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El ‘Soplo de Vida’ de Luis Ospina

Luis Ospina

Soplo de vida fue la segunda y última película de ficción de don Luis, quien siempre creyó más en la búsqueda, en la resistencia y en la preservación de la memoria que permite el documental.

Una de las figuras más sobresalientes de la cinematografía colombiana fue don Luis Ospina. Fallecido recientemente (1949 – Sep. 2019), dejó tras de sí un soplo de vida fílmica que cerró con su última producción autobiográfica y ret(nec)rospectiva: Todo comenzó por el fin (2015), documental que hizo, con la muerte soplándole en la nuca, como si fuera lo último que iba hacer –lo que se volvió una triste realidad que nos sorprendió y entristeció a muchos–, aun cuando pensaba que en el fondo cada película debería hacerse como si fuera la última. En este documental –próximo a la muerte, donde se dice que la vida se ve como una película– expuso el amor a sus amigos, al cine, a su cine y –con un característico modo sardónico– su lucha contra un cáncer (que finalmente habría de llevárselo años después)

Privilegiado testigo de una generación genial de jóvenes nacidos en la ciudad de Cali entregados a la fotografía, el teatro, la escritura y el cine –conocido como El grupo de Cali o Caliwood–, estuvo rodeado por otros hitos como el prematuro escritor y crítico Andrés Caicedo –uno de los representantes destacados de la literatura juvenil (¡Que viva la música!) y de la crónica cinematográfica (Ojo al cine) de los años setentas, quién se suicidó a los 25 años de forma consecuente con su vida– el mordaz y frenético director y actor Carlos Mayolo –creador de largometrajes como Carne de tu Carne (1983), La mansión de Araucaima (1986), otros muchos cortos, documentales y series para televisión– y del dramaturgo y escritor Sandro Romero Rey. Con estos socios, con unos y con otros más en diferentes momentos, coció proyectos cinéfilos y editoriales como el Cine Club de Cali, la Revista Ojo al Cine (1972-1977), varios cortometrajes inflexivos de son y ton provocativo (Oiga, vea (1971), Asunción (1975), Agarrando pueblo (1977), etc.), la aproximación a un género cinematográfico propio: el gótico-tropical (Pura Sangre y Carne de tu Carne) y la edición póstuma de la obra de Andrés, entre otras cosas.

Se podría decir que el trabajo y la experiencia de El Grupo de Cali constituyó una base y una influencia fundamental para la apreciación y la producción del cine en Colombia, que desembocaría en la creación de diferentes películas –propias o ajenas–, focos de estudio y reflexión y en la fundación del Festival Internacional de Cine de Cali, del que don Luis fue su director artístico hasta que se lo llevo la muerte.

Ospina, Andrés Caicedo y Carlos Mayolo
Luis Ospina, Andrés Caicedo y Carlos Mayolo

La filmografía de Luis Ospina se compone de muchos títulos que surcan varios géneros, no obstante, su “estado de gracia”, “su verdadera vocación” fue el documental. Allí se destacan títulos como Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos (1986), Nuestra película (1992) sobre el artista colombiano Lorenzo Jaramillo, La desazón suprema: retrato incesante de Fernando Vallejo (2003), sobre el polémico escritor colombiano y quizás su obra más sugestiva: Un tigre de papel (2007), falso-documental sobre la obra y vida apócrifa de un controvertido artista del collage, que pasa por ser una disculpa para contar toda una época convulsionada del arte y la política, logrando insertar al personaje central en momentos importantes de la historia reciente colombiana.

Por otro parte, su paso fue muy breve sobre la ficción, ayudando en la edición de varios largometrajes, actuando en otros y fir(fil)mando otros dos. Entre Pura Sangre (1982) y Soplo de vida (1999) hubo varios años y diferentes intereses, que van del horror al cine criminal, de la muerte a la ciudad, pero siempre cercano a ese rasgo fatídico y de humor negro que caracterizó a este grupo caleño. Soplo de vida es, desde mi punto de vista, una de las grandes películas del cine colombiano tanto por su guion –su historia, su estructura y narrativa– así como por su atenta reconstrucción del cine negro o film noir que demuestra una solicita mirada cinéfila. Ospina –inspirado en un guion original de su hermano Sebastián– fue capaz de adentrarse con particular maestría en este género por donde han pasado grandes artistas como: John Huston, Billy Wilder, Fritz Lang, Orson Welles y Alfred Hitchcock.

Luis Ospina consideraba una pesadilla (prohibitiva y elitista) toda la parafernalia técnica y los altos costos económicos y corporales que suponían los parámetros oficiales de la industria cinematográfica.

Con el sello y el talante del mejor cine negro, el cine de serie B, la nueva ola francesa (Godard, Truffaut) y Dick Tracy, se nos cuenta la historia de un policía venido a menos con ínfulas de detective privado que busca resolver –mas por curiosidad y caridad que por interés– el asesinato de una bella joven: Golondrina (interpretada por la siempre sensual y bella Flora Martínez). Homicidio que lo vera involucrado en una trama agridulce de romances insólitos y vidas cruzadas y en un viaje –porque también tiene algo de road movie– que lo atravesara finalmente de forma profunda. El supuesto detective Emerson Roque Fierro (Fernando “el flaco” Solórzano) se ve entonces buscando pistas que den con la verdad dentro de un mundo underground muy bien captado: todo un homenaje a este género detectivesco de calles lóbregas, de sombras, humo, sensualidad, suspenso, merodeos, intriga y personajes de personalidades veladas y pasados oscuros. La estética en la composición de la luz, el encuadre, la fotografía, el movimiento de cámara y el color dejan ver una admirable cercanía con este género expresionista, donde destacan las locaciones, unas muy bien logradas tomas de la ciudad y flashbacks en blanco y negro –cercano también con este tipo de cine– que resaltan la vida claroscura de la asesinada Golondrina. Dentro de un mundo que pasa por ser un “terrestre lodazal”, la linda Golondrina –la “dulce peregrina del amor aventurera”– no es más que una madre, un soplo de vida, algo fugaz pero persistente para sus hombres (“sus niños”), una femme fatale –acorde con este género– aparentemente inofensiva e inocente, a la que le rodea siempre un hálito de ventura y penumbra.

El director no toma mejor momento para su película, que los estremecedores años ochenta y el fatalista escenario de la catástrofe de Armero –horror causado por la explosión volcánica y la avalancha del Nevado del Ruiz que sepulto todo un pueblo– para enmarcar con ello una sociedad enlodada y atravesada por la tragedia, la violencia, la mafia y la corrupción. Para el mismo Ospina, quizás no existía mejor género que el cine negro –surgido del desencanto y el pesimismo de la posguerra–  para retratar el país y un momento lleno de caos, que aún pasado el tiempo persiste bajo el halo oscuro de otros hechos y personajes, esperando un soplo de vida que lo haga salir del lodo y la miseria en el que aún vive a causa de los odios y la corrupción.

Soplo de vida fue la segunda y última película de ficción –si no contamos Un tigre de papel– de don Luis, quien siempre creyó más en la búsqueda, en la resistencia y en la preservación de la memoria que permite el documental.  Además, fiel a los criterios reflexivos y obstinados del cine experimental y contestatario de El grupo de Cali, se abstuvo de seguir los parámetros oficiales que se le van imponiendo a los argumentales dentro de la industria cinematográfica. Por lo demás consideraba una pesadilla (prohibitiva y elitista) toda la parafernalia técnica y los altos costos económicos y corporales que ello suponía, sobre todo en Colombia donde dar (a) luz al cine era (¿es?) todo un milagro. Tanto su ácido trabajo, como el de su grupo, son reconocidos hoy dentro una nueva generación de cineastas y escritores, como una fuente de inspiración y resistencia.  

Este texto solo pretende ser un pequeño reconocimiento a uno de mis directores colombianos favoritos y al grupo de amigos al que perteneció, quienes siempre se preocuparon con alegría y encanto por exponer su amor al cine, a la música y por lo tanto a la vida, provocando desde la risa y el espanto que el espectador se revolcara antes los vertiginosos sucesos del hoy y del ayer que dominan un mundo tan aciago, pero a la vez lleno de esperanzadora resistencia antes las calamidades de la vida como lo es el colombiano y el latinoamericano. Con una particular memoria cinéfila, una locuaz inteligencia y con un satírico sarcasmo alegórico don Luis constituyó –junto a quienes lo acompañaron y quienes hoy siguen sus pasos– un lenguaje visual capaz de burlarse de las adversidades y generar un profundo sentido crítico de la sociedad en la que vivimos.

*Para mayor información sobre la génesis y el trabajo cinematográfico que supuso su segundo largometraje de ficción se puede consultar el texto escrito por el mismo Luis Ospina: Mi último soplo, en el siguiente enlace: http://www.latin-american.cam.ac.uk/spanish/sp13/detective/mi_ultimo_soplo.html

Dedicado a César A. Vallejo y Jota

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