación que podría nacer de haber visto Gunsan en imágenes, imaginar su aspecto al ser nombrada en canciones tradicionales, o simplemente reconocer el vértigo de estar perdido. Un punto de partida para Yoon-yeong y Song-hyeon en el que no conocemos nada de su pasado ni de sus planes inmediatos. El viaje ha sido consecuencia de una improvisada proposición nocturna acompañada con soju.

Una bonita presentación del cineasta coreano Zhang Lu, en el que más que ubicar a los protagonistas, los deja desubicados. Pues Ode to the Goose (2018) es el deambular de dos seres con la esperanza de encontrarse; así mismos o con una mirada recíproca que se pueda confundir con algo de paz.

Tras abandonar la estación de autobús, inician un camino en el que cada desvío y cada conversación va descubriéndonos pedazos de su interior. Quién decide la ruta, encabeza la marcha o lleva la palabra hace que vayamos construyendo qué relación tienen el uno con el otro. Más allá de los bordillos donde la pareja descansa y el director degusta los intercambios dialécticos, observamos que en su movimiento nunca avanzan sincronizados. No obstante, al llegar a un restaurante, y otra vez con soju de por medio, decidirán quedarse unos días en la ciudad. De esta manera, Ode to the Goose nos propone un estimulante viaje emocional, de los protagonistas y el país, empañado por una descontrolada ambición formal. Al final, el director parece rehén de varios juegos narrativos que harán perder interacción entre los espectadores y el filme. Y entonces, acabas dando valor a seguir un camino juntos, aunque sea a distinto ritmo.

En el restaurante donde se cuece la intención de quedarse en Gunsan por un tiempo logran encontrar su primer punto de referencia. Este lo regenta una mujer mayor que parece tener todas las respuestas, y en contraposición a los comensales, una serena seguridad vital. Como si moviese los hilos de unas frágiles marionetas, les recomienda un extraño hostal para hospedarse. Recomendación que, sin otra opción conocida, siguen sin dudar.

Una vez dentro de la vivienda con estilo japonés, lo que parecía un viaje entre dos turistas se combinará con la imposibilidad de salir de Gunsan de los anfitriones. Estos son un padre y una hija. Él sumido en una profunda tristeza y ella sin poder salir de casa debido a su autismo. Dos personajes sumidos en un estado fijo y parece que difícilmente variable. Asimismo, esta situación ha propiciado adaptar su vivencia, y por consiguiente su mirada, al límite de los muros de su hogar. Un espacio que el cineasta explotará desde la perspectiva de los dueños, y que al chocar con la de los residentes pasajeros ofrece un pasaje de cine notable. Por un lado, las paredes de las habitaciones están repletas de fotografías en blanco y negro. Todas ellas de paisajes. Una peculiaridad que intriga a Song-hyeon y hace que se pregunte por qué es incapaz de retratar a personas. Una cuestión que se irá desvelando mediante efímeras pinceladas y dará los mejores momentos de la cinta, gracias al estado de gracia de dos actores de lujo de la cinematografía coreana, Moon So-ri y Jung Jin-young. Por otro lado, frente al analógico de las fotografías, todos los rincones de la vivienda están vigilados por cámaras de seguridad. Unos objetivos que tienen como destino final la habitación de dónde no sale la más joven de los cuatro; pues frente al autismo, los monitores son su nexo con el mundo exterior.

Con estos dos elementos como ejes narrativos, el cineasta va desplegando un universo emocional complejo, en el que más allá de la interacción de los personajes, el espectador tiene un papel activo en reconocer los detalles para entender de dónde viene cada uno y qué les mueve en ese momento. Todos ellos son personajes aislados de la vida social, olvidados del calor humano y del gesto cómplice. Por intrascendente que parezca, un abrazo o una caricia puede llegar a rescatar una vida.

Si volvemos a la escena inicial, aunque el mapa de Gunsan fuese extraño, el sonido nos hacía una representativa e explícita presentación. El estruendoso ruido de los aviones no cesaba al tener que alcanzar la base militar americana. Un detalle del lugar que Zhang Lu irá repitiendo sobre la idiosincrasia de Corea del Sur. Como elemento indisoluble de las vidas cruzadas, en su recorrido arraigarán cuestiones como la identidad nacional, la memoria histórica, el legado literario o las barreras idiomáticas.

El director introduce escenas en apariencia anecdóticas, pero que en conjunto crean una radiografía de la sociedad coreana. Ya sea un paseo por una exposición de los horrores en la batalla con los japoneses o la discriminación a los chinos-coreanos. Un discurso político que tendrá el uso de los diferentes idiomas como su recurso más lúcido.

No obstante, ante la severidad de los temas, Ode to the Goose nunca se torna afectada, apoyada en el humor que abarca la totalidad de la obra. Coherencia y control narrativo en contraposición al juego final que nos propone. La película no sigue una estructura temporal lineal y lo que debería añadir interés y complejidad se termina tornando en su mayor debilidad. Si todos los personajes habían dado suficientes pistas para que el público pudiese reconstruir las causas de las consecuencias que vemos en pantalla, Zhang Lu las termina mostrando y describiendo. Esto resta interactividad con la obra, al no ser capaz de utilizar las escenas en las que se representa lo antes mencionado para dotarlo de un nuevo ángulo o cuestionar su verdad. Aunque este último capítulo acaba dejando un sabor agridulce, Ode to the Goose es una interesante propuesta que nos enseña las luchas personales y colectivas por pertenecer a un lugar. Sentir el calor en la piel y valorarlo frente a ilusiones y expectativas imposibles. Aunque nunca lo hayamos pisado, Gunsan siempre sonará alegre en la letra de esa popular canción romántica.



‘TO MY RIVER’ (2018), DE PARK KUN-YOUNG

Jin-ah no cree en el destino. Enfrente del público y únicamente acompañada de un micrófono, ese es su mensaje. Uno en forma de poema, la única manera que sabe de expresarse. Hace tiempo, su pareja se quedó en coma y la soledad ha invadido su vida. Una etapa vital cargada de dolor que To my River (2018) muestra como una tragedia que torna gris el mundo.

Entre el club de poesía y su libro inacabado, la protagonista sufre su tormentoso presente difuminado con un colorido pasado. Una contraposición de estados de ánimo que Park Kun-young decide tratar mediante una serie inacabable de tópicos. Los símbolos de la poeta son un cigarrillo y una carpeta, mientras que los cortes de pelo marcan las transiciones sentimentales. Unos clichés acuciados por plantear la película desde un libro de psicología en una mano y un manual sobre el peor cine independiente en la otra.

En definitiva, To my River es una película sin ideas ni una propuesta que nos emocione una ínfima parte de lo que sienten sus personajes. Al intentar transmitir un mensaje, el fondo es lo de menos.



‘MAGGIE’ (2018), DE YI OKSEOP

¿En cuántas obras un asesinato o un robo ha sido el desencadenante de una trama whodunit? ¿Estos crímenes son los que atormentan a la generación millennial? Si atendemos a publicaciones aleatorias en Instagram, no parece que sea su mayor preocupación. No obstante, Maggie (2018) comienza con una proposición por actualizar los parámetros de la intriga: el suspense es la autoría de una radiografía sobre dos personas teniendo relaciones sexuales que aparece en un hospital de Seúl. Un escándalo para todos los empleados y pacientes que remueve los cimientos morales sobre los que se asienta la sociedad contemporánea. Sólo hace falta echar una ojeada a las noticias para darse cuenta de la relevancia del tema elegido por la debutante Yi Okseop para su gran ópera prima.

Con el enigma de quién serán los que aparecen en el negativo como punto de partida, Maggie comienza un torbellino de imaginación y ritmo por despejar la ecuación. Un camino por recorrer, en el que es más importante el aprendizaje de la travesía, que la propia resolución. Con colores saturados y una perfecta armonía entre arte, banda sonora y montaje, pensamos estar entrando en una dimensión cinematográfica que tuviese a YouTube como canon. Lo que se puede tomar como un menosprecio, para este filme es el mejor de los halagos. La cineasta nos muestra nuestro tiempo, desde nuestro lenguaje y, como incalculable logro, descubriendo en estos nuestras señales de esperanza.

A través de un juego detectivesco, una joven enfermera y la médica jefe del hospital intentan descubrir por qué después del escándalo nadie ha aparecido en sanatorio. Con el carisma de las dos actrices, Lee Jooyoung y Moon So-ri, y una dirección llena de ingenio y originalidad, esa mirada frenética y pasada por filtros de las redes sociales poco a poco va dejando en relieve los elementos clave de la juventud universal. La gentrificación, el alquiler, la precariedad, las relaciones sentimentales tóxicas, la religión y la privatización de los servicios van goteando en Maggie y gastando su energía. Un cansancio desde la forma cinematográfica en perfecta consonancia con el camino a la madurez de los personajes. De esta manera, Yi Okseop, subrayada entre los cineastas a los que hay que seguir la pista, crea una obra esencial para entender a los millennials y su relación con el cine. Una correspondencia complicada debido a lo efímero y superficial de los nuevos métodos de consumo, pero que tiene a los movimientos sociales como aliados más fidedignos. En 2018, desde Corea del Sur, Maggie de Yi Okseop tiene un grito como corazón y esperanza: “yo sí te creo”.



‘WINTER’S NIGHT’ (2018), DE JANG WOO-JIN

En el taxi de regreso a casa, Eun-ju se da cuenta de que le falta el móvil. Llaman, pero no suena. Ella y su marido acaban de volver del templo Cheongpyeong de Chuncheon, únicamente habiendo hecho escala en un barco y el mismo vehículo dónde están. Como consecuencia, la mejor manera de intentar recuperar el objeto es hacer el camino inverso. Una travesía hacia atrás que el joven director Jang Woo-jin utiliza para reflexionar sobre el papel de los recuerdos en nuestra vida. Al ser preguntada por qué está tan estresada por perder un simple móvil y no comprarse otro, contesta que por las fotos y que, definitivamente, era el suyo. Pero esos documentos personales que almacenamos en objetos digitales no son nada en comparación con volver a los sitios donde se tomaron. Así, en la bella y gélida noche en la que se sitúa la evocadora Winter’s Night (2018), el matrimonio pasa una noche de nuevo cerca del templo, donde no volvían desde hacía 30 años cuando Heung-ju hacía el servicio militar. Un pasado en el cual ni siquiera era novios y los preciosos paisajes presagiaban un porvenir lleno de luz. No obstante, en una dimensión entre lo onírico y lo real, con la oscuridad como y la nieve como mejores aliados, el cineasta propone un dispositivo combinando lo que es y lo que era, siempre con el que hubiese sido como término medio. Con un gran dominio de la luz y la puesta en escena, se crea una atmósfera en la que los tonos rojizos y azulados conquistan la noche y permiten a los personajes ser confundimos con fantasmas de un sueño profundo. Como si tras 30 años, su relación ya no fuese tan consistente como el hielo. Al final, no hace falta un móvil para quebrarlo, sino únicamente despertar al interior engañado por el candor del comienzo de un amor.



‘LET US MEET NOW’ (2018), DE BOO JI-YOUNG, KANG YI-KWAN & KIM SEO-YOON

Desde la división de Corea después de la Segunda Guerra Mundial, esta situación siempre ha sido el telón de fondo de los grandes cineastas coreanos.

Entre las múltiples maneras de afrontar este escenario, ha habido cintas que le ceden el fondo narrativo como Joint Security Area (2000) de Park Chan-wook, o simplemente el fuera de campo, como la extraordinaria Burning (2018) de Lee Chang-dong. No obstante, ambas obedecen a una mirada personal. Autoría que contrasta con Let Us Meet Now (2018), un proyecto conjunto sobre la Reunificación de Corea conducido por el Ministerio de Unificación. Por ello, cuesta calificar a Let Us Meet Now como película. Al despojar este proyecto de todo el artificio, que no es poco, queda un panfleto propagandístico y sin ningún valor artístico. Un documento que aúna todos sus esfuerzos por manipular desde el maniqueísmo.

Su estructura está compuesta por tres cortos independientes dirigidos por distintos realizadores con la temática del conflicto coreano como trasfondo. El primero es Mr. driver, en el que un conductor debe cruzar diariamente desde la República de Corea a la Región Industrial de Kaesong, en Corea del Norte. Zona que comunica ambos países y que fue cerrada en abril de 2016 para reabrirse seis meses después. Allí, sorpresivamente, el protagonista se enamora de la chica que recoge los pedidos. Con esta obvia premisa es innecesario contar más del relato. Con el sentimentalismo como discurso, Mr. driver es un primer episodio infame. Historia romántica con el único fin de llegar a unos créditos donde se incide en la veracidad del conflicto al mostrar documentos reales.

Cuando parecía que no se podía ir a peor, el siguiente episodio, Two of Us, ha continuado la línea editorial. Este intenta hacer un paralelismo entre una pareja de jóvenes que se quieren tanto como la periodicidad de sus discusiones con los dos países. Una premisa que comienza con una disputa dialéctica originada al intentar construir un mueble mientras piden pizza de piña, ¿alguien ha mencionado ranciedad? Pelea sentimental que se coronará con un clip de baile que podría estar sacado de Fama. Lo que parecían intérpretes terribles tenía su explicación, eran bailarines. De esta manera, con otra sutil metáfora, ven que tienen mucho en común y se acaban reconciliando. Con the Two of Us queda clara la intención del encargo del Ministerio de Unificación y su público objetivo, pues no extrañaría que está obra se proyectase en institutos. Adoctrinamiento que acaba culminado Hello, cortometraje sobre una mujer entre el cuidado de su madre que sufre de demencia y una misteriosa llamada desde Corea del Norte. Un último, e inútil, intento por mostrar los puntos en común. Al intentar imponer imágenes desde el fondo, Let Us Meet Now se olvida de reflexionar sobre qué significa esa frontera. Esa separación rocosa con la que Lee Chang-dong, con la colaboración de Miles Davis y sin palabras, nos conseguía estremecer.

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Carlos Chaparro

Estudió Comunicación Audiovisual, permitiéndole trabajar en su pasión: el cine. Un amor incondicional que nació al descubrir a Patricia y Michel paseando por los Campos Elíseos.

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