Terra Willy: Planeta desconocido (2019), de Eric Tosti – Crítica

Terra Willy: Planeta desconocido

Terra Willy es como quien coge las sobras de las comidas de la abuela y se las guarda en unos tápers: Seguirán estando buenas, pero distarán mucho de cuando estaban recién hechas.

Un Tarzán con tintes postmodernos, un Mowgli rodeado de bichos raros o un Robinson Crusoe preadolescente y mimado que juega con una Play, lo que ustedes prefieran. El color y los trazos de los dibujos, muy agradables a la vista y bastante conseguidos, será cosa de la tecnología: los pelos del chaval y sus papis son de champú y acondicionador: ondulantes, sedosos y con movimiento (aunque los rostros sean los acordes al prototipo del manga japonés), y el colorido de la selva interestelar nos deleita con una luminosa intensidad cromática de pintor expresionista.

Sin embargo, el guion no es nada original; es lo de siempre o lo que funciona: la historia de alguien (niño, animal o cosa) que se pierde, que se busca la vida y que finalmente se salva con la ayuda del friki o de los frikis de turno (en este caso la mona Cheeta sería Flash y R2D2 sería Buck, un robot con algo más de vocabulario que el primero, pero familiar suyo sin lugar a dudas). Reminiscencias claras, como digo, de Tarzán, de Mowgli o, incluso, del Rey León; la antigua tradición clásica del héroe criado o cuidado por animales (que ya trae cola desde Rómulo y Remo). De ahí, que haya un cierto tufo ecologista y animalista en la cinta al ver que el muchacho procura respetar todo lo que se encuentra a su paso, sin ser un destructor sin escrúpulos como suele ser, por otra parte, lo habitual en un niño de su edad. Ahí se nota un poco la cursilería gala o progre (¿quién sabe?) al mostrar un preadolescente timorato que se la coge con papel de fumar.

El guion no es nada original; es lo de siempre o lo que funciona.

Por otro lado, no solo hay déjas vus en la historia, sino en los gags visuales: la enorme piedra rodante de la que huye Willy al estilo de Indiana Jones, el patinete volador calco del de Regreso al futuro, la despedida trágica del animalito al final para provocar la lágrima fácil (muy a lo ET, pero al revés) o los tortazos típico tópicos contra un árbol del Pájaro Loco. En fin.

Pero, pensándolo bien, quizá Eric Tosti, el director y coguionista del asunto, lo haya hecho a posta (que a todo hay que darle una vuelta). Acaso ronda mi edad y haya pensado en los cuarentones que, como yo, acompañamos resignados a nuestros hijos al cine para ver una peli de dibujos animados que suele ser un bodrio. Pero, si distinguimos esos guiños al pasado de las películas antes mencionadas, a lo mejor se nos haga más llevadero el trago, evitemos la ineludible cabezadita de rigor y el inoportuno ronquido.

En cualquier caso, Terra Willy es como quien coge las sobras de las comidas de la abuela (que están buenísimas), se las guarda en unos tápers y se las va comiendo poco a poco a lo largo de la semana recalentadas en el microondas: Seguirán estando buenas, pero distarán mucho de cuando estaban recién hechas.

Para concluir, esta cinta es una historia correcta de refritos, con una notable calidad audiovisual en el que se presupone la poca cultura cinematográfica del niño. Tal vez, los guiños a En busca del Arca Perdida y a otros clásicos, les hagan evitar la razonable somnolencia cuando acompañen a sus hijos a ver esta película.

P.D. Hasta el título nos recuerda a otro filme infantil: Liberad a Willy. Ya puestos, ¿por qué no titularlo Terra Jean Paul?


Sinopsis Después de que su nave quedase reducida a cenizas, el joven Willy pierde el contacto con sus padres, con los que había viajado a través del espacio. Su cápsula aterriza en un planeta salvaje a inexplorado.
País Francia
Dirección Eric Tosti
Guion David Alaux, Eric Tosti y Jean-François Tosti
Género Animación
Duración 90 min.
Título original Terra Willy: Planète inconnue
Estreno 26/04/2019

Calificación6
6

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Guillermo Pérez-Aranda Mejías

Soy un escritor romántico con matices quevedescos. Disfruto con lo absurdo del surrealismo y me apasiona encarcelarme en mi castiza torre de marfil, donde desarrollo mi creatividad rodeado de música, de libros, de cine y de lo más selecto de la humanidad huyendo así, en la medida de lo posible, de lo más mundano. Roquero trasnochado y poeta de lo grotesco, he decidido, como si fuera un samurái que se destripa por su honor, entregar mi vida por entero al arte.

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